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Antiguos alumnos dominicos VIRGEN DEL CAMINO - LEON

INTERVENCION DE ISIDRO CICERO

INTERVENCION DE ISIDRO CICERO

Palabras de Isidro en el acto de presentación de libro de Mariano Estrada POECANCIONES DE AMOR en la Virgen del Camino el pasado sábado día 14.

Leed la versión full text, la que Isidro hubiera hecho de haber contado con un tiempo ilimitado.

 


 

 

EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL CÓLERA

 

ISIDRO CICERO

 

Querido Estrada, felicidades por tu libro y enhorabuena por este poder de convocatoria: Hay aquí más de ochenta personas que hemos venido de muchas provincias diferentes para estar presentes en la presentación de este libro. Admirable.

Además de feliitarte, quiero empezar dándote las gracias por haberme distinguido como presentador de esta obra; lo digo sin ningún atisbo de falsa modestia, créeme, cualquiera de los que se sientan ahí, nuestros compañeros de formación, harían esta presentación tan bien o mejor que yo. Tener la oportunidad de hablar aquí, en vez de permanecer sentado en silencio como los demás, es un privilegio.

 

Queridos maestros, venerados maestros, a quienes tanto debo. Queridos compañeros, queridas compañeras de mis compañeros, en quienes he pensado de un modo especial a la hora de preparar esta intervención. De lo que voy  decir pocas cosas van a sorprenderles a ellos, pero sí posibememnte a vosotras.

Antes de meterme en harina y, porque me conozco, seguramente acabe desviándome del objeto principal de este acto, quiero insistir en que estoy aquí como pregonero de la obra de Estrada. Un presentador, ¿qué es sino un pregonero? ¿No servimos los presentadores para invitar a comprar un producto? Más directamente que así no puedo cumplir mi función: "Amigos y compañeros, si no lo habéis hecho ya, comprad el libro Poecanciones de amor, de Mariano Estrada. Es un producto de su mente y de su corazón, compradolo, porque alimentará los vuestros.  Comprad uno para vosotros y otro (u otros) para regalarlos a vuestros parientes y amigos". Estos son hoy en lenguaje llano, directo y alto mis "street vendor’s cries", mis chillidos de vendedor callejero. Lo hago con gusto. De niño en mi pueblo aparecía de vez en cuando otro zamorano que se llamaba Germán vendiendo alfarerías de barro de Pereruela. A mi me daba unas perras por ir por las puertas gritando: "¡Que llegó Germán el Cachaguero¡ Que salgáis a comprar antes de que se acaben las cazuelas". Eran unas cazuelas soberbias,  para hacer el bacalao, insuperables. Todavía hay en mi casa alguna. Pues bien, este producto que pregono hoy está hecho con el barro de Muelas de los Caballeros, y no está fabricado con las manos de ningún artesano, sino con la mente de un poeta. La mente, ese ordenador que llevamos incorporado, como ya decía Anaxágoras antes de Sócrates, ese ordenador con el que creamos destruimos y ordenamos todo: los pensamientos, los sentimientos, los dioses y los astros.

 

Estrada y yo estuvimos juntos aquí, en los primeros años de la década de los sesenta. Luego hubo entre los dos largos años de desconexión total, como de todos o casi todos los demás. Pero una noche, hará diez años aproximadamente, yo recibí por teléfono una llamada poco habitual. Al principio no se identificó, pero fue como me supuso una especie de descarga eléctrica. La manera de pronunciar, de vocalizar, de presentarse y de preguntar; por el timbre y el tono educadísimo de la voz, me pareció "uno de aquellos"  y no me equivoqué. Menos yo, que nunca conseguí pronunciar la erre como está mandado, allí todos adquirían junto a otras muchas destrezas y habilidades, una expresión tan atildada y correcta como si acabaran de salir directamente del foniatra. Observadlo y haced las comparaciones pertinentes y veréis que tengo razón, como habéis comprobado que la tengo también en el espinoso asunto del cardenillo. "¿A ti te dicen algo las palabras Virgen del Camino?" Me quedé sin responder un largo rato, primero porque las palabras esas me evocaban todo un mundo de sensaciones y, segundo, porque durante cuarenta años largos esas palabras habían dormido sepultadas y cubiertas de polvo en un rincón del alma al que nunca me atrevía a volver. "Sí, hombre, cómo no. Muchas cosas, demasiadas me dicen".  "Bueno, pues yo soy Estrada". "¡Hombre, Mariano Estrada Vázquez¡ ¡El Guso¡ De mi mismo curso; de Muelas de los Caballeros, Zamora¡ "   Empolvados en los rincones del olvido, de todos los de mi curso yo conservaba no sólo el nombre, también los dos apellidos, la provincia y el pueblo. En justa correspondencia, cada uno de ellos guardó -con más o menos simpatía- los míos.  "¿Y qué ha sido de ti todos estos años, amigo mío?" Cuando esta pregunta se le hace a un escritor, a un poeta, la respuesta son sus libros. Hoy continúa aquí, existencial y vital, la de Mariano Estrada.

 

Cuando hace tres o cuatro meses me invitaste a este acto, me diste sólo dos instrucciones: que hablara de lo que quisiera, pero que fuera breve. ¿Como cuánto de breve?, te pregunté.  Breve es un texto  de 200 palabras, lo que se usaba en la recensión de un estreno teatral para que saliera publicada en el periódico del día siguiente; breves siguen siendo las 1.200 palabras que puedes darle a tu reportaje de un dominical; breve incluso se puede considerar a ese ensayo que te encargaron sobre la ruina de los deshaucios que tenga 2000 palabras. Breve, si bien te fijas, acaba resultando la crónica en seis capítulos que dediqué una vez al prodigioso Santuario. La brevedad siempre es relativa. Yo trato siempre de ser breve, aunque me cuesta mucho conseguirlo. Si tengo la mitad de tiempo, digo la mitad de cosas, qué le vamos a hacer.

 

Por abreviar, centraré esta intervención en el hecho de que el autor haya querido presentar su obra, en su colegio y sus condiscípulos. También en el papel jugado en esta operación por el blog, nuestro blog ANTIGUOS ALUMNOS DOMINICOS VIRGEN DEL CAMINO LEON, el instrumento que puso fin a la desconexión y nos volvió familiares, a través del que volvimos a sabernos. Su título es todo un guión. Decir que somos "antiguos", es decir algo evidente, no hay más que vernos; decir que fuimos "alumnos" es sin duda decir una verdad, pero nos deja insatisfechos Presentarnos como alumnos nos homologa; políticamente es un término neutro e impecable, pero no es bastante. También son alumnos los del Instituto Padre Isla y los de la UNED. Nosotros éramos mucho más que alumnos, ¿pero qué? También nos homologa decir que fuimos a los "Dominicos", pero lo sustantivo sería diferenciar la implicación de los dominicos en nuestra vida y de nuestra vida en los dominicos. Cuánto hemos callado, cuánto hemos disimulado en los tiempos de silencio, sobre esas interacciones. ¿Por qué? Nosotros podríamos haber hablado de los dominicos, muy bien y también muy mal . Luego viene Virgen del Camino. Ya he dicho que "Virgen del Camino" son las tres  palabras que evocó Estrada en nuestro particular reencuentro telefónico, me conmovieron cuando me preguntó si significaban algo para mí. "¿Algo? y aún algos", contestó una vez Sancho a su Don Quijote. Finalmente, León. La ciudad a la que tanto quiero, de la que tanto he aprendido y de la que tanto quisiera seguir aprehendiendo...

 

Acabé limitándome a estas dos preguntas: ¿De qué trata el libro de Estrada? Del amor. ¿Y qué aprendimos en este colegio del amor? Responder a estas preguntas, enseguida me di cuenta, me exigiría honestidad, sinceridad, honradez y toda la profundidad de que fuera capaz. El auditorio se lo merece y es lo que espera. Era "El amor en los tiempos del cólera", eso fue lo primero que se me ocurrió. Aquí, en estos amplios espacios, nunca pasaba nada importante ni íntimo. La vida estaba aquí completamente ordenada; todo era pulcro, rectilíneo y simétrico. Ahora bien, desde que me jubilé dedico mucho tiempo a la huerta y al jardín y muchas veces tengo que ocuparme de las raíces que se esconden en la tierra bajo la superficie donde brota la yerba. Lo que hay debajo, cuando hurgas y escavas es un mundo complejo y oscuro. Las raíces se extienden, se retuercen, luchan sordas unas con otras disputándose los nutrientes en competencia feroz; a veces se arraciman y se simbiotizan. Algunas viven literalmente de otras, las más potentes lanzan sus tentáculos a través del terreno de forma invasiva, ya no hace falta que me expliquen lo que es metástasis. El mundo subterráneo es un mundo atroz. Nadie lo diría. Pues bien, viendo aquellas filas ordenaditas, aquellos ademanes modosos, aquellas palabras tan educadas, aquellos atuendos complementados por corbatitas de color discreto, aquellas distancias frías y correctas, aquellas modulaciones perfectas en el silabeo, nadie diría que debajo había una activa vida subterránea, con tortuosos retorcimientos.

 

Estrada: El mismo año en el que tú y yo entramos a formar parte de esta institución (1960), un joven llamado Erving procedente del país al que Julio Correas suele llevar durante los veranos a los estudiantes de inglés, explicaba en un par de libros lo que había vivido en el psiquiátrico de Santa Isabel, a donde habia entrado unos años antes camuflándose como ayudante del monitor de gimnasia. Observando y participando, había descubierto que se había roto y estaba trastocada la vida normal, el orden básico de la sociedad para aquellos internos. Si en la sociedad normal la gente se aloja en un hogar, estudia en una escuela, trabaja en un taller, juega al futbol en un complejo, va a misa a una iglesia, va al baile a una discoteca con la pareja, coge un autobús para ir al cine, queda con los amigos en el restautante del kilómetro 15, moviendose durante el día por lugares distintos y con grupos de gente distinta, en Santa Isabel los internos estaban todo el día juntos, se levantaban y se acostaban a la misma hora, todas las cosas las hacen juntos y en el mismo lugar, en presencia de una multitud de personas iguales. Todos hacían lo mismo en cada momento, todos recibían un trato uniforme. Los internos de todas partes solo hacen las cosas que están estrictamente programadas por la superioridad, la 1 lleva a la 2 y esta empalma con la 3 y así sucesivamente desde el alba hasta la hora de acostarse. Un grupo de personal estaba encargado de hacer cumplir las normas, de controlar la información, de imponer la disciplina, de impedir el contacto con el exterior, de censurar la correspondencia, de minimizar la posesión de cosas propias, de evitar la intimidad.

 

"Instituciones totales" llamó Erving Goffman a este tipo de establecimientos en el que incluyó a los siquiatricos, los acuartelamientos militares, las prisiones, los monasterios, los seminarios, los orfanatos, los buques mercantes que pasaban meses en alta mar. Son lugares de residencia o trabajo, donde un gran número de individuos en igual situación, aislados de la sociedad por un periodo apreciable de tiempo, comparten en su encierro una rutina diaria, administrada formalmente. Cada una de estas instituciones tenían un objetivo distinto, pero todas ellos conseguían despersonalizar al individuo,dejarlo reducido a un número que respondiera obediente a lo que se esperaba de él y sólo a lo que se esperaba de él. Cuando el individuo tenía la tentación de huir de la institución total, temblaba de inseguridad y de terror preguntándose si él sería capaz de afrontar una vida propia fuera de aquellas filas y de aquella meticulosa organización de la vida donde todo se le daba hecho.

 

Lo primero que hacía la institución total era desposeer al individuo del nombre propio que traía, ha sido de intencionado referirme a ti como Estrada, que es como siempre te conocimos, olvidando hasta tú mismo que en Muelas te llamaban Marito, y sabiendo que hoy todos te conocemos como Mariano. Es más profunda de lo que parece la repetida frase de Trapiello, aquello de Cícero para mí. Juan Manuel Díaz Álvarez jamás volvió a escuchar aquí el Xuanín de San Feliz de la Pola. Pero era peor en las prisiones, donde al individuo se le llama un número. Me imagino a mi mismo llamándome el "225" que llevaba bordado en los calcetines.

 

Frente a los internos, estaba el grupo de personal encargado de que se cumpliera la finalidad para la que la institución había sido creada. En nuestro caso, para hacernos de acero los cuerpos y para hacernos de oro las almas, como decía un conocido verso antiguo. Se creía que cada uno de nosotros había recibido un don misterioso (la vocación sacerdotal y dominicana, que implicaba una vida de castidad, obediencia, pobreza y elocuencia para predicar), un don tan elevado que sólo podríamos merecer a base de disciplina, renuncias y sacrificios. Ya que no habíamos podido ser preservados del pecado antes de nacer, había que empezar a  ser inmaculados cuanto antes. Y a base de formación para ese ideal. Había que aprender muchas cosas, sabíamos infinidad de cosas, yo mismo hoy, sin haber ido a misa, me sé el introito del día, en castellano, en latín y en gregoriano: Nos autem gloriari oportet... Sabemos muchísimas cosas de utilidad similar, aunque de matemáticas aprendimos menos, a pesar del monumental tratado de geometría plana que edificó para nosotros el padre Coello, a pesar del desvelo y la iniciativa de Box, que siempre se esforzó en ir él mismo y en llevarnos con él mucho más allá de lo establecido.

 

¿Y del amor? ¿Que aprendimos aquí del amor? ¿Como vivimos aquí el amor en aquellos tiempos del cólera?  Yo diría que el objetivo específico de esta institución total era evitarnos a nosotros las ocasiones de amor. Hacernos de acero los cuerpos era pasar por piscinas heladas y correr kilómetros sobre la escarcha al amanecer, pero sobre todo eliminar de nuestro horizonte vital toda la ternura. ¡Fuera blandenguerías¡, nos exigían. Acero y oro, oro y acero. Como si no estuvieramos hechos de carne trémula, como si no fueramos cada uno de nosotros un manojo de nervios con terminales sensitivas, ansiosas por la caricia. Mariano, conmueve hasta las lágrimas el relato de uno de los nuestros contando el grito casi biológico ("¡Yo, yo¡") que dio al escuchar aquella "poecanción":

 

"¿Y quién a los quince años no dejó su cuerpo abrazar?"

 

Conmueve vernos abrazarnos y besarnos ahora en los encuentros y llamarnos unos a otros queridos, cosas impensables en los tiempos del cólera. En los tiempos del cólera, blandenguerías, las menos. Carantoñas, ni de lejos. Las niñas estaban en la estratosfera como si fueran entes de ficción. Sabíamos que existían, pero no allí, no cerca. Como aquel maestro de la antigua escuela que explicando el sistema de moneda vigente, decía que había billetes de varios valores: de una peseta, de 25, de 50, de 100 y de 500. "Y también creo que existen billetes de 1.000, lo he oído comentar, no me hagáis caso".

 

¿Pero había amor en el internado? Se cantaban sublimes canciones de amor místico, que parecían de sexo procaz. "Te amaré hasta el final", decía en latín la más bella de todas, "mientras me traspasas con tu dardo de amor". "¡Atraviésame!, atraviésame, Jesús, mi Jesús querido"... Sí. el amor estaba presente, pero en forma sublimada.  Se potenciaba el amor a Dios, a la Virgen Santísima y a nuestro padre Santo Domingo, mis-queridos-apostólicos. A entes sin cuerpo. Pero  el clásico había dicho:

 

"Mira que la dolencia de amor que no se cura

sino con la presencia y la figura".

 

En la institución total del encierro, presencias y figuras las de los otros adolescentes todo el día yuxtapuestos. Pero estas dolencias sólo las sabía el confesor, que algunas confesiones sí se hacían de verdad. Estas dolencias tomaban formas silenciosas, calladas, ocultas y platónicas ya que el Noli me tangere era el mandamiento más importantes de todos. Si había amor, este era callado.

Pero tú lo has dicho, Mariano: "El día que se calle el amor habrá un terrible silencio".  Lo había. "Por fortuna, el amor es una savia que se renueva y, mezclada con el barro, siempre habrá una gota que resista los embates de los tiempos secos. Una lágrima, una sonrisa, una mirada. Estas cosas nos salvarán de la muerte", escribiste tú en "El silencio está en las rosas". Quizá estas cosas nos salvaron, sí.

 

Alguno dirá que éramos demasiado pequeños para estas dolencias. Sin embargo, en la Liturgia de las Horas encontramos estos versos:

 

"Eres niño y has amor.

Qué farás cuando mayor?"

 

No te digo España, porque entonces el país se asemejaba mucho a un internado, pero en otros países el amor se consideraba necesario. "Sin amor, no hay salud", leían los chicos y las chicas americanos por aquellos años por ejemplo en los libros de la beat generation, contemporánea todavía de nuestro internamiento. "Lo único verdaderamente importante es el amor", decía Jack Kerouac, sin ir más lejos, exponiendo la necesidad del orgasmo y de los reflejos del orgasmo. "Sin un amor sexual normal y sin orgasmo, no hay salud", leemos por ejemplo ahora en "Los subterráneos", una obra crucial, que los jóvenes americanos leían mientras nosotros nos aventurábamos en Martín Vigil.

 

Termino ya, queridos compañeros, agradeciendo vuestra paciencia, con esta pregunta: Después de todo lo dicho ¿no resulta un poco masoquista, un tanto síndrome de Estocolmo este  cuelgue que tenemos con el lugar de nuestro encierro juvenil? ¿Tiene sentido venir a presentar aquí un libro de poemas de amor? ¿No será más bien un ajuste de cuentas, una especie de ajusticimiento poético?

 

En realidad, como empecé diciendo, este producto que he pregonado es un valioso producto de la mente, del Nous. Es el arte de un poeta.

 

Un poeta. Como dijo Pessoa,

 

El poeta es un fingidor,

finge tan continuamente

que hasta finge que es dolor

el dolor que de verdad siente.

 

Lo que es lo mismo, y con esto acabo:

 

Mariano es un fingidor

finge tan perfectamente

que hasta finge que es amor

el amor que de hecho siente.

 

Por eso es un poeta, un escritor, un artista, aparte de un amigo desde los tiempos del cólera.

 

ISIDRO CICERO

 

 

 

 .

 

 

 

 

5 comentarios

Vibot -

Te tomo la palabra. ¡Muchas gracias!

Isidro Cicero -

Pedro, te digo lo mismo que a Vibot y siento hacerlo tan tarde. Si te decides a escribir tu libro, hazlo por favor, yo también me ofrezco a hacerte el prólogo, la introducción y una laudatio como las que se acostumbra a hacer a los eméritos, como tú y como, ya te he comparado a él en otra ocasión, como con José Luis Sampedro.

Isidro Cicero -

Perdona Vibot, pero hasta hoy no había visto este mensaje. Sí, si quieres y llegamos allá, cuenta con el prólogo. Te lo escribiré encantado y agradecido por contar conmigo. Un fuerte abrazo.

Vibot -

Cícero querido, ¿podría pedirte un prólogo para ese libro mío que algún día llegará?

Es verdad que nos pasamos la vida perdiéndonos cosas, pero yo siento hoy, y mucho, haberme perdido estas palabras tuyas en directo. Y todas las demás, y las Canciones y Poemas de nuestro gran Estrada. Y haberos abrazado una vez más.
Gracias, Cicero. Y no olvides mi ruego. Tú me prologarías como nadie.
Besos y abrazos.

Pedro Sánchez Menéndez -

Isidro, tu presentación me ha parecido genial. Me encanta siempre lo que escribes, lo que piensas, lo que reflexionas, lo que transmites. Me gusta escucharte y pensar en lo que me dices. Yo escribo lo que pienso en "cuatro palabras", pero tú describes la realidad de los hechos de tal modo que parece que estamos viendo un reportaje completo. Gracias por tu participación. Por favor, escribe más veces en el "blog". Saludos a todos. Pedro