RELATO CONTRA LA MEMORIA
Nuestro compañero Luis Carrizo aborda en su libro "Entre todos lo mataron" el rito de la matanza del cerdo, la gran cita del invierno que va camino de desaparecer en los pueblos de León, la matanza, no el invierno.
Reseña que aparece en el suplemento Revista del Diario de León del 30 de Agosto.
C. Cachafeiro 30/08/2015
Aunque la ley todavía permite matar al cerdo fuera de los mataderos oficiales, el gran rito del inicio del invierno está desapareciendo en muchos pueblos de León.
La normativa actual exige aturdir al animal antes; pero el resto todo es igual. Desde alimentar al animal a estazar, embutir, ahumar, curar... y, sobre todo, compartir, que resume esta fiesta en la que participaban todos los vecinos. ¿Por qué entonces se está perdiendo?
De todo esto habla un interesante libro, Entre todos lo mataron, del escritor e investigador leonés Luis Carrizo, que describe de principio a fin «un sanmartín en un pueblo de León, como dice, y bien, el subtítulo de su obra.
Por otras múltiples razones que las meramente legales, la matanza tal como siempre se conoció está irremisiblemente condenada a convertirse en un mero elemento folclórico o testimonial», señala Luis Carrizo. El mundo cada vez «más urbanita» y los nuevos usos «industriales y alimentarios de la sociedad» están acabando, a su juicio, con un rito ancestral. «Como la trilla, como la vendimia, como pasear plácidamente a la caída de la tarde durante «el veraneo» con una vara de fresno en la mano por las afueras del pueblo. Esto es así y de nada valen las lamentaciones».
Cómo se debería conservar. La respuesta, a su juicio, es complicada. «A lo mejor, para despertar las conciencias, habría que comenzar por no despachar cocacola a quien pide un bocadillo de chorizo o jamón. Esto parece una boutade, pero es un síntoma», advierte.
No sólo era la matanza del cerdo. Era todo lo que rodeaba preparar el principal sustento del invierno. La reunión de familiares, amigos, vecinos... «La matanza conllevaba, efectivamente, innúmerables «beneficios colaterales». Los niños no tenían escuela -cuando se mata el gocho y muere la abuela no hay escuela, se decía-. Esa circunstancia da la medida de la trascendencia de la celebración. Pero por encima de todo, la muerte del cerdo abría la puerta de la despensa y eso eran palabras mayores. Muy mayores», resalta este estudioso leonés, nacido en La Virgen del Camino.
Entre todos lo mataron, el título del libro, es una expresión popular que, a su juicio, define perfectamente el hecho de que matar al gocho era una ceremonia coral. «No soy ningún estudioso del asunto, pero yo creo que a las tradiciones les va pasando lo que a los pueblos: que van desapareciendo. Si los pueblos se van despoblando y desmoronando, ¿qué no va a pasar con las tradiciones que albergaban? Es más, a veces se corre el riesgo de convertirlas en mascaradas sin contenido al ser oficiadas por quien desconoce las motivaciones que las generaron. Si falla la raíz cualquier despropósito es posible».
En el caso de la matanza, la esencia de la fiesta era la misma en todas las comarcas leonesas. «Cambian cuestiones menores -dice Luis Carrizo-, como la forma de acuchillar al cerdo, por delante o por detrás de las patas, la forma de quemarle el cerdamen..., cuestiones accesorias. Donde creo que existen más diferencias es en la cuestión léxica. Ahí sí que existe una cierta abundante variación: chichas, jijas, capones, pizpiernos, pizpiernas, chorizos sabadiegos, sabadeños...»
Luis Carrizo ha escrito este libro como una sentida y meticulosa descripción de la forma de vivir de «nuestros padres, y los padres de nuestros padres». «Mataban a un animal sin otro fin que el de reponer fuerzas y alimentar a la prole. Como hacían los gatos que con ellos convivían, los lobos que rondaban sus pueblos y los milanos, halcones y cigüeñas que los sobrevolaban. Con ánimo de salvar este rito del olvido al que las prisas, las tecnologías y las leyes actuales parecen haberlo condenado ya sin remisión, y para curiosidad de historiadores futuros».
Los nuevos tiempos están dejando atrás muchas tradiciones, pero también la emigración de los años 60, 70, acabó con la memoria. «Acabó a medias porque quedaron los abuelos manteniendo el fuego sagrado. Pero con la inevitable desaparición de los abuelos y el cierre a cal y canto de las casas, ahora le ha llegado el turno a la matanza de las tradiciones. Lo que se suele decir: muerto el perro, se acabó la rabia. De ahí, vuelvo a insistir mi interés en salvaguardar esta tradición por medio de este libro. Espero que no se cumpla la premonición que Pedro Trapiello, que tuvo la gentileza de hacerme, magistralmente, su presentación, me comentó mientras tomábamos un cafe. Como perro viejo que es en estas lides, me previno de que si quieres que algo no se sepa no tienes más que decirlo en un libro. Dios no le oiga», concluye
11 comentarios
Luis Carrizo -
Un abrazo.
Miguel Ángel Díez Ordóñez -
Lo acabo de leer, de un tirón; es de verbo raudo, como hacer un descenso por rápidos entre pequeñas rocas, como una estrella cercana destellante llena de guiños, como un solomillo de aquéllos gochos en el albo sartén que, inquieto, no para de explotar jugos...lingüísticos, culinarios, críticos, costumbristas... breve y jugoso. lo he disfrutado. Gracias.
Miguel Ángel Díez Ordóñez -
Luis Heredia -
Por favor, dime las librerías. No sé si por aquí abajo en Marbella lo encontraré. Si no, me lo envías.
Un fuerte abrazo
Luis Carrizo -
Eso que dices de los olores lo menciono yo en el libro, por supuesto no con la maestría de Vibot, pero yo, al contrario de lo que tu apuntas, subrayo lo poco que olía.
Te digo lo que a Miguel Ángel Díaz, a ver si te estiras un poco y lo compras. Me gustaría conocer tus jugosos (nunca mejor dicho) comentarios.
Un abrazo.
Luis Carrizo -
Un abrazo.
Luis Heredia -
Como yo era de asfalto y no de campo, comencé a saber cuál era el origen de los chorizos y los embutidos en general ya entrado en años. Más bien cómo se llegaba a ser chorizo, es decir, cómo nacen, del cerdo, cómo se desarrollan, en la matanza, y cómo mueren, en la boca o por caducidad según la normativa europea. Si están envasados al vacío duran más.
Comencé yo a escuchar historias de las matanzas haciendo la Mili. ¿Curioso, verdad?. Y no precisamente por haber ido pegando tiros por ahí. Un día me dijeron tienes que venir a una matanza -. O sea, era una orden lógicamente y no estaba autorizado a negarme al tener menos graduación yo que la cerveza. Se me pusieron los pelos como escarpias pues en aquellos momentos, hacia el 71/72, no se había previsto confrontación bélica alguna y para colmo, yo había usado más la escopeta de perdigones en las ferias que los Cetme durante la mili. Así que me tuvieron que aclarar el Teniente y El Furriel que la matanza era como una especie de costumbre muy arraigada y que consistía en matar al cerdo, destriparlo y convertirlo en embutido. Creo que los cerdos eran del Teniente y de algún alto mando del cuartel. Desde luego, del Furriel no eran porque de aquella cobraban menos aún que Josemari Cortés .
Me llevaron a una especie de patio donde había un banco alargado y ancho y al rato de espera aparecieron tres o cuatro soldados, compañeros de quinta, ya hombres y con mucho valor por estar haciendo la mili, acompañando al cerdo del Teniente y a los de los otros. O eran los cerdos los que les acompañaban a ellos. No me acuerdo muy bien, aunque lo que más recuerdo era al cerdo del Teniente cuyo comportamiento, abyectas actuaciones, órdenes fuera de tono y lugar y constantes humillaciones dejaba en entredicho el espíritu militar y degradaban de continuo a esta ilustre institución.
El primer cerdo le tocó, que no por sorteo sino por experiencia y veteranía en esas labores, a un compañero que siendo experto en esas lides nos regaló una clase magistral sobre cómo se debe coger al cerdo para subirlo al banco, sujetarlo, introducirle un enorme garfio por la boca y asestarle con un largo cuchillo certeramente en la yugular o la garganta o en la tráquea no recuerdo muy bien y prefiero no recordarlo- al animal hasta desangrarse.
Aquello me pareció una masacre más que una matanza. Los chillidos del cerdo, los regueros de sangre y los estertores hasta su muerte los tengo aún grabados. Y por supuesto, también los olores. Si Vibot hubiera asistido a alguna de estas matanzas me gustaría que nos los describiera, a ver si lo que yo olí fue diferente a lo que él describa.
Desgraciadamente, a mi me tocó demostrar también que en la mili ya me estaba haciendo un hombre y haciendo de tripas corazón, como si del mismo cerdo se tratara, tuve que asestarle la puñalada a aquel pobre animal siguiendo los pasos y las instrucciones del maestro.
- ¡Ahora, Heredia, ahora¡
-¡Más arriba, más abajo, al centro¡
-¡Vamos, Heredia, rápido, que se nos cae del banco¡
Consumado el sacrificio lo que iba para arriba y para abajo era lo que yo había tomado para desayunar.
En efecto, me di cuenta en esos momentos que me había convertido definitivamente en un hombre pero valor y coraje no lo pude demostrar hasta años después cuando terminé la carrera, casado, trabajando y con tres hijos, pienso yo ahora.
Aquella faena, porque fue una faena en sentido figurado y real, me costó tiempo en asimilarla. Por fortuna, en los siguientes pasos del rito no estuve presente, ni por activa ni por pasiva. Parece ser que nuestra misión era solamente dar muerte al animal. Seguramente por eso de ser soldados con porvenir.
Con el paso de los años supe lo que era una matanza, la del cerdo, de verdad. La vuestra, la de Luis Carrizo y tantos otros de vuestros antepasados . Y no por haber leído, que me gustaría, tu libro, querido Luis Carrizo. Lo sé por haberos oído con frecuencia contar historias maravillosas sobre ello, las largas horas de charla entre familiares y amigos. Es curioso que entre tanta sangre esos momentos sean tan felices, tan divertidos, tan lúdicos.
Me figuro que será por todo lo que a ese ambiente le rodea y significa para las familias. A veces pienso que es más o menos como cuando en mi casa, en los 50, nos regalaban las gallinas y los pollos - de corral siempre o pitu caleya- y nos encargábamos nosotros de matarlas, desplumarlas, asarlas y comerlas. En este proceso sí que intervenía yo en todos los pasos. Después de recibir la primea lección de la maestra de mi tía, era coser y cantar correr por el pasillo de casa detrás de la gallina, capturarla, torcerle ligeramente el cuello asiéndola por el pico y darle un tajo en la testuz con el cuchillo. La sangre no se desparramaba sino que caía a un caldero. Una vez muerta, esperar unos minutos y a continuación, a desplumarla y quitar los restos a la lumbre con vuelta y vuelta. Por supuesto, eran reuniones familiares y de amigas, sobre todo, como las vuestras de la matanza. Los mismos ritos pero en gallina; o sea, en pequeño. Todo en pequeño pues el sonido de la gallina o el kikiriki del gallo no eran tan estridentes, el aforo de la cocina no podía superar las cuatro personas y el pasillo no estaba preparado para cruzarnos los 10 hermanos que de aquella éramos ya con un cerdo. Más que nada por si nos lo comíamos como sucedió con el sacu de oricios que llegó a casa confundido de destinatario.
Pero, Luis Carrizo, ¡qué bien lo pasábamos con nuestra pequeña matanza¡.
¡Enhorabuena¡ otra vez por tu libro, Luis, a ver si me hago con él. Seguro que mi matanza militar no tuvo nada que ver con la de vuestros cerdos.
Miguel Ángel Díez Ordóñez -
... posiblemente me suban el sueldo.
Miguel Ángel Díez Ordóñez -
A pesar de las variantes la idea se mantiene, pero por pensarlo dos veces voy a cobrar el doble, psss... sin que se entere Hacienda.
Miguel Ángel Díez Ordóñez -
Ya nadie se apunta a "matar 'el' gocho", pero todo el mundo se apunta a comer jamón... y si no invitadme, no todos a la vez sino espaciada y esparcidamente y os quedaré agradecido y muchas veces más satisfecho.
Luis, muchas gracias por el libro... que no he leído, como anticipadamente dice Pedro, pero que te agradezco por recoger en unas páginas la matanza del cerdo, algo que yo he vivido... algo que nos engordó, nutrió y alimentó física y comunicativamente, un atavismo que retroalimenta la gran vieja idea del "eros/zanatos".
Miguel Ángel Díez Ordóñez -
Nadie se atreve a "matar 'el' gocho" pero todo el mundo se apunta a comer jamón... y si no, invitadme, no todos a la vez, hacedlo espaciada y esparcidamente que quedáis mejor y yo muchas veces más satisfecho.
Luis, enhorabuena por el libro... que no he leído, como manifiesta de antemano Pedro, pero manifiesto es mi agradecimiento por recoger en unas páginas la matanza del cerdo, unos hechos vividos por mí... un atavismo que nos engordó, nutrió y alimentó física y comunicativamente y que forma parte y retroalimenta la gran vieja idea del "eros/zanatos".