Podía ser una mañana de cualquier día de aquellas Navidades que pasábamos en el colegio.
UN CUENTO A DOS VOCES
_¡Muchachos, son las siete de la mañana, hace una temperatura estupenda, tres grados bajo cero! ¡¡¡Vuelta a la finca!!!
La voz del director, atronando por los altavoces, rompía sin contemplaciones el silencio de los dormitorios y los sueños de los apostólicos adolescentes, haciendo que, felices o turbulentas, las visiones nocturnas quedaran interrumpidas y, al momento, olvidadas por el frenesí con que comenzaba el nuevo día, aunque todavía era de noche.
Los fluorescentes se encendían todos a la vez, aunque algunos se quedaban como dudando y parpadeando, y los jovencitos, tiernos ellos y todavía adormilados, trataban de encontrar el escueto atuendo necesario para la ocasión, revolviendo los cajones, ya de por sí revueltos en la mayoría de los casos, bajo el tablero que hacía de somier en la camarilla. Lo más afortunados tenían chándal e irían un poco más abrigados; los demás, camiseta y pantaloncito de deporte, así que a pasar mucho frío, como el que se colaba por un cristal roto que, un día de estos, tendría que arreglar fray Francisco, el carpintero.
El pasillo se llenaba rápidamente de figuras menudas que, revueltas y empujándose entre sí para coger la delantera, enfilaban el tramo de escalera de bajada con estrépito de pies, que no de voces, pues lo de hablar no estaba muy bien visto ni oído por el temido director, que esperaba, dominante y brazos en jarras, en el vestíbulo, como cancerbero al revés que impedía que algún espabilado se quedara dentro. Luego revisaría camarillas y servicios por si acaso.
_¡He dicho en silencio! ¡Y que nadie se quede atrás! _tronaba de nuevo el fraile, esta vez sin megafonía de por medio, que no le hacía ninguna falta.
_Ya sabes: correr y callar _sonó quedamente en los oídos del colegial que va a ser a partir de ahora nuestro héroe, el cual miró alrededor extrañado y no vio a ningún compañero tan cerca como para habérselo susurrado.
_¿Quién ha dicho eso? _pensó y no se atrevió a decir, a su vez, en voz alta.
El tropel atravesó la helada recreación y salió a la intemperie de los campos de deporte, en los que el frío se hacía tangible y sólido en forma de escarcha que crepitaba al pisarla. Pronto dejaron atrás las porterías y demás elementos propios de aquel espacio y enfilaron el tramo llano del camino que bordeaba la cerca de la dichosa finca, orlados por las pequeñas nubes de vapor que salían de las bocas, también a riesgo de congelarse el aliento.
_¡Qué frío hace!
_Pues corre más _volvió a sonar la voz misteriosa.
_¡Otra vez! Estoy oyendo cosas que no dice nadie. A ver si me estoy volviendo tonto con tanto ejercicio, tanto estudio y tanta cosa que no entiendo.
Y, sin proponérselo, comenzó a rememorar algunos de los hechos que había vivido desde su llegada al colegio, pocos meses atrás. ¡Con lo bien que estaba él en su pueblo, corriendo a su aire y tirando cantos a los pájaros!
“A los dos días de llegar, nos pusieron a meter estiércol (‘cuchu’ dicen aquí) en los sótanos, casi arrastrándonos y dándonos golpes en la cabeza, dicen que para plantar champiñones. Luego esto de la vuelta a la finca, casi todos los días. Y las comidas sin hablar, escuchando música, que luego tienes que reconocer porque si no te cae una buena. Y las filas por esos pasillos tan largos, también en silencio: aquí no se puede hablar casi nunca, porque en misa tampoco (bueno, eso pasa en todas las iglesias), ni en el estudio, ni en clase, a no ser cuando te preguntan, que es cuando a lo mejor no quieres hablar o no sabes qué decir… Y no es que yo sea muy hablador, pero con tanto silencio parecemos cartujos. Menos mal que en los recreos y cuando jugamos al fútbol o a lo que sea se puede hasta gritar. Y menos mal que hay cine casi todas las semanas, que si no…”.
En estas cosas iba pensando el pobre muchacho mientras la ristra de gente menuda seguía corriendo, estirándose más y más.
Empieza la cuesta abajo. Como el suelo está lleno de piedras y baches, y encima no se ve ni torta, lo más fácil es darse un guarrazo, o torcerse un tobillo, o hacerse una herida con una piedra: cualquier desaguisado.
_¡Ay, que me he mancao en un pie!
_Veo que te vas contagiando del habla de los de aquí.
_A ver, qué remedio. Es que, si hablo como en mi pueblo, se ríen de mí. Al principio no me atrevía ni a abrir la boca, ni siquiera para contestar en clase cuando me preguntaban. Así que he tenido que darme prisa en irlo cambiando.
_Lo malo es que, cuando vuelvas allí de vacaciones, también se van a burlar de ti tus paisanos, porque tendrás acento asturiano y dirás palabras de estas.
_¿Y tú cómo sabes que va a pasar eso?
_Yo sé muchas cosas de ti que tú aún no has descubierto.
_¿Es que eres un fantasma?
_No, todavía estoy vivo.
_¡Jobar, no entiendo nada! Lo que pasa es que nosotros somos muy chicos. Todavía los mozos de la escuela mayor… Pero esos, como tienen otro director, al que no le gustan tanto estas cosas, no salen a dar la vuelta a la finca, ni meten cuchu en los sótanos. En cambio nosotros, a gibarnos.
_Así me gusta, que digas tacos fraileros. Ya se me había olvidado lo de jobar, gibarse y otros por el estilo, porque desde hace muchos años utilizo ya palabrotas de verdad. Y no es que eso esté bien, pero se pegan y uno coge la costumbre. Pero no te quejes tanto, que así te harás hombre y fraile, como te dicen a diario. Y corre, que te estás quedando de los últimos y, si te retrasas, te va a caer una bronca, o algo más. Además, dicen que hacer footing es bueno para la salud.
_¿Lo qué?
_Correr, pero dentro de uno años se dirá de esa manera.
_¿Y se va a hablar así de raro?
_Huy, si yo te contara… Modernos y presumidos los ha habido siempre, pero con el tiempo habrá más.
Alguien que está cerca y se da cuenta de que nuestro protagonista va hablando solo se dirige a él para preguntarle con quién habla.
_¡Con nadie! _le contesta de mal humor.
_O estás loco o es que no se te ha acabao de quitar la morriña _le replica el otro un poco mosqueado, y él piensa que lo de morriña también lo ha aprendido aquí, que en tierra se decía la ansión.
Toca ya empezar a subir y al frío se suman ahora la asfixia y los jadeos.
_Pero hombre, corre un poco más. Mira por dónde van ya Bañugues, Calvo, Urbano y otros de tu curso.
_Bueno, es que algunos de esos resisten más que yo, y además tú me estás entreteniendo. Vaya cuesta, ya podían allanar esto un poco.
_No des ideas, que lo mismo se le ocurre a alguien poneros a hacer una explanada a pico y pala durante los recreos, para construir un cementerio o algo así.
_¡Tú estás bobo!
La cuesta se acaba por fin y el pelotón, ya muy desperdigado, entra de nuevo en los campos deportivos.
_¡Ay! Me he tragado la red de balonvolea y el hielo casi se me ha clavado en la cara. ¡Cómo duele! Si es que ya hemos dado toda la vuelta y sigue sin verse ni torta. Voy a estar todo el día con la cara colorá y a cuadros.
_Es que hay que correr con la cabeza levantada y no mirando al suelo. ¿A que os lo han dicho muchas veces? Por cierto, al balonvolea dentro de unos años se le llamará vóley, como en inglés.
_Como tú digas. Pero yo sigo congelado, a pesar de la carrera, y tengo un hambre… Pero, antes de desayunar, hay que lavarse _a ver si hay suerte y no tocan las duchas de la piscina_ y vestirse, y después ir a misa y a comulgar. Luego, nos ponen en fila y nos llevan en silencio, como siempre, hasta el comedor, a por el café y el chusco.
_Piensa que todo eso, esforzarse, aguantar el frío y el hambre sin quejarse, estudiar, etc., son valores, mientras si racaneas, te quejas mucho, haces el vago, hablas a destiempo y cosas así, estarás acumulando contravalores.
_¿De qué hablas ahora? No te entiendo.
_Yo tampoco lo entiendo mucho, no creas. Ocurre que últimamente, en el blog que tenemos, algunos que saben mucho de filosofía se han puesto a elucubrar sobre estos temas, pero yo me pierdo y apenas saco en claro que los valores son buenos y los contravalores, malos. Vamos, digo yo.
_¿Qué es eso del blog?
_No te preocupes, ya te enterarás, aún falta mucho para que se invente. Por cierto, los futuros filósofos a los que he aludido están ahí contigo, en el colegio, pero en 5.º o en 6.º, y a lo mejor hasta los conoces, por lo menos de nombre.
_Oye, ¿me vas a decir de una vez quién eres y por qué que te oigo y no te veo?
_Pues soy tú mismo, dentro de cincuenta años.
_¡Venga ya, como que me lo voy a creer! Eso no puede pasar.
_Sí que puede, porque al fin y al cabo, y aunque tú no lo sepas, esto es un cuento, y en la literatura, como en el cine, se puede hacer flashback.
_¿Lo qué?
_Bueno, déjalo, no me hagas caso, porque a lo mejor se trata solo de un sueño, aunque no estoy seguro de si te estoy soñando yo a ti o eres tú quien me sueña a mí. La verdad es que también yo estoy hecho un lío.
_¿Y me voy a volver así de tonto y de pesao? Además, ¿qué me va a pasar, cómo va a ser mi vida hasta llegar a ser tan viejo?
_Eso no te lo puedo decir, tienes que irlo descubriendo tú mismo, día a día y año a año.
_Pues pa eso, después de la mañana que me has dao… Dime por lo menos si nos quedan muchas vueltas a la finca.
_Eso sí, unas cuantas.
_Pues anda…
_Bueno, yo me voy, que ni siquiera tenía que estar aquí, pues ya estuve hace mucho tiempo, cuando me tocó, cuando era tú.
_Lárgate de una vez y déjame en paz, so pelma. Si es que a mí me pasan unas cosas…
Y allí estaba, como clavado en el suelo, el director-capataz, viéndolos llegar con una sonrisa irónica y controlando ahora la entrada, que ninguno se quedase fuera.
Eugenio Cascón Martín