Uno de los milagros de la Virgen del Camino aquí mencionados por mi maestro Jaime R. Lebrado se parece muchísimo a otro de la Virgen de la Luz en 1796 y que yo relaté este año. Como Camino es la patrona de León, Luz es la patrona de Liébana, lo digo para los no iniciados. Este era mi relato:
NO SIEMPRE LA SANTUCA CAE EN LUNES COMO ESTE AÑO Y 1796
Isidro CICERO
- Así desde la jorcadura –señalaba el cura de Aniezo su entrepierna–. Desde la jorcadura hasta esti hombral. Toda esta parte del pecho machacada por la rueda. La rueda le pasó así, por encima de las tripas, por todo el corazón y por el costillar del lado izquierdo. Y discúlpeme usted la manera de señalarme la entrepierna, alcalde mayor.
- ¿El hombre cómo quedó? –preguntó el alcalde mayor.
- ¿Cómo que el hombre cómo quedó? Al hombre no le pasó nada y ahí está el milagro. Ni un cardenal tiene Matías. Su merced, amigo Bustamante, podrá comprobarlo por sí mismo deseguidamente porque Matías y Claudio Balentín están ahí afuera esperando para pasar cuando usted lo mande.
Bustamante hizo una pausa y se rascó la sien.
-Entonces el señor cura de Aniezo quiere que yo, como alcalde mayor de esta jurisdicción de la Provincia de Liébana, alce un acta…
El alcalde mayor que hace en Potes las veces de notario, o de oficial de la justicia, se agacha sobre el cajón de debajo de la mesa de nogal, saca un pliego de papel de barba, lo coloca encima de la tabla, pasa dos o tres veces la mano sobre el papel alisándolo, comprueba la punta de la pluma de pato y empieza a quitarle la tapa metálica al tintero negro.
- Un acta certificando un hecho milagroso que ocurrió, dice usted señor cura días atrás. Y que pese a no haber sido testigos de él ni su merced, señor cura ni yo mismo, quiere usted que yo produzca constancia indubitable a través del acta, si no le comprendo mal -continuó B. Bustamante, sin quitarle la vista de encima al párroco de Aniezo, consiguiendo con ello que don Manuel se sintiera desazonado e incómodo.
Don Manuel Gómez, mientras tanto, con rostro severo y pálido, fijaba sus ojos saltones en la mesa de nogal que le separaba de Bustamante, el escribano. Los vecinos de Potes diferenciaban claramente un notario, un escribano y un alcalde mayor. Bustamante en realidad era en aquellas fechas alcalde mayor, pero los vecinos de Liébana seguían llamándole escribano como toda la vida de Dios.
-Pues sí, señor escribano -dijo al fin el cura rompiendo el silencio. Y me preguntará usted el porqué de este interés mío en relatar los hechos en un acta fehaciente. Me ha convencido el padre Domingo. Estuve el sábado en San Raimundo a confesar y fue él y el otro dominico que se encarga de los niños los que aconsejaron esta diligencia judicial, porque el caso es de gran importancia y es necesario ir con papeles cuando vaya a presentárselo deseguidamente al obispo. Iré a León en cuanto se quite la nieve del todo a pedir que me reciba monseñor Cayetano. Yo, permítame que se lo diga, milagros he leído muchos, pero no creo, no creo –don Manuel se permitió unos golpecitos con los nudillos de los dedos sobre la mesa- que se hayan registrado tantos del volumen de este que le venimos a certificar. Y lo mismo opinan en San Raimundo.
A continuación pasó a la estancia don Matías Gómez, vecino de Aniezo, que en todo el valle Estrecho y también en la villa de Potes a donde solía acudir un lunes sí y otro no, era conocido como el tío Matías, o el Timatías. Lo primero que le preguntó Bustamante, casi sin dejarle que se sentara, fue la edad. Contestó que, según sus cálculos, no le faltaría mucho para cumplir sesenta, año arriba, año abajo. Y añadió que de siempre tenía él oído en la casa de sus padres que su nacimiento personal, “o, como yo digo, mi entrada a las fatigas de este mundo tuvo lugar la víspera de Santiago”. Pero el año, con sus cifras exactas, o no lo había sabido nunca, o de saberlo, a Matías ya se le había ido de la memoria, con estas cosas que traen a los viejos los achaques de la edad. “Mil setecientos, sí, seguro. Pero el picu no me lo pregunte usted”.
Aquella no era la primera vez que la Santuca caía en lunes, ni tampoco iba a ser la última. Pero nadie recordaba otro año que, al llegar al mercado la procesión, el señor cura de Aniezo abandonara el desfile para ir al notario. Ya se lo había anunciado en la misa de alba a los feligrese antes de echar a andar valle abajo, y después de relatar a toda la mocedad de Aniezo, Lamedo, Belmonte, Valdeprado y Cotillos allí presentes el portento que unos días antes acababa de hacer la patrona en Saldaña o mejor dicho, sin llegar a Saldaña.
En el sitio donde se unen los dos ríos que, cada uno por su vereda bajan de las montañas, el cura don Manuel, el tío Matías Gómez que era pariente suyo, ya que los dos pertenecían a los Gómeces de Aniezo, y Claudio Balentín Cuevas abandonaran el desfile. El cura se quitó el roquete, les hizo una señal a los otros dos para que dieran un beso a las cintas y se marcharon por entre las cebolleras que vendían para plantar, los marraneros que traían cajones de recría, alguna jaula de palos con pollos amarillos, algunas renoveras de mantecas y dos o tres tresvisanas. Como ya había entrado mayo, las tresvisanas empezaban ya la rueda del año presentando el lunes sus quesos apestosos y llevando de la mano algún chiquillo por si algún lebaniego le quería para servir.
Al cura las vendedoras le decían “con Dios” y a los dos que iban con él hasta luego. La procesión de la Santuca no tardó en reanudar la marcha hacia Santo Toribio como todos los años por un igual. Al frente de la procesión, al cura de Aniezo le sustituía ahora el de Potes. Cargaba con la virgen el alcalde de la villa, que sin soltar el bastón de mando de la mano derecha, le sobraba mano para empuñar también a la vez la galga derecha de las andas por la parte delantera. Detrás de la virgen, pero pegados a ella, venían desde El Cantón los frailes de San Raimundo, cantando el rosario con buena voz. Tocaban las campanas de la iglesia de San Vicente tan vieja, tan estropeada que era un peligro subir a tocarlas. Decían que había que tirarla y hacer otra nueva que fuera más capaz, pero a saber .
- Pues dígame usted , señor cura, cómo quiere que escribamos el acta de ese milagro tan grande operado por Nuestra Señora de la Luz en tierra de Castilla o Tierra de Campos -dijo el notario:
- Solo quiero que ponga la verdad –dijo el cura. Hace unos cuantos días Matías Gómez, aquí presente que es vecino del concejo de Aniezo, unció la pareja para llevar hasta Saldaña un carro de tablones que había sacado de unos robles. Los robles los había cortado en el monte de Aniezo la primovera anterior y en la luna correspondiente. Y ponga también que el mozo Claudio Cuevas, del mismo pueblo, le ayudó a cortarlos, a taparlos para que no se mojaran, a llevarlos al serradero, en el mes de abril de este año, a marcarlos de atrás adelante, a subirlos al serradero y a serrarlos. Yo estoy canso de verlos, a Claudio de arriba y a Matías de abajo.
-¿Hará falta poner todos esos detalles? –preguntó Bustamente dejando de escribir mientras don Manuel pensaba la respuesta. “Bien mirado, no”, dijo el cura. “Es mejor que vayamos derechos a lo que pasó en Saldaña”.
-Pues al grano entonces, señor cura. Qué fue lo que pasó.
Pasó, explicó don Manuel de forma ya más concisa que cuando los jañezanos iban con los bueyes y el carro cargado de madera, ya casi llegando a la villa de Saldaña, en un sitio que llaman La Puebla, Matías Gómez cayó a tierra de espalda, delante del carro. Y no le dio tiempo a apartarse. Ni a usar la ijada para dar a los bueyes en el hocico y hacer que se detuvieran. Ni siquiera a decir ohhhh como otras veces. Fue todo de repente, cayó de culo y le cogió una rueda por la jorcadura, por el vientre y por el pecho sin que le diera tiempo a decir nada más que “Virgen de la Luz bendita”. El caso fue que terminar él de decir “Virgen de la Luz bendita” y acabar de pasar la rueda del carro por encima del hombral izquierdo fue todo uno.
“Fue todo uno”, escribió el señor B. Bustamante. Y cuando terminó de poner “fue todo uno”, levantó la vista mirando al cura a ver qué más le ordenaba escribir. Don Manuel continuó: “El mozo Claudio Balentín de las Cuevas, aquí presente, que iba detrás del carro teniendo por uno de los dos lados para que no entornara nunca, oyó a Valentín gritar “Virgen de la Luz bendita”. Entonces soltó el carro y corrió rápidamente a ver qué había pasado. Y lo mismo que hizo Claudio lo hizo otro carretero que viajaba detrás de ellos, que también paró al instante su propia pareja. Enseguida se acercaron por el camino real a ver qué había pasado muchos vecinos de La Puebla.
Y tanto Claudio Balentín, como el otro carretero, como también los feligreses de La Puebla como los que después fueron viniendo del propio Saldaña a donde estaba destinada la madera se quedaron todos pasmados. Venían a recoger a un lebaniego muerto y le encontraron tan vivo como ellos y sin ninguna lesión.
- Y ¿cuál es señor cura, la intención con la que su reverencia quiere que se levante esta acta?
- Solo para que todo cristiano alabe a Dios, respondió el cura. Porque Dios está siempre presente en todo lugar y en todo tiempo. Y también porque en la vida hay muchos y los cristianos de aquí y de la otra parte tengan esperanza en el socorro de la Virgen de la Luz de estos términos de Aniezo. Y para que se vea que su patrocinio soberano sobrepasa Liébana asi que es falso lo que dicen los ermitaños del Brezo.
El señor Bustamante dejó otra vez de escribir para observar al cura. Don Manuel adoptó un tono confidencial. ¿Sabe usted lo que dice el zampalimosnas del Brezo cuando viene por aquí? Que el Brezo tiene más poder en Liébana que la Santuca. Pero esto no lo escriba usted. El tardíu pasado se encontró el ermitaño del Brezo con el nuestro en Camasobres y le pegó una paliza.
Acabada la declaración del cura, declaró Matías Gómez. El alcalde mayor le tomó juramento por Dios y la señal de la Cruz, como se requiere en derecho y Matías la hizo cumplidamente prometiendo decir la verdad en todo. Preguntado por el contenido de la petición que antecede dijo que era cierto todo y que todo le constaba. El mismo Matías Gómez relató punto por punto con sus propias palabras lo mismo que don Manuel Gómez: “Y al que pensaban muerto (al declarante, especificó Bustamante) se levantó sin la más leve lesión. Lo que Matías atribuyó sin dudarlo a milagro de dicha santa Imagen. Dijo que esto era la verdad y que lo afirmaba y lo firmaba y lo ratificaba como el tal Matías Gómez junto con su merced y su merced con él, dando fe.
A continuación Claudio Balentín de las Cuevas, de 25 años, declaró también lo mismo y con las mismas palabras.
B. Bustamante una vez evacuadas los dos declaraciones pedidas entregó el auto al párroco de Aniezo para que de ellas hiciera el uso que le pareciese conveniente. Así lo firmó, proveyó y mandó en Potes a 2 de mayo de 1796 en un folio que debería valer para el reinado de Su Majestad el Señor Carlos III.