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Antiguos alumnos dominicos VIRGEN DEL CAMINO - LEON

COLECCIÓN EL TOMILLAR

yo ya lo tengo

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JESÚS HERRERO PROLOGA el libro de Dacio DON GARCÍA DEL ASTURA Y DEL MAMPODRE - volumen 8 de la COLECCIÓN EL TOMILLAR

JESÚS HERRERO PROLOGA el libro de Dacio DON GARCÍA DEL ASTURA Y DEL MAMPODRE - volumen 8 de la COLECCIÓN EL TOMILLAR

Presentación

Un genio escondido detrás de una puerta

Cuando leí este libro que ahora está en tus manos, hace ya casi dos años, me llevé una sorpresa mayúscula. Gracias a algunos amigos comunes tenía ligeras noticias de las habilidades literarias de Dacio, pero no me imaginaba tal despliegue, torrencial diría yo, de fluidez narrativa, tensión y ritmo, y menos en un género complicado por definición.

A Dacio se le podría definir así, como un genio escondido, tal vez detrás de una puerta o de cualquier otro sitio insospechado. Es un tipo que vive iluminando las sombras y no sueles notar su presencia hasta que te das de narices con él por casualidad. Por suerte, al final, todo el mundo va a tropezar con él y se va a llevar una muy agradable sorpresa.

Dacio prefiere que no se diga aquí nada de él. Es tímido y huye de las bambollas mundanas como de la peste. Pero que alguien me diga cómo se puede empezar a leer un libro sin saber nada de quien lo ha escrito. El autor es persona callada, no suele hablar mucho, y menos de sí mismo, pero para eso estoy yo, con su permiso o sin él, para decirte, querido lector, que como mejor se explica el cronista de esta historia es con papel y pluma.

La «petulante descripción» —en palabras del propio autor— que éste dedica a las características físicas del protagonista de la trama, tal vez podrían aplicarse, desde el punto de vista literario y humano —y aunque no lo acepte—, al autor del texto, un espléndido relato que engancha desde la primera línea con un timbrazo intempestivo de teléfono justo cuando el sueño, o los sueños, son más agradecidos.

Estamos ante una narración con tintes de novela negra contemporánea cuyas claves para articular el desenlace se encuentran en otra odisea, en este caso del siglo XVI. Las idas y venidas de los personajes van discurriendo y cruzándose por los caminos marcados en el antiguo relato hasta el final. Un cruce o superposición entre el hoy y el ayer de lo más original y efectivo.

Como sería de mala educación desvelar el final, sobre todo si tenemos en cuenta las características de género del relato, por no decir del reducido espacio disponible, no tengo más remedio que callar para que fluya la intensa corriente de esta historia que, a buen seguro, te arrastrará.

Jesús Herrero


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DON GARCÍA DEL ASTURA Y DEL MAMPODRE - volumen 8 de la COLECCIÓN EL TOMILLAR Por Dacio García González)

DON GARCÍA DEL ASTURA Y DEL MAMPODRE - volumen 8 de la COLECCIÓN EL TOMILLAR Por Dacio García González)

 

Dacio García González, de la gloriosa del 61, nos quiere contar una historia que en realidad son dos. Se trata de la gloriosa historia de DON GARCÍA DEL ASTURA Y DEL MAMPODRE.

Unos breves apuntes para hacer boca y sepáis de qué va esto: Ocurre un hecho delictivo y unos periodistas buscan datos para hacer la información. Por el medio se cruza la existencia de un manuscrito del siglo XVI que narra la historia de unos personajes que se movieron por el rincón más nororiental de lo que ahora es la provincia de León, en los valles del Curueño, Porma, Astura y Cea, y que relaciona las dos épocas.

Si le echáis un vistazo al texto de la contraportada, Dacio nos cuenta algo más.

 

El resto lo tendréis que leer por vosotros mismos en las 400 páginas que tiene esta espléndida novela. No, lo de espléndida no es un cariñoso calificativo de compromiso, y os puedo asegurar que la intriga de esta historia, escrita con gran calidad literaria, os arrastrará de principio a fin. Sobre el contenido solo queda por decir que el prólogo es de Jesús Herrero (gran animador de que el autor diera a conocer a Don García a todos nosotros), la edición, maquetación, diseño, etc. del gran Lalo F.Mayo y que a modo de epílogo veréis un entrañable documento que narra, en verso romance, la historia de la Dama de Arintero, señora de armas tomar que se lavaba con agua del Curueño.

Como ya viene siendo habitual con nuestros autores, Dacio también quiere preguntaros quiénes querríais un ejemplar (o más) para encargarle a los gallegos habituales los libros necesarios para cumplir con vuestros pedidos. 

El precio exacto de DON GARCÍA DEL ASTURA Y DEL MAMPODRE aún no se sabe a ciencia cierta (tan reciente es la edición del libro, hecha por Lalo, nuestro editor habitual, que ni tiempo ha dado a pedir el presupuesto), pero saldrá algo más caro que el Páramos de Jesús Herrero debido a su extensión de 150 páginas más.

Así que ya sabéis el proceso. Quienes lo queráis, apuntaos mediante un correo aquí, o bien contactar directamente con el autor.

dacio1950@gmail.com

¡Ah!, en este caso Dacio tampoco quiere sacar su libro a las librerías y ha dedicado todo su esfuerzo literario a nuestro solaz particular. Así que será el volumen 8 de la COLECCIÓN EL TOMILLAR en su epígrafe de relatos. Pero seguro que una vez lo hayáis leído le animaréis, le pediréis, le conminaréis incluso… a que lo publique en alguna editorial que se lo lleve a las librerías.

 

¡Qué bien que en estos tiempos en que los días tienen tantas horas, nuestros compañeros (Santos Vibot, Jesús Herrero, Quique Muñiz, Dacio…) se preocupen porque no nos falte el imprescindible alimento para el espíritu. Más que en la Orden de Predicadores, nuestros compañeros debieron estudiar en la orden de Escribidores.

En la portada ved la cubierta del libro.

Y el mapa de los lugares por donde se desenvuelve toda la acción que describe tanto el manuscrito del siglo XVI como el desenlace de la historia que tiene lugar en la actualidad. Aunque en sus páginas también podréis visitar Alcalá, Toledo, Valladolid, Salamanca, León…


 

 

una foto descrita en la novela de Dacio.

Es la Peña Forqueta, entre Arintero y Valdehuesa.

PÁRAMOS (por Jesús Herrero ) -3-

PÁRAMOS (por Jesús Herrero  ) -3-

Para ir haciendo boca.

Así comienza el capítulo 5 del libro de Jesús Herrero. Recuerda su llegada al colegio de la Virgen del Camino.


 

Dos días antes de mi marcha a León me despedí de Pili Villanueva. La niña lloró un poco y entonces me di cuenta de que mi alocada decisión de meterme a cura tenía consecuencias no previstas. Pero para entonces ya estaba atrapado en la espiral de acontecimientos que yo mismo había desencadenado. Las dudas sobre la tontería que iba a acometer me invadieron de nuevo. Ahora con más intensidad. De aquella rápida despedida salí totalmente deprimido. Incluso había nubes negras en el cielo ese día y un airecillo frío y molesto, propio de octubre, incrementaba aún más la sensación de incertidumbre o inquietud. Se me quitó hasta el hambre. Para colmo Pilarín ni siquiera se dejó dar un beso y se fue corriendo a su casa. No volví a verla más.

Las maletas ya estaban preparadas desde hacía un par de días. El seis de octubre, a las ocho de la mañana, mis padres, mi hermano y yo cogimos un tren con parada en todas las estaciones en dirección a León. Carbonilla, humo, frío y sueño. Silencio por fuera, tumulto por dentro.

Tres horas y media después, en parte recuperado ya el áni- mo, entramos los cuatro por la ancha puerta del colegio apostólico. Había barullo de padres y niños que se incorporaban ese día fronterizo entre dos vidas. Algunos llorosos, como no podía ser menos, otros no tanto. Un chaval de pantalón corto al que habían avisado por la megafonía interna nos estaba esperando en la con- serjería para llevarnos hasta el despacho del director de la escuela menor, el padre Félix Martínez del Cura, que nos recibió amable pero serio. Al entrar en el despacho a mi hermano se le cayó encima el mundo y se puso a llorar. El padre Cura, que era así como todos le llamaban, les dijo a mis padres que no se preocuparan, que se le pasaría en cuanto se fueran. Con semejante escena a mí también se me vino encima el planeta Tierra, pero no sé si por amor propio o por mostrar o lucir un carácter más duro que el de mi hermano, empecé a sonreír y disimular el descalabro interno, como si no pasara nada, como si aquello fuera jauja... 

PÁRAMOS (por Jesús Herrero ) -2- Página del editor

PÁRAMOS (por Jesús Herrero  ) -2- Página del editor

Hoy os dejo la página del editor (Lalo F. Mayo), que cierra el libro de Jesús Herrero. 

 

Este libro, séptimo título de la Colección El Tomillar, fue escrito en la ciudad de Madrid durante el obligado confinamiento a que la pandemia del virus Covid-19 sometió al mundo en el año 2020 y editado en Málaga en cuanto el autor puso el punto final a su historia. Una vez finalizado este trabajo, el arte final de Páramos viajó hasta la costa del Cantábrico para ser impreso en los talleres de artes gráficas de Lar, en Viveiro.

Para diseñar, maquetar y componer Páramos se ha usado la aplicación informática InDesign. La tipografía principal del texto del libro es la clásica Garamond del cuerpo 11, interlineado al 15. Para los números de los capítulos se ha empleado la familia Ibarra Real en cursiva del cuerpo 30. Una letra capitular de esta misma familia ilustra el arranque de cada capítulo, así como el título y el nombre del autor en cubierta y portadillas. Incluso el texto que cierra el libro —y que el lector está leyendo ahora mismo— está compuesto en esta espléndida letra creada por Jerónimo Gil en el siglo XVIII y fundida para la edición de El Quijote que imprimió Joaquín Ibarra en 1780.

Las ilustraciones, tanto del cuerpo del libro como de la cubierta y las falsas guardas, salieron tanto de la mano como de los recuerdos del autor del texto, Jesús Herrero.

Páramos ha sido impreso en papel offset extra Munken Print de 80 gms, con cubierta y solapas en cartulina gráfica de 295 gra- mos plastificada.

La Colección El Tomillar acoge los libros que se publican bajo la advocación del sitio de Internet antiguosalumnosdominicos, creado en el año 2007 para impulsar la celebración del cincuenta aniversario de la Fundación Virgen del Camino. De esta manera, Páramos completa la conmemoración de los primeros trece años del blog en la red universal. 

Lalo F. Mayo


PÁRAMOS (por Jesús Herrero ) -1-

PÁRAMOS (por Jesús Herrero  ) -1-

Me ha confesado Jesús que este libro no saldrá a las librerías.  
Es decir, que solo es para nuestros afortunados ojos.  Para algún despistado, todavía tenemos posibilidad de pedir un ejemplar a Jesús.


Por eso hemos adornado íntimamente la solapa con la lista de libros de la Colección el tomillar y el logo que el mismo Jesús Herrero nos hizo para ilustrar que ya son 13 los años de vida de este blog. 


IMPORTANTE

Como la imprenta enviará todos los libros a Jesús, será él quien tenga que embolsarlos, ponerles la dirección y llevarlos a Correos para hacerlos llegar a cada uno de vosotros. 


Por lo tanto, necesitará conocer la dirección postal de cada uno. Y para que estas no queden expuestas a la curiosidad de los miles de personas que pasan por aquí, lo mejor es que le enviéis a él confirmando vuestra dirección.

El email de Jesús: jesusherreromarcos@gmail.com

Él acusará recibo y a su vez os contestará con un correo en el que figurará su número de cuenta corriente, o en su caso el número de BIZUM, para hacerle el pago. 

PÁRAMOS (por Jesús Herrero ) número 7 de la Colección El Tomillar

PÁRAMOS (por Jesús Herrero  ) número 7 de la Colección El Tomillar

Tras los recientes y tristes acontecimientos de la última semana parece conveniente ponernos manos a la obra e iniciar la operación PÁRAMOS.

Os anuncio oficialmente que Jesús Herrero Marcos, tras una callada labor auspiciada por meses de confinamiento, ya tiene listo su nuevo libro, que lleva por sugerente título PÁRAMOS. (Ojo, no: Paramos). 

Arranca con él jugando por las calles de Palencia y ayudando a misa en San Pablo y termina 250 páginas después subiéndose al tren en Caldas con la carta de libertad en la mano. Es un libro de recuerdos que no son suyos solo. Son de todos a quienes ilumina este blog. Incluso a aquellos que han venido apagando su luz desde aquella primavera de 2007. 

Además de su literatura, os garantizo deliciosa, Jesús nos regala las ilustraciones de la portada, contraportada y del inicio de cada capítulo. Es lo que tiene trabajar con autores renacentistas, que le dan bien a todo.

Os develo que Jesús pretendía hacer una tirada muy breve, solo para regalar a sus íntimos estas navidades, pero creo que el gran Lalo F. Mayo (responsable del diseño, edición y maquetación del libro) ha terminado convenciéndole de que PÁRAMOS merece imprimirse bajo la advocación de antiguosalumnosdominicos en su famosísima Colección El tomillar, de la que será su número 7, para uso y disfrute de todos los que pasamos por aquellos páramos, mesetas y valles.

Ya está casi listo y solo falta saber a cuántos les puede interesar. En cuanto lo sepamos, se lo mandaremos a la imprenta para su edición.

Como podéis intuir, el precio varía en función de la tirada, pero seguro que no pasará de los 10 euros. Se pondrá, como siempre, a precio de coste más el precio de los envíos.

Ojala pudiésemos hacer una presentación formal, pero no lo pensamos, como es lógico.

La prosa saltarina de Jesús Herrero será una ráfaga de aire fresco que limpie este ambiente pesimista y recargado. Sin duda, todo seguirá igual, pero nuestro espíritu atribulado tendrá donde apoyarse para seguir saltando hacia adelante.

Como nos recuerda el gran Lalo F. Mayo, la Colección El Tomillar acoge los libros que se publican bajo la advocación del sitio de Internet antiguosalumnosdominicos, creado
en el año 2007 para impulsar la celebración del cincuenta aniversario de la Fundación Virgen del Camino. 

De esta manera, PÁRAMOS completa la conmemoración de los primeros trece años del blog en la red universal. 

Necesitamos con urgencia, pensando en poder tenerlo en casa para Navidad, conocer quiénes estáis interesados en el libro. Ponedlo como comentario en el blog, o enviadme un correo a:

josemaricortes@telefonica.net

Yo me apunto el primero. Os seguiré contando más cosas sobre el libro en próximos días.

Cuidaos.

LA VIRGEN DEL CAMINO EN CLAVE DE SOPORTALES (Por Luis Carrizo)

LA VIRGEN DEL CAMINO EN CLAVE DE SOPORTALES (Por Luis Carrizo)

Colgué yo, ya hace bastante tiempo, otro comentario aquí en el blog a una fotografía muy parecida a esta bajo el título Para su mal le salieron alas a la hormiga. El encuadre del santuario, protagonista entonces como ahora de la escena, era prácticamente el mismo e idénticas las dos vetustas torres que desprecio al aire fueron, si bien los soportales, que aún pueden apreciarse en la presente circundando la iglesia,   no se advertían en la otra, dado que acababan de rendirse a la gran pesadumbre de la piqueta obisperina. Pero, dejando a un lado esta casi hamletiana cuestión del estar o no estar de las arcadas, sobre la que más tarde volveremos, resulta patente y manifiesta una diferencia que tiene más que ver con los personajes que con el decorado.

 

En la primera todo el protagonismo lo acaparaba una niña que aparecía en solitario, mientras que en esta que hoy nos ocupa podemos descubrir una negra e indefinida  multitud entre la que, mal que bien, destaca la imagen de una vieja vestida de luto riguroso, como era habitual, tirando de dos burros también negros. La mujer, a juzgar por su paso decidido, da la sensación de tener prisa en llegar a casa para mirar —quiero creer— por el puchero que, seguramente, antes de salir, dejó sobre la cocina al amor de la lumbre. Justo a la altura de la vieja aún podemos distinguir claramente, aunque de espaldas (mala suerte), la estampa de cuatro mozas morenas pisando con garbo, como mandaban los cánones heteropatriarcales que regían a la sazón. Caminan cogidas todas del brazo, mas no por protegerse sino porque era la costumbre, ya que por suerte las únicas manadas de cerdos salvajes que existían en España por aquellas calendas eran las de jabalíes. En cualquier caso, estamos seguros de que si, de forma inopinada, surgiera la necesidad de espantarles algún moscardón que pretendiera propasarse, ese paisano de la gabardina, que avanza a su lado guardándoles las espaldas con esos aires de leonés Kevin Costner con boina, saldría de inmediato, caballerosamente, en su defensa. Eso era también lo habitual.

 

La verdad es que a mí me hubiera apetecido comentar algo más actual. Quizá una fotografía del Monasterio de Montserrat me habría servido de excusa para echar mi cuarto a espadas sobre el candente asunto de la política catalana y decir que los independentistas  —ahora que estamos comenzando a sentirnos miembros de una galaxia y a llamarnos terrícolas, porque hasta europeos va a sonar en breve excesivamente pueblerino— me recuerdan a esas parejas que deciden realizar el sueño de su vida después de jubilados, e irse a vivir al campo, a  una casa con piscina y pista de tenis, pero lejos del médico de cabecera y con los hijos ya desparramados cada uno a su aire. A eso en catalán se le llama fer tard

 

Tampoco me hubiera desagradado glosar —por las actualísimas connotaciones geopolíticas y religiosas que entraña—, en lugar del ya glosado y, para colmo, desaparecido santuario de mi pueblo, la foto de alguna suntuosa y bella mezquita de Riad, que esta vez mostraría una blanca multitud de saudíes (no saudíes y saudías) enfundados en sus albos, típicos trajes regionales, saliendo de cumplir con alguno de los cinco preceptos del Islam (entre los que no se cuentan, por lo que voy comprobando, acoger a los correligionarios si estos tienen el pésimo gusto de viajar en patera).

 

Pero yo no he venido aquí a hablar de mezquitas ismaelitas, ni de independentistas, ni de mozas o viejas cristianas, sino del libro de Cicero. Y de los soportales, como más atrás apunté, porque, aunque ya fueron mencionados en el escrito de la niña, me había quedado el rabo todavía por desollar.

 

Coello de Portugal —según nos explicó Isidro Cicero magistral y poéticamente en su Virgen del Camino en/clave de misterios— reedificó el nuevo templo a partir de “una marea de ángulos de noventa grados” y de “un oleaje de rectángulos”. Podéis leerlo tal que así en la página treinta. Y esa marea de ángulos de noventa grados —añado ahora yo— que por sus efectos devastadores merecería más bien ser tildada de tsunami ortogonal, se llevó todo por delante, como era de prever. Especialmente los soportales, porque no hay cosa que provoque más a un ángulo recto que un arco de medio punto. ¡Ay, las eternas curvas y sus eternas provocaciones! Y como a Fray Curro —no perdamos el hilo—, que se había criado a los pechos de Le Solchoir, no tenía ojos más que para el cemento y no le gustaban ni poco ni mucho los próstilos, los anfipróstilos, ni los peristilos, optó por sustituir los viejos soportales, y sus insinuantes curvas, por una como super-marquesina (que me recuerda horrores la cubierta del parking de mi urbanización), toda en beton brut, que es como Le Solchoir llamaba a lo que en español vendría a ser, por entendernos, hormigón de garrafón. La marquesina se construyó con forma de rectángulo, obviamente, pero sin proporciones áureas ni mensajes crípticos ocultos en el fortuito número de postes que la sustentan. Y lo afirmo con esta rotundidad porque, de no ser como digo, Cicero lo hubiera registrado en el exhaustivo y penetrante inventario que nos brinda en su citado libro. A mí solo se me ocurre pensar —por justificar a Coello— que o bien bajó la guardia porque daba ya la liga por ganada, o, lo que me parece más plausible, que Subirachs y Ràfols Casamada, catalanes al fin, arramplaron con la mayor parte del presupuesto en sus negociaciones con don Pablo, no dejándole al pobre Coello otra salida que la de tirar de encofrado y meter cemento a tutiplén para medio cubrir el expediente.

 

En Le Havre, ciudad que sale mucho últimamente en el blog y patria chica de mi mujer, levantó un edificio singular el famosísimo urbanista y arquitecto brasileño Óscar Niemeyer. Esto me consta que lo conoce muy bien Lalo Mayo, que sabe casi tantas cosas como Cicero. Pues bien, en la biblioteca que, entre otras cosas, alberga el citado edificio, y que los havreses han dado en llamar el Volcán, hay colgada una placa que recoge esta literal opinión del citado creador de Brasilia: “No me gustan los ángulos rectos. Ni las líneas rectas, inflexibles y duras creadas por el hombre”. Yo me quedé de un aire cuando lo leí y estuve en un tris de comenzar a replanteármelo todo. Por suerte, pude encontrar el antídoto en las famosas palabras que Ortega —precisamente en el transcurso de un viaje por tierras de León— dedicó “con aire de dignidad ofendida” a un señor al que estaba tratando de ilustrar en la geometría mesetaria: “¡Caballero —tuvo que decirle—, en Castilla no hay curvas!”.

 

P.D. Remito una fotografía del Volcán por ilustrar (si el furriel lo tiene a bien) las ideas de Niemeyer. La tomé un día en que las fantasiosas nubes, simulando una erupción, quisieron darle la razón a quien tuvo la ocurrencia de ponerle ese nombre.

 

 

Luis Carrizo,  Alicante, 21 de febrero de 2019

 



 

Nota del furriel.- El escrito al que hace referencia Luis titulado "por su mal le salieron alas a la hormiga" apareció publicado en el blog el 4 de Julio de 2015.

Me tomo la libertad de recordároslo. Luis, espero no te parezca mal, pero, chico, es siempre una delicia el leerte.

Decía así:

Si lees este comentario de nuestro compi Luis Carrizo a esta vieja fotografía, que también encontré trasteando por la red, del inicio del derribo del viejo Santuario con niña plantificada en el centro, te vas a reir un rato.

Si lo lees por segunda vez y te miras al espejo, te verás una mueca como de tristeza.

Cuando termines la tercera lectura seguro que dirás:

¡Mecagüenla!, cómo escribe Luis y cuántas cosas dice en tan pocas líneas.

Le pedí me comentase esta foto y con este preámbulo me envia el relato del que a continuación podéis disfrutar.

Amigo Cortés, esta vez he tardado más de la cuenta en responder a tu petición, pero como el marido pillado in fraganti, puedo explicarlo: lo escribí en un plazo razonable, pero después de tenerlo terminado y a punto de remitírtelo caí en la cuenta de que me había metido en un jardín y decidí reescribirlo. Esto era cuando ya estaba a punto de salir para León, y me dije: lo reescribiré en el tren, porque esta vez fui solo y cogí el tren. Pero en el vagón, repleto de jubilatas, yo era "el joven" y me pasé el viaje subiendo y bajando maletones de señoras, entre las que no estaba, ¡cagüen la leche! la Isabel Preysler. En León, donde estuve diez días, se me complicó la cosa con compromisos y circunloquios varios.

La conclusión, bromas aparte, es que me volví a Alicante con el encargo bajo el brazo. Y solo hoy, con una nueva y distinta redacción te lo hago llegar. Espero de que...

  Gracias Luis, maestro de las letras.

 


 

PARA SU MAL LE SALIERON ALAS A LA HORMIGA

 

A las iglesias les sucede a veces lo mismo que a algunos porteros internacionales de fútbol, que como parte de la grada dé por comenzar a silbarlos ya pueden ir poniéndose en lo peor. Al santuario que aparece en esta fotografía comenzaron a chiflarlo a raíz de los faustos de la coronación canónica de la virgen que albergaba en su interior, porque, por lo visto, el edificio no daba bien en los Ecos de sociedad.

Mientras se mantuvo como iglesia del pueblo nadie dijo una palabra más alta que la otra; incluso cuando en 1914 la imagen fue proclamada Patrona de León, las aguas se mantuvieron quietas y a nadie se le ocurrió pedir lucernas de alabastro ni suelos de caoba, porque, a fin de cuentas, León jugaba en aquel tiempo, igual que ahora, en regional.

Pero, ¡ay, amigo!, cuando en 1930 se procede a coronarla ca-nó-ni-ca-men-te y empezamos a jugar en primera, y a salir en los papeles, y a figurar, entonces algunos cayeron en la cuenta de que se le veía demasiado el pelo de la dehesa, y acabaron por señalarla con el dedo acusándola de vieja, de pobre y de pequeña.

 

También, en ocasiones, a las iglesias pobres y ruinajas les ocurre lo que a aquel paisano que se apostó que llegaría hasta la altura de los más altos tejados del pueblo por el sencillo procedimiento de ir dando saltos con unos muelles atados en los pies. Y, en efecto, logró su objetivo; pero como los muelles le seguían impulsando cada vez más alto, sus piadosos convecinos  no encontraron mejor forma de pararlo que llamar a la Guardia Civil para que lo matasen.

Con el ya extinto santuario de La Virgen del Camino no se recurrió a la Guardia Civil sino a la HELMA EMPRESA CONSTRUCTORA, S.A., que de forma igualmente expeditiva, con el todopoderoso encargado Ponciano Calvo al frente, se ocupó de oficiar la ceremonia de la retirada de la primera piedra, y así, después, meticulosamente, hasta la última, rememorando la triste hazaña del babilonio Nabucodonosor con el antiguo Templo de Jerusalén.

 El día en que se tomó la foto que estamos comentando le habían arrancado ya a la pobre iglesia los soportales con que se ceñía, algo así como su paño de pureza, dejando expuestos a la vergüenza pública sus muñones y sus cicatrices; y, sobre la picota, para más inri, el sambenito del cartel que proclamaba sus ya citados crímenes y justificaba su inexorable destrucción: “por vieja, por pueblerina, por insignificante”. 

Nadie, que sepamos, propuso mover, piedra a piedra un poco más allá, no solo los dos pórticos que han dejado de testigos, sino todo el edificio. Hubiéramos así presumido ahora de dos santuarios, como en Salamanca presumen de dos catedrales y en Roma, de dos papas. Pero —ya se dijo en otro lugar—, cuando el vendaval de la civilización sopla con fuerza resulta siempre incontenible e inmisericorde.

 

A pesar de tan crudelísima sentencia (seguramente que también gracias a que no la acusaron de fea, extremo que le hubiera resultado en verdad insoportable), puede advertirse que la iglesia, aun en medio de su ruina, se muestra imperturbable, digna y hasta luminosa. Algún alarife, algún cantero de los que labraron sus sillares y elevaron sus torres al cielo puede que se estremecieran en sus tumbas al eco de los mazos que la derruían. Alguna mujerina o alguna devota anovenaria quizá lo sintieran como una ofensa propia al considerar que también ellas eran viejas y pueblerinas y pequeñas.

Pero el antiguo santuario mantiene esa estoica actitud —voy a declararlo— porque se pasó la vida aprendiendo a morir. Y no precisamente por haber tenido a Séneca de maestro, que era quien proponía ese consejo, sino al mismísimo astro rey, que todos los atardeceres, justo frente a esa fachada, que da a Poniente, estuvo enseñándole a aceptar el ocaso con silenciosa y ejemplar resignación.

 

—Y ¿la niña? —me tuitea uno de mis followers cuando ya estaba yo levantándome para marchar

—¿La niña? —le he respondido— No sé quien pueda ser. Nadie ha sabido darme razón de ella a pesar de todas mis pesquisas. Para mí que se trata de otra aparición.

 

Luis Carrizo

Alicante, Junio 2015

LEYENDO PARAÍSOS

LEYENDO PARAÍSOS

Amigo Jesusito, ¡oh genio del 61!, qué bien me lo he pasado leyendo tu libro.

 


El Belén de Sotobañado era más divertido, sobre todo porque la abuela me dejaba colocar casi todas las figuras donde mejor me en apareciera. Por ejemplo, aquel año puse al niño Jesús en el castillo de herodes porque me pareció que allí iba a estar más calentito, y a Herodes le coloqué en la cueva con el burro y la vaca. No entendía muy bien esa manera de confundir las cosas que tenían los mayores, tanto hablar de Jesús y que si es el Hijo De Dios, y todo ese rollo, y luego le ponían en el peor sitio del Belén. 

(PARAÍSOS pagina 209)


De los frailes no se volvió a saber más. Simplemente desaparecieron cómo desaparecen los nublados en Castilla después de haber descargado toda la ira divina sobre la faz de los prados. Dos días más de sol y desaparecería, incluso, la escasa humedad que pudiera haber dejado la tormenta. 

(PARAÍSOS página 241)

ENTRE TODOS LO MATARON (Presentación en la Casa de León de Madrid, jueves día 21, a las 19,30 horas)

ENTRE TODOS LO MATARON (Presentación en la Casa de León de Madrid, jueves día 21, a las 19,30 horas)
Nuestro querido compañero Luis Carrizo Medina me informa de que su hermana, quien, me dice, que, igual que el Maligno, no descansa jamás, le ha organizado una presentación de su libro Entre todos lo mataron. Un sanmartín en un pueblo de León, para el ya inminente jueves, día 21, a las 19,30 horas en la Casa de León de Madrid, calle del Pez nº 6.

 

Y como, a pesar de la sólida y muy solvente compañía y apoyo que le prestará Joaquín Bandera, que ejercerá de presentador del acto, puede que en semejante urbe vaya a sentirse como gallina en corral ajeno.

Por lo que quiero que sirva esta noticia en nuestro blog, por si alguien o álguienes no tiene mejor cosa que hacer ese día a esa precisa hora. Y yo os recomiendo que no os perdáis, ni el acto, ni el libro.

Luis se apresura a aclararnos que la presentación no coincide, loado sea Dios, con ningún partido de la selección española de fútbol. 

 

Y aquí os dejo los versillos que nos regala Luis.

Para quitar hierro a la temática --aunque "quitar hierro" no sea quizá la expresión más apropiada--, te acompaño unos versillos de índole jocosa que compuse para incluir en un tarjetón que me confeccionó Lalo para el caso, pero que, por circunstancias, no utilizo aquí.

(Pido disculpas a Lalo por el escamoteo y a Santos por profanar el Parnaso)

Lamentaban dos marranos 

 

que, a causa de sus jamones,

 

sufrieran persecuciones

 

y muerte por los cristianos.

 

—De poco os quejáis, hermanos,

 

—dijeron otros gorrinos—

 

pues solo en los San Martinos

 

nos matan los bautizados.

 

Peor   saldremos parados

 

cuando hagan jamón los chinos.

 

 


EN LA CASETA DEL PARAÍSO

EN LA CASETA DEL PARAÍSO
El domingo 3, alas 12.30, tal y como se indicaba en el blog, acudí a la Feria del Libro y me presenté en la caseta en la que firmaba sus libros Jesús Herrero.
Allí coincidí primero con alguien a quien no conocía (reconocía). Me llevé una agradable sorpresa cuando me presentaron al "Pitu", tal cual es él.

Después aparecieron Fco. J. Fdz. Martín, a quien conocí en la presentación del libro de Tomás Álvarez, y J.L. Suárez, mi profe de Historia en 4º,

Te envío la foto que confirma dicho encuentro.
Por si alguien no nos reconoce, nombro a los personajes: Fco. J. Fdz. Martín, J.M. García Marcos, J.L. Suárez, J.M.G.Valdés y, al fondo de la imagen,el famoso autor.

Saludos
Jesús M. García Marcos

PARAÍSOS DE JESÚS HERRERO

PARAÍSOS DE JESÚS HERRERO

Jesús María Herrero Marcos

No llegué a obispo pero, aprovechando el portillo, certifico que estaré en las Feria del Libro de Madrid el domingo día 3 de junio y el sábado 9 de junio de 12:30 a 14:30 en la caseta 290 (Cálamo ediciones). Allí estaré para todo el que lo desee e incluso para los no lo deseen. Para todos besos.

PARAÍSOS (Agradecimiento) INSTRUCCIONES PARA RECIBIR EL LIBRO

PARAÍSOS (Agradecimiento) INSTRUCCIONES PARA RECIBIR EL LIBRO

Queridos amigos, como se suele decir, no tengo palabras para agradeceros el interés que mostráis por este librín que escribí con el ánimo de contar a una gran parte de mi familia lo que sucedió en aquel pueblo cuando todavía no habían nacido. Algo que ellos nunca podrán vivir, ya no tendrán ese privilegio.

 
Eso sí, lo hice (lo de escribir) con el permiso del señor alcalde presidente de la muy noble villa de Casorvida que él, humildemente (falsa modestia pura), llama “Aldea Global” como si tal cosa, como si esa aldeona no hubiera sido faro y guía de todas las demás (laus Deo). Por cierto, le doy gracias (al señor alcalde) por el préstamo del río y las truchas. Estaban fetén. Si el señor alcalde tiene a bien aceptar, le mandaré un par escabechadas y al vacío por correo junto con el librín (más que nada porque pienso pedirle permiso para escribir más cosas y así, haciéndole la pelota, me lo concedería tal vez…).

 
Espero que esta narración que queréis compartir con un servidor os trasporte también a vuestros paraísos particulares, que serán muchos y, seguro, mejores, que fue el argumento que empleó el Gran Lalo para convencerme y llevarme al huerto de nuestra colección “El Tomillar” que, poco a poco, va creciendo (por supuesto con el “nihil obstat” de la Aldea Global, faltaría más).

 
También tengo que deciros que estaba previsto, en contra de mi criterio, que se me iba a conceder el Nobel de Literatura de este año, pero ya sabéis que se suspendió la concesión del dichoso premio a causa de un lío de faldas de los responsables de concederlo, lo cual me ha librado del penoso trance por ahora. Estaría bueno que encima se me hubiera asociado con enjuagues de ese tipo.

Es una razón más para quedarme con “El Tomillar”, con el Gran Lalo y con el Excelso Furriel, que es como decir con vosotros.

Besines. Jesús Herrero

 


 

 

He de decir que los PARAÍSOS de Jesús Herrero ya están en la imprenta.

Según me informa nuestro impresor de cabecera, el que nos ha hecho todos los libros de la prestigiosa Colección El Tomillar, es muy posible que quede listo incluso antes de que termine este mes de mayo.

Así que es necesario que quienes habéis pedido algún ejemplar y queráis recibirlo por correo en casa, me enviéis con la mayor urgencia a mi correo email: lalofmayo@gmail.com vuestra dirección postal para a mi vez hacérsela llegar a la imprenta. No colguéis la dirección en el blog, que puede quedar expuesta a cualquiera que pase por aquí. Insisto en que me la hagáis llegar a mi email.

Eso sí, solo serán necesarias las direcciones de quienes vivís fuera de Madrid, porque los afortunados residentes en la capital del Reino podrán disfrutar de la firma del autor en su caseta de la Feria del Libro, que será, bien el día 3 de junio, o el 9 del mismo mes, donde podrán recibir su ejemplar y hasta tomar unas cervecitas con él.

El precio del libro ha quedado establecido en DIEZ euros, todos los gastos incluidos. En su momento os enviaré a vuestro email el número de cuenta del autor para que le ingreséis esa cantidad (más la voluntad) y así él a su vez pueda cumplir con la factura que le enviará la imprenta.

Salud

Lalo Mayo


PARAÍSOS (Sotobañado)

PARAÍSOS (Sotobañado)

Hace unos días Jesusito Herrero nos descubrió que el lugar de su libro se llama Sotobañado, lo cual define perfectamente su paisaje topográfico, un pueblín rodeado de arroyos y un río, (el Boedo) que riega un soto sombreado por arces, álamos y fresnos, o sea, el paraíso...

Para abrir boca, aquí os dejo el primer capítulo, que presenta la geografía del libro.

¿Todavía no has pedido tu ejemplar?

 


 

 

 

SOTOBAÑADO

El pueblo se llamaba y se sigue llamando Sotobañado y Priorato, nombre que describe perfectamente sus cualidades orográficas, y se llegaba hasta allí por carreteras polvorientas y sin asfaltar, sobre todo en los últimos kilómetros. Tras una loma, o cambio de rasante, aparecía, dos o tres kilómetros más adelante, minúscula aún, la torre de la iglesia, una arboleda a su derecha y las casas del pueblo a su izquierda. Justo allí se bifurcaba la carretera en direcciones contrapuestas. Y justo allí, envueltos en el polvo que levantaba el coche que me había llevado, desaparecían la carretera y el penoso pasado inmediato, lleno de pesadumbres, obligaciones y horarios deplorables.
El camino que se bifurcaba a la derecha cruzaba una pradera con chopos a la que todo el mundo llamaba Suleja, palabra de origen confuso que se supone relacionada con algún localismo evocador del sol o a un «lugar soleado», o tal vez a una derivación popularizada del latinajo sub ecclesia porque, efectivamente el prado de los chopos se encuentra bajo la iglesia del pueblo. Aquí jugaban a la pelota niños, jóvenes y mayores, se pelaba la pava y otro sin fin de actividades recreativas que los parroquianos fueran capaces de inventar. En fin, un espacio capaz de absorber preocupaciones que nunca alcanzaban un grado de intensidad suficiente como para inquietar o alarmar ni al cura ni al alcalde.

Luego, el camino cruzaba el río Boedo por un puente de piedra desde el que se podían ver, si uno se asomaba al pretil, truchas enormes por docenas deslizándose contra corriente, sobre todo en verano, que es cuando el cauce bajaba más apacible y sereno. Al final del camino, sobre una loma, se levantaba la ermita, a la que nadie iba fuera de los días de romería o procesión, salvo, de vez en cuando, alguna pareja distraída al amparo sus muros.

La larga recta de la carretera principal se desviaba a la izquierda para adentrarse en el pueblo. Aproximadamente en el centro, se levantaba la casa de mi abuela y mis tíos y cuando yo llegaba a la puerta mi cabeza había olvidado ya su penitente vida anterior y había recuperado las intensas sensaciones que, por suerte, se repitieron a lo largo de algunos años. Mi expresión cambiaba, según dice mi madre, desde la seriedad responsable a la de alocado irredento, todo ello en el tiempo aproximado que se tarda en recorrer los últimos tres kilómetros antes de llegar allí, más o menos cuando aparece al fondo, muy pequeña aún, la torre del campanario y sus territorios circundantes dispuestos a recibirme sin reservas ni precauciones.

Después de las imprescindibles recomendaciones de «pórtate bien», «no hagas picias» y una larga lista que iba olvidando a medida que era recitada, llegaba la hora para mis padres de volver a la capital, gentilicio o apelativo genérico con el que la gente del pueblo solía referirse a Palencia para enfatizar su importancia y jerarquía provinciana. 
Era el momento de las despedidas antes de montarse en la rubia, que no era otra cosa que el coche con chasis de madera que nos traía y los llevaba de vuelta.
Jesús Herrero

PARAÍSOS (texto de la introducción)

PARAÍSOS (texto de la introducción)

Introducción al libro PARAÍSOS de Jesusito Herrero. Os animo a reservarlo.


Paraísos
Hay razones, incluso científicas, para pensar que, en ocasiones, podríamos modificar el estado de ánimo simplemente rememorando lejanos paraísos ya pasados, pero a veces cristalizados en el presente en forma de paisajes, olores, sonidos, sabores o, incluso, sensaciones táctiles.
Estos paraísos, que solemos utilizar como oasis mentales esporádicamente, son revividos gracias al recuerdo de épocas en las que fuimos capaces de acariciar con cierto grado de intensidad algo parecido a la despreocupación.
Puede que lo contrario de eso sea el Infierno, pero algún Papa ya casi olvidado dejó claro que, al menos con llamas, no había nada reseñable en la otra vida, en esa con cuya previsión ahuyentamos nuestros miedos a la muerte. Bastante infierno, creo que añadía, había ya en ésta como para seguir añadiendo leña al fuego. Con esto se vino a cargar de un plumazo mil años de teorías sobre castigos y penalidades para los agradecidos pecadores, especie muy abundante, sobre todo en determinados momentos históricos cuando el miedo escatológico era capaz de reconducir a los extraviados a un camino hipotéticamente mejor. No se dijo nada del Cielo o del Paraíso, creo, pero tampoco hace demasiada falta en estos tiempos añadir algo sobre este particular, al fin y al cabo si lo uno desaparece también lo otro.
Mucha gente, más de la deseable, se ha quedado tranquila con la supresión institucional del fuego, aunque, como todo el mundo sabe, solo fuera una entelequia de repercusiones físicas dolorosas. Los que debieron experimentar mayor alivio serían, supongo, los del cuerpo de bomberos. Sería inimaginable y triste el descrédito profesional que sufriría la institución ante la imposibilidad de apagar un fuego pretendidamente eterno por muchas ganas que se pusiera en el empeño.
Vuelvo al paraíso de los recuerdos de una infancia alegre porque estos tiempos, al contrario que aquellos, son más complicados y revueltos y, sin que ello suponga una huida del presente: Se trata de buscar los remansos en los que recuperar el aliento. Pero solo eso: Nunca he creído en el dicho popular de «cualquier tiempo pasado fue mejor».
A ese lugar ya remoto entré por primera a través de una puerta de cristales traslúcidos y de colores angelicales. Así era la puerta de la casa familiar del pueblo donde nació mi madre Carmen. Siempre estaba abierta. Al entrar se percibía invariablemente un suave olor a rosquillas de anís que nunca faltaban en la bandeja de porcelana que había sobre una alacena cerca de la entrada. Bueno, nunca faltaban cuando no estaba yo.
Desde el verano del año 1954 hasta el del 1958 solía ir al pueblo en vacaciones, ya fueran de verano, Navidad o Semana Santa. Supongo que para los habitantes de la casa, es decir, mi tía Maruja, mis tíos Miguel y José María y mi abuela, que también se llamaba Carmen, yo era algo así como la revolución, no la bolchevique, por supuesto, que en aquel entonces se decía que era cosa del demonio, sino otra más inocente aunque no menos agitada y, en cualquier caso, muy oportuna, porque en años anteriores mi tía había perdido algunos bebés a causa del fatal Rh que en aquellos tiempos hacía estragos entre la población infantil. En ese momento yo era el único niño, de apenas cuatro años de edad, capaz de generar un movimiento físico y mental distinto al habitual en el trascurso de las horas y los días, un ritmo más acelerado aunque, justo es reconocer, a veces era más bien exceso de velocidad. Algo normal si se piensa en un niño acostumbrado a los rigurosos horarios de la capital: despegarse de las sábanas, desayuno, colegio con todas sus connotaciones traumáticas, vuelta a casa, comida, vuelta al cole, vuelta a casa, merienda, los fatídicos deberes, cena y a la cama, todo ello con el implacable control paterno y, sobre todo, materno. 
Cuando ese niño llega a un sitio donde se olvidan los aludidos rigores y ni siquiera está muy clara la hora de levantarse de la cama, o la de comer, o la de perderse por el campo, el río o la era, cosas todas ellas del máximo interés, empieza a encontrarse en situación de entender, captar o sentir conceptos más serios y consistentes, como por ejemplo libertad o felicidad, conceptos que no dejan de despedir un cierto tufillo a cursi, no lo voy a negar. Quizá un niño de esa edad solo pueda sentir o intuir mejor la sensación de despreocupación, o tranquilidad, que es lo que se siente cuando a uno no le faltan cosas, o no echa de menos nada importante. En definitiva, ese niño está posiblemente empezando a cruzar la verdadera puerta de su paraíso particular.
JESÚS HERRERO MARCOS

PARAÍSOS (número 6 de la prestigiosa Colección El tomillar)

PARAÍSOS (número 6 de la prestigiosa Colección El tomillar)

El gran Lalo Mayo y Jesus Herrero nos hacen partícipes de una nueva historia que someter a vuestra atención.

Fírmala esta vez el ínclito Jesús Herrero, que harto de trabajar para los demás, ha decidido trabajar para él.

Y lo que ha hecho se titula Paraísos. Son unas decenas de historias pequeñas, algunas ilustradas con su arte, que sumadas llegan a las 250 páginas y que cuentan lo que al pequeño Suso le sucedía en «su» aldea  cuando lo llevaban a pasar aquellas escuetas vacaciones infantiles. Le sucedía a él y nos sucedía a todos nosotros, porque casi todos tuvimos nuestra propia aldea con los respectivos abuelos, o tíos, o padres.

 

Os dejo para vuestro disfrute la cubierta completa que llevará el libro.

Jesús  planteó al gran Lalo Mayo el libro como algo de uso  interno, familiar, pero le convenció para que lo abriera al mundo y así lo haremos, contando con la benevolencia de quienes nos leen.

De ahí esta entrada en el blog con el anuncio de este nuevo libro (en próxima entrada del blog os dejaré el texto de la introducción) con el propósito de abrir una lista para ver a quiénes les interesa el libro.

Encargaremos la impresión de acuerdo con el número de ejemplares solicitados y montaremos la fiesta de presentación de este que será el número 6 de la prestigiosa Colección El tomillar, que, por cierto,  estrena logotipo.

 

Suponemos que LAR, empresa que nos imprimirá el libro,  se encargará de enviarlo a quienes no puedan recogerlo in situ mediante el sistema utilizado en anteriores ocasiones. Por 1,50€ más el 10% del precio del libro, lo envía a la dirección que le digamos.

 

El precio del libro  irá en función de la tirada que hagamos, pero a poco que nos animemos, andará en torno a los 10 eurillos el ejemplar.

Insisto en que la tirada será determinante para el PVP.

  (NOTA: El formato y tamaño del libro es exactamente igual que el de Joaquín Bandera).

Como en anteriores ocasiones, dejad un comentario en el blog confirmando vuestro interés en adquirir Paraísos el número 6 de la Colección el Tomillar y el número de ejemplares que solicitáis.

Yo voy ahora mismo a apuntarme, merece la pena.

el furriel.

EL RAPTO DE LA JUSTINA (Una historia de amor a destiempo) por Eugenio Cascón

EL RAPTO DE LA JUSTINA (Una historia de amor a destiempo)  por Eugenio Cascón

ALGO PARA SITUARNOS

 

Es posible que algunos recordéis a dos mujeres que venían al colegio a limpiar y que eran conocidas como la Veneranda y la Sabina. Se las nombraba así, con el artículo delante, como era costumbre popular en la época, sin que ello conllevara ninguna connotación despectiva, a pesar de lo que algunos puedan pensar. Es solo un uso lingüístico que aún pervive en nuestros días en determinados ambientes populares.

 

Estas dos mujeres, la primera ya de cierta edad y la segunda más joven _aunque no tanto como la del relato_, se ocupaban sobre todo de la zona de los lavabos, de las tareas más sufridas e ingratas. Efectuaban su trabajo a conciencia y, duras como todas las mujeres de pueblo de la época, jamás expresaban una queja. Así, al menos, permanecen acurrucadas en mi memoria, aunque no sé si esta será del todo fiable.

 

Solo conservo de ellas, pues, algunos retazos de recuerdos dispersos e imprecisos, suficientes, sin embargo, para que, recompuestos a mi manera, me hayan permitido pergeñar una especie de cuento del que son protagonistas dos sosias suyas. Dado que se trata de una historia inventada que encierra unos hechos imaginados, pero inimaginables en aquellas calendas, para evitar malentendidos he optados por sustituir los nombres originales por otros de fonética similar, aun siendo consciente que, en relación con el título, hubieran quedado mejor los auténticos: lo del “Rapto de la Sabina” está ahí, a huevo.  

 

Partimos, por consiguiente, de unas personas que fueron reales, pero el relato gira en torno a unos personajes ficticios. Y lo que me ha salido, aun con su toque de humor melancólico y su pizca de socarronería, es nada menos que una historia de amor, desarrollada en un lugar y un tiempo en los que nunca pudo haberse producido. Es solo una fantasía desarrollada en un espacio en el que el amor humano estaba vedado, en el que en gran medida nos fue cercenado, aun antes de nacer, el despertar de los sentidos y de los sentimientos propio de la adolescencia. El aprendizaje sería, como ya hemos comentado en tantas ocasiones, tardío, incompleto y hasta doloroso.

 

Confío en que muchos de vosotros guardéis en vuestra memoria más cosas que yo en la mía de aquellas dos mujeres que, de alguna manera, formaron también parte de nuestra comunidad. Si es así, estaría bien que os decidierais a dar salida a esos recuerdos, a compartirlos, como es costumbre y finalidad de este espacio, a modo de modesto homenaje a ellas. 

 

E imagino que ninguno de los frailes de buena presencia y en edad de merecer que por entonces habitaban el lugar se dará por aludido con lo que se cuenta a continuación. ¿O quizá sí?

Eugenio Cascón Martín

 

 


 

LA HISTORIA

 

El colegio era muy grande y estaba habitado por una turbamulta de quinientos adolescentes que llenaban todos los espacios y los recorrían en todas las direcciones una y otra vez, las más de ellas en prietas y ordenadas filas, bien organizadas y controladas por la superioridad. A ello habría que añadir los frailes, que, aunque eran menos, también ocupaban lo suyo; y las monjas, que hacían la comida y lavaban la ropa; y Pepe, el portero, y…

 

Dado que el ser humano tiende a producir desechos y a ensuciar el hábitat en que se mueve, era inevitable que tanto personal allí enclaustrado maculara continua e inexorablemente pasillos, aulas, dormitorios, recreación, retretes y demás dependencias, lo que hacía preciso asearlo todo. Pero no había problema: las brigadas de limpieza se desplegaban a su debido tiempo, integradas, con mayor o menor voluntarismo y entusiasmo, por los propios estudiantes, que empujaban incontenibles _pasillo adelante, pasillo atrás_ aquellos artilugios, bautizados como tranvías, que dejaban el suelo a propósito para Narciso a base de petróleo. Y, del mismo modo, se higienizaban periódicamente las aulas, tras remover pupitres y mesas, las camarillas (cada uno la suya y con esmero, bajo la amenaza perpetua de una inspección por sorpresa), y todo lo demás. 

 

Pero quedaban las zonas de evacuación de aguas menores y mayores, que constituían lo más peliagudo y desagradable. Y a estos efectos, los rectores se habían estirado contratando a dos mujeres del pueblo, que aparecían por allí algunos días con el fin de ocuparse del aseo de aquellas instalaciones menos nobles. Eran la Perseveranda y la Justina.

 

La Perseveranda era una mujer ya entrada en años, pequeña y enjuta, de facciones endurecidas, de nariz grande y mejillas hundidas, tal vez socavadas por la escasez; de voz algo ronca y atuendo de pobre. Quizá la dureza de su vida la había envejecido prematuramente y tenía menos años de los que aparentaba. Era la que llevaba la voz cantante y, a su lado, la presencia de la Justina apenas se notaba.

 

Era esta una muchacha mucho más joven, de pelo rizado y cara redondeada, también de no mucha estatura, muy tímida y siempre sonriente. Apenas hablaba, cubierta siempre por una bata o guardapolvos de color azul industrial.

 

Ambas formaban la breve cuadrilla que, como quedó dicho, se encargaba de limpiar la superficie _y hasta las entrañas, si hacía falta_ de los urinarios y letrinas. Y a fe que hacían su trabajo a conciencia, sin remilgos ni retrocesos ante lo más repugnante. Se comentaba cómo la Perseveranda era capaz de introducir la mano a pura piel, sin guantes, en aquellos agujeros negros para extraer la materia innoble que había dado lugar a un atasco. No es de extrañar, pues, que alguno de los mandos más conspicuos gritara de vez en cuando, a modo de amenaza terrorífica, a los alumnos que mostraban un comportamiento díscolo:

 

_¡Al primero que hable lo mando a ayudar a la Perseveranda!

 

Y el silencio era instantáneo.

 

Bien, ya hemos hecho, aunque sea someramente, la presentación de nuestras dos chicas, así que vamos ahora con el relato de los acontecimientos de que las hemos convertido en protagonistas.  

 

Aquel día, como tantos otros, acababan de llegar al colegio y se dirigieron al tajo empuñando escobas, cubos, mochos, bayetas, botes de lejía y demás instrumentos necesarios para la sinfonía que a diario interpretaban. Los habitantes del internado, aves acostumbradas a los grandes madrugones, hacía rato que habían volado de los reposaderos y se hallaban ya entregados a los quehaceres que, inclementes y rutinarios, llenaban sus horas. Incluso las abnegadas monjitas llevaban tiempo trasteando en la cocina, seguramente a esas horas lavando la ingente cantidad de tazones que poco antes habían contenido un café claro que, embebido por el panecillo de rigor, había servido de parcial consuelo mañanero a los estómagos de la multitud de adolescentes hambrientos. Quizá estuvieran comenzando ya a preparar la siempre nutritiva, aunque no siempre apetitosa y a menudo monótona, comida que, a mediodía, había de tener el mismo destino.  

 

Tal vez quedara, refugiado en su habitáculo, algún doliente con décimas de fiebre que pronto sería consolado por la llegada, precedida del ruido de rosarios de madera y el aroma de café, de fray Francisco, el que los llamaba “ovejos”, que venía a traerle el desayuno. Lo malo era que posiblemente trajera también consigo, oculta entre el manteo, alguna jeringa que pronto esgrimiría triunfante ante la mirada aterrorizada del enfermo, dispuesto a clavarla en lo más mullido de sus carnes traseras. Y aquello ya era peor.

 

Sin embargo, nada de esto estorbaba a las dos mujeres, a las que ya vemos sumergidas en las alicatadas catacumbas de los retretes. Como no parecía que hubiera atascos ni inmundicias que requirieran esfuerzos especiales, la Perseveranda, que, como más veterana y experimentada, era la que organizaba y daba las órdenes, pensó que cada una de ellas podría ocuparse de los servicios de una planta, y así ahorrarían tiempo.

 

_Justina _dijo a su joven  compañera_, quédate tú aquí y yo me voy al piso de arriba.

La dócil y callada Justina asintió, e instantes después cada una estaba entregada a la realización concienzuda de su trabajo.       

 

Pasó el tiempo y la Perseveranda, acabada su parte de la tarea, hizo acopio de sus aperos y se encaminó, escaleras abajo, a recoger a la Justina, para irse juntas a limpiar a otro sitio.

 

_Justina, ¿has acabao ya? Venga, date prisa, que todavía nos queda mucho por hacer.

 

Pero la Justina no pareció haberla oído. Volvió a llamarla, más alto, y como la otra seguía sin responder, entró en los aseos, a ver si le había ocurrido algo, que nunca se sabe en suelos mojados y resbaladizos. Sin embargo, la muchacha no estaba allí.

 

_¡Qué raro! _dijo para sí extrañada_ ¿Dónde se habrá metido esta, si nunca da un paso sin mí?

 

Salió y siguió llamándola, aunque sin atreverse a soltar todo el chorro de su ronca voz, no fuera a ser que le llamaran la atención a ella. Decidió entonces ampliar el radio de la búsqueda, primero por aquellos dormitorios, para luego encaminarse a los otros, los de los más pequeños, ver si, como era tan mohína, había terminado antes que ella y se había ido a limpiar allí sin avisarla.

Tampoco tuvo éxito, de manera que continuó las pesquisas por otros lugares. Vio a un fraile que venía por el pasillo y a él se dirigió comentándole el asunto. Pero el buen religioso, que debía de estar inmerso en profundas cavilaciones, no le hizo demasiado caso y se limitó a decirle:

 

_No te preocupes, mujer, que estará en cualquier sitio. Verás cómo aparece de un momento a otro.

 

Y siguió su camino sin salir de sus abismos interiores. La Perseveranda, sin embargo, no estaba tranquila, pues de algún modo se sentía responsable de la muchacha y no entendía que hubiera desaparecido así, sin decirle nada.

 

Preguntó a varios alumnos que, entre clase y clase, habían salido corriendo para ir “a menores” sin que los vieran, puesto que la necesidad de desaguar era perentoria. Ellos, lógicamente, nada podían saber, pues llevaban toda la mañana en el aula. Sin embargo, aquello fue suficiente para que la noticia comenzara a extenderse. 

_Oye, que dice la Perseveranda que la Justina ha desaparecido y la andan buscando por todas partes.

 

_A lo mejor la ha secuestrado alguien _aventuró uno en tono jocoso, y todos se rieron con ganas. ¿Quién iba a secuestrar a la pobre Justina?

 

_No te preocupes, mujer _intentó alguien tranquilizar a la Perseveranda, ya muy nerviosa_.  A lo mejor se ha sentido indispuesta y se ha marchado a casa.

 

_¿Sin avisarme antes? _objetó ella_. No lo creo. Esto me huele mal.

 

_¿Pero qué le va a haber pasado aquí, dentro del colegio?

 

A todo esto, la nueva había llegado a la autoridad, que se personó en el lugar donde se había formado el pertinente corro en torno a la Perseveranda y, tras recabar la información de rigor, decidió enviar a alguien a preguntar al portero si la había visto salir.

 

_No, yo no la he visto irse. Y no me he movido de aquí en toda la mañana, eh _contestó el bueno de Pepe, tan pachorrudo como de costumbre.

Se formaron varias brigadas para proporcionar más eficacia al rastreo, pero el tiempo fue pasando y seguía sin haber señales de la desaparecida. Pasaron las clases de la mañana, y la comida, y las horas de estudio, y las clases vespertinas… Ya avanzada la tarde, el prior tomó el mando y decidió celebrar un pequeño cónclave para ver qué podía haber ocurrido y qué decisión se podía tomar. Se aventuraron hipótesis de todo tipo, unas verosímiles y otras no tanto, incluida la de una posible fuga con alguien de dentro, “porque de fuera no ha venido nadie y a ella no se la ha visto salir”.

 

_¿Con quién? Con un fraile no va a ser…

 

_¡Qué disparate!

 

_¿Y con un alumno de los mayores? De la escuela menor no, claro, porque con once o doce años… _elucubró otro miembro de la comunidad.

 

_¿Pero qué dice usted, padre?           

 

Con todo, se decidió agrupar por cursos a todos los alumnos de la escuela mayor y pasar lista, pero no faltaba nadie. Ni siquiera -¡qué casualidad!_ había aquel día ningún enfermo que pudiera haberla oído salir.

 

_A ver si se ha ido, sin que nadie la viera, por los campos de deporte, hacia el cementerio, y le ha dado un aire por ahí.

 

Por si acaso, se envió a algunos apostólicos a dar una batida por aquel lado, los cuales, aunque fuera a deshora, hasta dieron la acostumbrada vuelta a la finca, pero sin resultado.

 

Alguien aventuró otra sugerencia:

 

_Quizá haya salido por la puerta principal sin ser vista, mientras el portero estaba charlando con alguien, cosa que no sería de extrañar, y esté tranquilamente en su casa. Habría que ir a ver.

 

Era cierto, a nadie se le había ocurrido hasta entonces que podría estar en su casa. Y si no era así, convendría avisar a los padres, que seguramente estarían extrañados de la tardanza de su hija.

 

El propio al que se encargó la gestión volvió al cabo de media hora, trayendo consigo a unos progenitores invadidos por la inquietud, los cuales se convirtieron instantáneamente en destinatarios de un improvisado interrogatorio acerca de los posibles motivos de la chica para haberse fugado.

 

_¿Qué motivos había de tener? _se extrañó la madre. _Es una muchacha buena y obediente, y no tiene novio ni na.

 

_A lo mejor tiene amores ocultos que ustedes ignoran.

 

_Que no, que yo conozco muy bien a mi hija y sé los pasos en que anda. Además, a mí me lo cuenta todo y si anduviera con alguno me lo habría dicho _casi se incomodó la buena señora.

 

Se habló entonces de dar aviso a la Guardia Civil, pero aún era pronto, no habían pasado ni doce horas y a lo mejor todo quedaba en una anécdota.

 

Por lo demás, la vida seguía en el colegio como cualquier otro día, aunque aquel había algo nuevo de que hablar. Después de la cena y del paso por la capilla, los apostólicos comentaban el suceso entre sí al subir a los dormitorios, sobre todo los que ocupaban aquel donde se había producido la extraña desaparición. Como la mayoría necesitaban pasar por el evacuadero, se detuvieron a mirar, por si acaso, cada una de las cabinas, pero nada. De lo que sí se hablaba ya entre risas era del “Rapto de la Justina”, fácil transposición onomástica a partir de una historia clásica de sobra conocida. Pero pronto se impuso el silencio y todos se fueron a dormir.

 

Abajo, por el contrario, continuaban la preocupación y el no saber qué hacer. La plana mayor, formada por el prior y los dos directores, junto con la Perseveranda _la pobre mujer no se había movido de allí en todo el día, ni siquiera había comido_ y los familiares seguían a la espera, pensando qué podrían hacer o a quién recurrir. Ya habían escudriñado todos los rincones, incluidos el teatro y las salas de visitas, así que no sabían por dónde más podrían buscar.

 

_Bueno, si no aparece, mañana, a primera hora, habrá que llamar ya a la policía _decidió el prior. _Y ustedes, es mejor que se vayan a casa, a intentar descansar un poco _aconsejó a los padres de la chica. Pero ellos se negaron en redondo a marcharse sin saber nada de su hija.

 

En aquel momento, cuando ya el grupo comenzaba a disgregarse, el timbre, agudo pero sofocado por mor de la hora, de una voz femenina sonó en el extremo del pasillo:

 

_¡Está aquí, la he encontrado!

 

Una monja, la madre Patrocinio, avanzaba por el largo corredor, llevando de la mano, casi a rastras, a la pobre Justina, que reflejaba en su cara todo el pavor de la culpa y de su más que probable expiación.

 

_¿Qué ha pasado, madre? ¿Dónde se había metido esta infeliz?

 

Tras respirar hondo un par de veces para recuperar el resuello sin el que la había dejado la tarea del arrastre, la buena monja, esponjándose discretamente por su logro, comenzó a contar:

 

_Pues resulta que, al entrar en los retretes de nuestro convento, me di cuenta de que había una puerta que llevaba cerrada casi todo el día. La empujé para ver si es que se había atascado, pero no cedía. Bueno, me dije, ya le diré mañana a fray Francisco, el carpintero, que la abra. Pero, cuando ya me iba, me pareció oír un  ruidito dentro, como si alguien llorara intentando que no se le oyera. De manera que pregunté: “¿Hay alguien ahí?”. Pero nada, no hubo respuesta. Volví a preguntar, más alto, y lo mismo. Comencé a aporrear la puerta y dije que iba a avisar para que vinieran a echarla abajo, y entonces apareció, así, como la ven, llorando y muerta de miedo. Le pregunté qué hacía allí, pero no quiso contestarme; es más, no ha habido manera de que abra la boca en todo el tiempo.

 

Cuando por fin calló, todos se volvieron a mirar a la reaparecida, que continuaba en estado casi catatónico y con la cara descompuesta. Preguntas acusadoras y reproches airados llovieron en un instante sobre su indefensa figura, pero el prior, como máxima autoridad, logró imponer silencio, y comenzó él mismo un interrogatorio más ordenado.

 

_Vamos a ver, Justina. ¿Quieres decirnos qué ha pasado y por qué te has escondido?

 

Pero ella seguía con la boca cerrada y mirando a ninguna parte, con un susto en el cuerpo y en el alma que la atenazaba por completo.

 

De nuevo comenzaron a hablar y a preguntar todos a la vez, sobre todo la progenitora, que había entrado en un apreciable estado de histeria. Pero lo único que consiguieron fue un mayor aturdimiento de la chica.

 

En vista de ello, la Perseveranda se dirigió al prior en un aparte y, casi al oído, le pidió:

 

_Padre, déjeme un rato a solas con ella, que a lo mejor yo consigo sacarle algo.

 

El mandamás, fiándose de la sabiduría de aquella superviviente de mil situaciones desesperadas, como bien decía su nombre, le dio el permiso y la orden pertinentes, y todos los demás se apartaron con discreción. De este modo, las dos mujeres se quedaron solas, como a diario durante el trabajo.

 

_Pero, vamos a ver, desgraciá _comenzó la Perseveranda_ ¿Se puede saber por qué te has escondido?

 

La actitud inicial de la muchacha fue la misma, pero, al darse cuenta de que no la oía nadie más que su compañera de fatigas, soltó por fin la lengua, aunque, por lo vacilante de su discurso, más bien parecía media lengua.

 

_Bue, bueno, te lo voy a decir, pero me tienes que prometer que no se lo vas a contar a nadie.

 

_No, no se lo voy a contar a nadie, no tengas miedo. Habla de una vez.

 

Y con palabras entrecortadas y trufadas de algún que otro jipido, la Justina empezó a desgranar su historia.

 

_Perseveranda, me da mucha vergüenza decirlo, pero es que me he enamorao.

 

_¿Y eso que tiene que ver con la que has organizado aquí? A todas nos ha pasao cuando teníamos tu edad. ¿Y de quién te has enamorao, si se puede saber?

 

_De un fraile _susurró la pobre chica.

 

La cara de la Perseveranda era para haberla trasladado a un lienzo:

 

_¡¿Qué?! ¡¿Qué dices?! ¡Tú estás mal de la cabeza! ¿Cómo se te ha ocurrido ese disparate?

 

_Yo no quería, pero se me ha ido metiendo dentro y no lo he podido evitar. En eso no se manda. Por eso me he escondido donde las monjas, a ver si me admitían y me dejaban estar con ellas, y así poder quedarme aquí cerca y poder verlo todos los días, aunque fuera na más eso. Pero luego no me he atrevido a decirles nada y me he encerrao en el váter.

 

_¿Y qué pensabas, quedarte allí hasta que te murieras de hambre? Pero vamos a ver, más que boba, ¿en qué fraile te has fijao?

 

_Eso no te lo voy a decir, ni ahora ni nunca.

 

Cumplida su misión, y visto que no podía sacarle una palabra más, la Perseveranda llamó al resto del cónclave y, rompiendo su promesa a las primeras de cambio, disparó:

 

_Ahí la tienen, que dice que se ha enamorao de un fraile y que quería quedarse en el convento pa verlo tos los días.

 

_¡Chivata, que eres una chivata! _protestó, llorosa, la infeliz Justina. _Si lo sé, no te digo na!

 

El cuadro se describía por sí solo: los padres, aturdidos, boquiabiertos e incapaces de decir palabra; el prior y los dos directores, más bien divertidos y casi sofocando la risa; la monja, estupefacta; la Perseveranda, presumiendo discretamente de sus dotes detectivescas; y la Justina, encogida, aterrada y llorando ya a moco tendido.

 

_¡Mala pécora! _estalló por fin la progenitora_. ¡Tú te has vuelto loca del to! ¿Cómo te vas a enamorar de un padre? ¿Es que no sabes que los sacerdotes son sagrados? ¿No podías haberte enamorao de un chico del pueblo, como todas las demás?

 

_Esos no me gustan, que son muy brutos _logró articular a duras penas la ya convicta y confesa. _Además, a mí me gustan los hábitos _añadió con todo el candor que le otorgaba su inocente condición

 

_¡Anda, cállate, desvergonzada! ¿Dónde has aprendido esas picardías? En casa no te hemos educao así. Y tú _dirigiéndose a su marido_ dile algo, que parece que estás pasmao.

 

_Bueno _intervino el prior, tratando de aparentar seriedad. _¿Y puedes decirnos quién es el afortunado?

 

_Ya le he dicho a la Perseveranda que eso no lo voy a decir.

 

_¿Cómo que no? _vociferó de nuevo la desolada madre. _¡Dilo corriendo o te arranco la piel a tiras!

 

_¡Que no, que no y que no! No lo voy a decir ni aunque me maten.

 

Y no lo dijo.  

 

Tras esta escena, los frailes se retiraron a sus respectivas celdas, comentando divertidos lo que acababan de presenciar, y la Justina regresó a su casa, escoltada y custodiada por sus progenitores y la Perseveranda. Durante el trayecto le cayó la intemerata, sobre todo de parte de la madre, que la iba apabullando con cosas como estas:

 

_¡Tira pa casa, pendón, más que pendón, que te vamos a tener que sacar en procesión el día de San Froilán! ¡Habrase visto, la poca vergüenza! ¡La mosquita muerta, con lo que nos sale ahora! ¡Ya te enseñaré yo a enamorarte de frailes! Mañana, a primera hora, a confesarte al Santuario, pero con el fraile más viejo, que no me fío de ti; ya estaré yo al tanto. ¡Qué disgusto, Santísima Virgen del Camino! ¿Con qué cara vamos a mirar ahora a esos benditos padres, que te habían dao trabajo y to? ¿Y qué vamos a hacer si se enteran en el pueblo? To el mundo se va a reír de nosotros y a lo mejor hasta tenemos que irnos a vivir a otro sitio. Perseveranda, por lo que más quieras, no se lo digas a nadie, que me muero de vergüenza. ¡Mal bicho, nos has buscao la ruina! Te voy a tener encerrá en casa un mes seguido, sin dejarte salir ni a comprar el pan. Y tú _le volvía a tocar al marido, que escondía su disgusto en el silencio_, ¿sigues sin decirle na? Claro, como esta ha salido a ti, sois los dos igual de modorros. De eso se aprovecha, de que siempre me dejas sola.

 

_¿Y qué quieres que diga, mujer, si con dar voces no se arregla nada? Esto no es más que una calentura de juventud. Tú es que eres muy exagerá. Ya se le pasará.

 

Y así siguieron, en el mismo plan, hasta llegar a casa, donde es que probable que la pobre Justina recibiera, además de otras lindezas verbales, algún que otro pescozón o colleja, y puede que hasta algún mojicón y algún sopapo, todo, eso sí, muy maternal y con la mejor intención, ya que en aquel tiempo estos métodos se consideraban educativos.  

 

Pero los disgustos al final se pasan y, con el transcurrir de los días, la vida fue volviendo a la normalidad. La cosa no transcendió porque en este caso la Perseverancia se portó como una señora y no dijo nada, aunque más de una vez tuvo que morderse la lengua, puesto que lo que se guardaba era un cotilleo de primera y la tentación de soltarlo muy fuerte, pero se aguantó las ganas. La Justina manifestó su culpa el confesor más veterano (al menos eso creyó su madre que había hecho, pero como es secreto de confesión…), fue absuelta y perdonada, y su desmán, al cabo de un tiempo, pasó a ser considerado una simple chiquillada, como decía el cabeza de familia. Se le permitió, incluso, volver a su trabajo en el colegio, y allá acudía a diario, más tímida y recatada, si cabe, que antes del suceso. Le había desaparecido la sonrisa que solía bailarle por la cara, pero la llamita le ardió dentro durante mucho tiempo. Era su primor amor, un amor sin duda platónico, aunque ella probablemente ni siquiera conocía el significado de esta expresión. Eso sí, la Veneranda no volvió a dejarla sola ni un minuto, no fuera a ser que le diera por desmandarse de nuevo.

 

Los alumnos no llegaron a enterarse del desenlace, ya que también allí dentro se mantuvo en secreto, y durante un tiempo siguieron preguntándose unos a otros qué habría pasado, quién habría secuestrado a la Justina durante aquellas horas. Pero la cosa no transcendió. Con todo, el “Rapto de la Justina” pasó a ser uno de los mantras más repetidos a lo largo de aquel curso, aunque ellos no supieran que quien la había secuestrado había sido su propio corazón.

 

Algo, no obstante, quedó flotando entre los frailes, sobre todo entre los que integraban aquella media docena de jóvenes todavía de buen ver, y seguro que más de uno se preguntaba en secreto si sería él el afortunado. Y, de este modo, cuando se topaban casualmente con la Justina, la miraban disimuladamente a ver si descubrían en sus ojos el secreto tan bien guardado. Pero no había forma, jamás los levantaba del suelo.

 

Y es que, a pesar de las renuncias efectuadas al profesar en la vida monástica, continuaban siendo criaturas humanas, y algo del cosquilleo que producen las consabidas mariposillas permanecía en ellos: el amor celestial, demasiado etéreo e intangible, a veces no bastaba y siempre podía resultar halagador ser destinatario del afecto de una mujer, aunque fuera solo un atisbo, aunque resultara irrealizable, aunque la enamorada fuera la Justina, tan pequeña, tan humilde, tan inocente, tan poca cosa.

 

                                                                                                                                                                                                                                                      Eugenio Cascón Martín

Oasis vanguardista en el Camino

Oasis vanguardista en el Camino

 

Ahí tenéis el artículo publicado el domingo en La Opinión de La Coruña (S.Romero).
Gráficamente es muy bueno (en la línea del de Diario de León).
Oasis vanguardista en el Camino 
Un libro redescubre el santuario de la Virgen del Camino, construido en 1961, un hito artístico aún incomprendido en la ruta jacobea que gana en prestigio.  
Casi 60 años después de su construcción, el santuario de la Virgen del Camino en León, un atípico monumento vanguardista en la ruta jacobea, sigue siendo una obra incomprendida para muchos. Es una asombrosa obra pionera y de planteamientos inéditos.
 El arquitecto Francisco Coello, el escultor Josep Maria Subirachs y los pintores Albert Rèfols Casamada y Domingo Iturgáiz aportaron al Camino de Santiago la única contribución de las vanguardias artísticas españolas de mediados del siglo XX. Una obra, inaugurada en 1961, que se ha transformado en un hito artístico.
 El libro Virgen del camino, en clave de misterios de Isidro Cicero, recientemente publicado, ayuda a comprender esta obra maestra del Camino de Santiago que empezó desconcertando a la opinión pública pero gana cada vez más prestigio con el tiempo.
 “Al principio a la gente les parecía demasiado extraño. A muchos, los apóstoles les semejaban la visión de unos fantasmas; otros decían que eran tiburones falangistas y que el Cristo de Subirachs les quitaba la devoción. Lo cierto es que inaugura una nueva era en el arte del Camino. Coello hizo más iglesias, pero siempre repitió este esquema y muchos pensamos que Subirachs llegó a su cumbre aquí, no en la Sagrada Familia”, apunta Cicero.
 El santuario no solo es pionero desde el punto de vista artístico. Desde el religioso evidencia también postulados reformistas y rupturista con la época, como los de la nouvelle teologie que desembocó en el Concilio Vaticano II.
 Este maridaje de arte innovador y espiritualidad comprometida lo conforman como uno de los primeros exponentes de las nuevas aspiraciones ecuménicas y de los movimientos intelectuales “de encuentro, diálogo y reconciliación” del siglo XX en España. El libro descubre las profundas reflexiones sobre la vida y la muerte que hay en el santuario. Globalmente fue concebido por el arquitecto como una gran Sepultura a la orilla de la carretera.
 Isidro Cicero lo describe como “un tetrabrik teológico” lleno de simbolismos y enigmas. “El Cristo representa el sufrimiento del siglos XX, la guerra, los campos de concentración nazis... Santiago el Mayor está construido con conchas.
 Eso lo habíamos visto siem pre. Lo que no había visto es que lleva en el pecho la cruz de Santiago en el pecho la misma que lleva Velázquez en Las Meninas ”, señala el autor. El texto del libro está protagonizado por seis peregrinos, de distintas edades, y procedencias, que coinciden un día en el Santuario.
 Fascinados, exploran los enigmas con los que se expresaron los artistas vanguardistas.
 Cicero rememora también la iniciativa del mecenas leonés Pablo Díez, un ‘indiano’ que se convirtió en uno de los mayores magnates de México, con la fabricación de la celebérrima cerveza Coronitas, quien dio a los dominicos la oportunidad de plasmar en la obra su propia concepción de la religiosidad. La orden respondió a esa confianza aportando lo mejor de su creatividad, que en aquellos momentos se estaba elaborando en los modernos institutos de filosofía, teología y teoría del arte europeos, particularmente Le Saulchoir y la revista L’Art Sacré  en Francia.
 “Los dominicos tuvieron entonces muchos conflictos con el Vaticano porque sus ideas eran inadmisibles para la jerarquía. De ahí salió la revolución que cuajaría más tarde en el Concilio Vaticano II”, afirma Isidro Cicero.

VIRGEN DEL CAMINO en-CLAVE DE MISTERIOS (Por Isidro Cícero) - 18

VIRGEN DEL CAMINO en-CLAVE DE MISTERIOS (Por Isidro Cícero) - 18

“Virgen del Camino. enClave de Misterios”

Publicado en el Suplemento del Boletín oficial del Obispado de León (1ª quincena octubre 2017)


Ya desde el título, un enclave que se aborda en clave de misterios, el escritor Isidro Cicero propone en este cuidado volumen un ejerciciocompartido de indagación desde la “emoción de comprender” para acercarse a las innumerables dimensiones que acoge la basílica de la Patrona de la Región Leonesa.

Un templo que Isidro Cicero, partiendo de la memoria del aquel escolar que se asomaba a la vida en el Colegio de los Padres Dominicos mientras se ponía en pie y en piedra este compendio que resume la teología del Concilio Vaticano II, revisita ahora desde la inspiración del inspirador de esta obra, el gran mecenas Pablo Díez, Don Pablo, cuando decía que “todo leonés lleva dentro una fibra que palpita cuando oye decir ¡Virgen del Camino! En mi caso, esa es la única fuerza”.

Desde esa experiencia que cierra un arco temporal de toda una vida y que tiene en su centro la referencia de la Virgen del Camino, Cicero va componiendo la urdimbre de un hermo- so lienzo que armoniza palabras e imágenes, emociones y devociones, fe y vida, teología hecha piedra y arte traspasado de luz, que se expande en doce capítulos y en 197 páginas de gran formato y con fotografías a todo color en este cuidado volumen que bajo el título “Virgen del Camino. enClave de Misterios” contiene todos los elementos para trasladar al lector a un enclave único y hacerlo en clave de misterios. 

VIRGEN DEL CAMINO en-CLAVE DE MISTERIOS (Por Isidro Cícero) - 17

Hoy os dejo el video del acto de presentación, el pasado 14 de Septiembre,  en el Santuario, del libro de Isidro Cicero VIRGEN DEL CAMINO enCLAVE DE MISTERIOS.