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VARIOS

Memorial de un viaje en tres secuencias y un apéndice (Por Marcelino Iglesias) 2ª parte

Memorial de un viaje en tres secuencias y un apéndice (Por Marcelino Iglesias) 2ª parte

II. Atardecer de otoño en Berceo (23 de octubre de 2013)

 

Dos días antes del encuentro en Pamplona, el viajero había dedicado la jornada a visitar los monasterios de San Millán de la Cogolla. Y fui tomando notas sobre el terreno con las que después elaboré el siguiente fragmento al que ahora doy forma definitiva.

 

Cansado por día tan intenso en la visita a los monasterios de Suso y de Yuso en San Millán de la Cogolla, espero en este rincón del mundo en que nació Gonzalo de Berceo la llegada del bus que me devolverá a Logroño. Languidece el día. En la quietud de la penumbra encendida de ocres y malvas, Venus asoma luminoso en el fondo azul intenso. Y me acuerdo del primer poeta conocido en la lengua gestada en estos territorios, ese “latín estropeado” en acertada expresión de ya no recuerdo quién. Beata mirada en el tiempo: Yo Maestro Gonzalo de Berceo nomnado, yendo en romería caecí en un prado, recito al silencio del atardecer en llamas.

Y pienso en el asombro del poeta si estuviera viendo cómo ahora tecleo apresuradamente en este artilugio. Escribo:

Caminaba de Suso a Yuso distraído, respirando con agrado la placidez del atardecer de otoño. Iba mirando nubes que se deshilaban a capricho cuando tropecé con otro viandante, un muchacho todavía, supongo que no menos abstraído que yo, porque de lo contrario me hubiera esquivado. Perdón nos pedimos por ello. Antes de seguir camino, le rogué consejo sobre mesón del entorno en que el viajero pudiera reponer fuerzas. Al darle las gracias por su ayuda y amables consejos, le pregunté curioso por su nombre.

Gonzalo — me respondió—, ahí en Berceo nacido, poco allá del monasterio de abajo hacia el que vuesa merced encamina sus pasos. Y como el día declinaba sin la ayuda de la prestada luz lunar, desapareció entre las sombras.

En la contemplación de los robustos muros de piedra del monasterio de abajo, intento en vano oír el silencio de los siglos. El silencio actual, no obstante, sobrecoge en su milenaria quietud. 

Y recordé entonces haber leído que tal vez solo el silencio sea digno de ser escuchado. Y pensé en que aquel hubiera sido lugar propicio en que refugiarse el buscador de silencio que un día soñaste con ser. 

Y ya inmerso en el territorio fértil de la ensoñación, me gustaría poder captar todos los matices del silencio que sutilmente pueblan estos parajes y ser capaz de oír el susurro de mil recuerdos, delicados como la seda, que aquí perviven enclaustrados. Y, de no ser así, al menos me gustaría apreciar, con la ayuda de la brisa de otoño, la caída apenas sonora de las hojas. Y después, ya en el reinado cíclico de la noche, me tumbaría de cara a esa oscura claridad que cae de las estrellas —según feliz expresión de Pierre Corneille— y contemplaría abismado, evocando al gran poeta latino Lucrecio, el severo silencio de la noche que reina, si bien moteado de puntos de luz, en la inmensidad oscura del firmamento. Y gozaría después, en la plenitud de la noche, del concierto de arpa que interpreta la partitura del silencio, esa delicada música que no suena.

Exhausto ya por sensaciones tan intensas, me retiraría a descansar a mi celda y, a la luz titubeante de una vela, imaginaría cómo pudo ser aquella primera noche luminosa de hace ya algo más de mil años, en que un monje prepara su sermón del domingo y, acuciado por la necesidad de hacer inteligible el mensaje a sus fieles, anota en los márgenes de su santoral en latín, feliz huella que nos permitirá siglos después datar el primer testimonio escrito de dos de nuestras lenguas peninsulares.

 Y ya en el hotel, con las notas allí tomadas, escribí este homenaje que ahora reproduzco a continuación.

 

III. Elogio

 

Silencio en el silencio, aquí en la cuna de los monasterios, del de arriba y del de abajo. Silencio y frío en el valle en sombra. Frío también en la celda alumbrada por el tembloroso pabilo de un cabo de vela. Faltan muchas horas para el alba; el sol saldrá tarde. Un monje prepara su sermón del domingo. Anota en los márgenes de su santoral. Él no sabe, ni nunca sabrá, que está elaborando el primer testimonio escrito que se conoce de esa lengua de rústicos campesinos y labradores (“la más antigua aparición escrita —por ahora— de algo que no es latín y parece castellano”, en palabras de Emilio Alarcos Llorach en 1982 con motivo precisamente del milenario de las Glosas Emilianenses) a quienes la palabra en que les predica les resulta ya ininteligible. Rasga en los márgenes del pergamino con pulso firme el estilete de su pluma, música de la letra al ser plasmada, glosa el contenido que utilizará en su homilía: 

Cono aiutorio de nuestro dueno, dueno Christo, dueno Salbatore, qual dueno get ena honore, e qual duenno tienet ela mandatione cono Patre, cono Spiritu Sancto, enos sieculos de losieculos. Faca nos Deus omnipotes tal serbitio fere ke denante ela sua conface gaudioso segamus. Amen. 

 Se detiene de pronto, se levanta y, pensativo como indica esa mano derecha con que mesa la barba mientras la otra se apoya en su ijar correspondiente, da vueltas por el reducido espacio de su celda: una mesa y una silla, un camastro y la cruz en la pared de la cabecera. 

Se sienta de nuevo y se entrega a su interrumpida tarea. ¿Y para esos otros feligreses en este cruce de caminos cuya lengua en nada es latín? Sufre el buen monje y decide anotar también para ellos, todos hijos de Dios, pobres pecadores todos: izioqui dugu guec aiutuezdugu.

Amén.

                                                                            Marcelino Iglesias

Memorial de un viaje en tres secuencias y un apéndice (Por Marcelino Iglesias) 1ª parte

Memorial de un viaje en tres secuencias y un apéndice (Por Marcelino Iglesias) 1ª parte

 

I. Encuentro casual en Pamplona (25 de octubre de 2013)

Jubilauta reciente, en el otoño de 2013 me dio por viajar —la mayor parte del recorrido en tren y, cuando esto no fue posible, en bus— por  la Rioja y el País Vasco con la intención de hacer escalas sin prisa en lugares a los que o bien hacía años que no visitaba o bien algún otro en que no había estado nunca (Durango, por ejemplo). En el tránsito entre comunidades, me paré en Pamplona, ciudad en que solamente había estado —en visita fugaz y de paso— en otra ocasión. Y ahí fue donde el viajero pudo confirmar en vivo la extraña presencia del “azar objetivo”*, el poderoso oxímoron del patriarca del surrealismo, André Breton.

Proveniente de Logroño, una vez acomodado y habiendo dejado en el hotel mi frasciscano equipaje –tanto, que cabía en una mochila–  al mediodía enfilé la Calle Nueva con la intención de callejear por el centro de la ciudad. Me acordé distraídamente de que no  habían sido pocos los navarros con quienes había convivido en el colegio y en qué haría si me encontraba con alguna cara conocida. Y fue entonces cuando, en la calle a la altura de un hotel, una figura, que me pareció conocida, hablaba con otras dos personas. Ya más cerca confirmé que, en efecto, se trataba de Helio Pedregal (como supe poco después, estaban allí porque aquella noche representaban El Diccionario). Dudé en qué hacer. Pero, tras vacilar, me dirigí decididamente hacia él. Pronuncié su nombre y me presenté. A él le resultaba familiar el mío, más que un recuerdo difuso de cuando convivimos en el colegio, precisamente por mi colaboración en este blog. Y allí conversamos brevemente; antes de la despedida, le propuse hacernos una foto y le comuniqué, si él no tenía inconveniente, mi intención de enviársela a Josemari. Y así hasta hoy: diligente, pues, no he sido. 

Apelo, por ello, a la indulgencia de Helio Pedregal para con este procrastinador pertinaz por haber postergado, durante estos ya largos seis años, el envío a esta ventana abierta de esta foto, que solícitamente Vicky Peña —a quien desde aquí doy las gracias por su amabilidad— se ofreció a hacérnosla ella viendo cómo yo alargaba el brazo para ejecutarla con la cámara de mi telefonino.

*Con “azar objetivo” se refiere André Breton a que lo improbable, una vez ocurrido, tiene siempre una razón de ser, por muy ilógica que parezca.

 

Apéndice: Fragmentos de una entrevista a Helio Pedregal

 

Recordando hoy —día en que preparo el texto para mandárselo a nuestro Furriel en Jefe— aquella mañana otoñal de domingo, rescato una entrevista que le hicieron en 2015 en un periódico de ámbito estatal (cujum nomen non volo recordare per non calentare cascos: escribo en macarrónico y, al leerlo, me suena en interior con la voz del P. Felipe Lanz) con motivo del regreso al Teatro Fígaro de Madrid (después de la gira por España y de haberla estrenado y mantenido primero en escena durante un tiempo en el Teatro Español) de La sesión final de Freud en que Helio encarna a la figura del padre del psicoanálisis en el memorable encuentro y enfrentamiento intelectual e ideológico con C. S. Lewis, el autor de Las  crónicas de Narnia. De esa entrevista selecciono una parte —precisamente aquella en que empatizo con sus respuestas— reveladora de su manera de ser y estar en el mundo. Y ahí me enteré también, como comprobaréis, de la operación en las cuerdas vocales a que iba a ser sometido.

 

Decía Machado: «Quien habla, solo espera hablar con Dios un día». ¿Usted es hombre de hacerse preguntas?

—Sí, lo soy. Lo hago porque confío poco en mi especie. No le deseo ningún mal, por lo que no me caería bien el término «misántropo». Pero se me plantea un problema al comprobar la diferencia entre aquello de lo que somos capaces y aquello que estamos haciendo. Nos obliga a revisar definiciones como la de «ser inteligente». Somos unos seres que deambulan por aquí destrozando todo aquello que encuentran a su paso. En ese sentido soy pesimista.

Me ha recordado la frase de Primo Levi: «Existe Auschwitz, luego no existe Dios». ¿Eso inclina la balanza a favor de Freud?

—Sin duda. Freud hace en este debate algunas afirmaciones que se asemejan muchísimo. Su historia familiar es terrible, un drama permanente. Él habla de los «Planes de Dios» refiriéndose a los hijos y nietos que perdió. Al final, viene a decir que no hay un Dios culpable. Simplemente, no lo hay.

Por eso Trueba le dedicó su Oscar a Billy Wilder. ¿A quién le agradecería Helio Pedregal el suyo?

—A mí mismo. Soy una persona ya en edad de jubilación, y me ha costado muchísimo llegar hasta aquí. Hay anécdotas que podría engordar... Pero lo poco o mucho que tengo y que sé me lo debo a mí mismo.

Parece un tipo serio, un «gentleman» nacido en Oviedo, un hombre cabal y, como reza el epitafio de John Wayne, «feo, fuerte y formal». Si dejamos aparte lo de feo, ¿me he equivocado?

—No, no mucho. Sí, soy un tipo serio, entre otras razones porque encuentro pocas excusas para pasármelo bien y divertirme. Una de mis peleas en los últimos veinte o treinta años ha sido contra esa frase que dice que el humor es lo último que nos queda. Yo no lo comparto. En muchas ocasiones, no nos sirve más que como excusa para no entrarle al asunto como merece. No puedo entender a la gente que dice que es feliz. No sé cómo se puede serlo si tienes que compartir la injusticia, el robo, el atropello, el desprecio que padecen millones de seres humanos.

¿Y lo de «gentleman»?

—No. Yo soy muy de pueblo. Tengo una doble personalidad: soy actor, me he dedicado a esto desde que tenía 18 años, pero tengo otra profesión, que es el campo. La naturaleza me ha enseñado tanto o más que todas las personas a mi alrededor. Te da lecciones impagables y puede afectar a tu posición intelectual, moral y existencial. Tengo una tierra con miles de árboles, que me ha costado muchísimo conseguir. Los conozco personalmente a cada unosigo su trayectoria, su vida...

Lo de «feo, fuerte y formal» lo decía como contraposición al actor joven, de moda...

—Yo nunca he sido eso. En la época más joven de mi trayectoria profesional, trabajaba para cambiar las cosas. De hecho, estuve con un grupo independiente, al que algún día habrá que darle el lugar que merece, y no tenía ni siquiera nombre. No buscaba una trayectoria profesional. Entonces pensaba que el teatro y la vida eran la misma cosa. No soy un actor popular, pero no ha sido culpa de nadie. Reconozco que la responsabilidad es mía por no haber favorecido el marketing sobre mi propia persona.

(…)

Vivimos en un país que hasta hace cuatro días tenía un altísimo porcentaje de analfabetismo. Ahora ya no hablamos de eso, pero sí de falta de cultura: éste no es un país culto.

(…)

Y este verano, cuando acabe la función ¿se IVA a algún sitio? 

—No: el 15 de julio me opero de una gravísima lesión en una cuerda vocal. De modo que tendré que estar 30 días como mínimo sin decir nada. Voy a dedicar mis vacaciones, con IVA, a callarme. Con mis árboles hablo sin necesidad de emitir sonido. 


Marcelino Iglesias

Reflexión contextualizada (Por Ramón Hernández Martín) 2ª parte

2ª Parte: “reflexión”

 

Por todo lo dicho, pienso que es un serio error pretender rebobinar el tiempo para, alcanzado el momento deseado, empecinarse en ganar hoy la guerra a Franco, un individuo que admite todos los calificativos que quieran ponérsele, sea para elevarlo a la santidad como algunos pretenden, sea para despellejarlo como el más cruel de los criminales que en este mundo han sido, pero que yo prefiero dejar en un simple nombre anodino, el de alguien que pasó por allí encumbrando a unos y haciendo la puñeta a otros. 

Los rebobinadores del tiempo deben tener en cuenta la advertencia tan irónica del refrán “a moro muerto, gran lanzada” o aquello otro, tan despectivo, de “a toro pasado, gran faena”. Mi postura, de ahora y de cuando ese personaje organizaba referendos para justificarse, es que no le debo nada y que nada espero ni de él ni de su legado. Me quedé completamente frío cuando en San Esteban de Salamanca se intentó hacer una caza de brujas a causa de los dos o tres votos negativos que allí se habían emitido en un referendo de apoyo al dictador, justo cuando cuatro de sus más ilustres teólogos habían sacado un manifiesto de apoyo a Franco que fue muy jaleado por el régimen y vituperado por todos los demás.

Con lo anterior quiero expresar que, cuando miro al pasado o lo critico de alguna manera, lo hago únicamente con el ánimo de sacar de él algo provechoso, sea para evitar las barbaridades entonces cometidas, sea para potenciar sus logros. Seguramente esa es la razón honda de por qué me he sentido un poco fuera de juego en todo lo que se ha venido publicando últimamente en este blog, publicaciones hechas ciertamente con gran maestría y con no menor entusiasmo. Sin duda, fue una gran osadía mía salir al paso con el comentario que hice, aunque lo hiciera con el propósito de conseguir mayor ecuanimidad en el juicio para hacerlo fructífero. Confieso que todas mis inquietudes actuales se ciñen al presente y al futuro. A fin de cuentas, de nada sirve preocuparse por un pasado que ya no existe, ni “rematar al moro muerto”, ni “capotear la nada”.  

Desde luego, cada uno es libre de situarse en la onda que quiera o mirar desde el ángulo que prefiera, pero nadie debería olvidar que cuanto hace y dice le carga de responsabilidad. De ahí que me parezca improcedente mirar el pasado para poner a caldo a sus protagonistas, por muy legítimo que pueda ser desahogarse. Lo peor de todo, como sucede en algunos casos, es adoptar una postura totalmente negativa frente a él para eludir las propias responsabilidades en los errores cometidos, cargando en hombros ajenos las propias culpas. A veces pienso que yo debo de ser una “rara avis”, un anormal, un subnormal, un deficiente mental e incluso un disminuido físico (adjetivos que me son aplicables así, sin edulcoración alguna), porque tengo la fea costumbre de que, cuando algo me sale mal o fracaso en un proyecto, cosa que ocurre con bastante frecuencia, solo me revuelvo contra mí mismo y me pongo a caldo perejil por ser un idiota. 

De cebarse en la crítica que descarga la propia responsabilidad, pienso que lo mejor sería dirigirla contra los líderes y gentes de alcurnia del presente, es decir, contra los realmente responsables de los muchos desaguisados que padecemos (por ejemplo, las muertes de este dichoso coronavirus y otras muchas calamidades), ya que en ese caso la crítica destructiva tendría alguna posibilidad de llegar a sus oídos para afear sus comportamientos y obligarlos a rectificar. Ciertamente, en nuestro tiempo también ocurren cosas que claman justicia a gritos. 

En mi caso, como no tengo ningún interés por la política como tal, a la hora de fijar mi propio campo de batalla, excavo mis trincheras frente a una teología obsoleta que no es válida para nuestro tiempo, por parecerme que es la que todavía domina el panorama eclesial, y, sobre todo, frente a una jerarquía eclesiástica, por parecerme que sigue todavía demasiado empoderada, sin prestar la atención debida a su labor pastoral. Sé que, obrando así, me estoy enfrentando a mis propios molinos de viento, pero esa es una lid en la que seguiré hasta que me derriben sus aspas, sostenido por la efímera esperanza de que mi ilusa lucha de francotirador solitario ayude al cristianismo a cumplir mejor su misión.

Llevo eneste blogl poco tiempo, tan poco que todavía me siento un advenedizo inestable. No recuerdo si aparecí por aquí tras el homenaje a Pedro Rey en Vegaquemada, en el que participé y en el tuve la enorme suerte de conocer a ”Alberto”, o si fue el haber aparecido aquí lo que me llevó a participar en dicho homenaje.  De un modo o de otro, yo no puedo celebrar su décimo tercer aniversario, sino solo su tercero o cuarto. Aunque sea poco tiempo, es sobrado para me produzca la impresión de que en él no se aborda el pasado con el tacto y la delicadeza que su calidad y su altura de miras requieren.

Insisto en que hace ya muchos años que deseché por completo la crítica vengativa, convencido de su absoluta inutilidad, para adoptar de lleno una postura eminentemente positiva y constructiva. No se trata de un buenismo melifluo ni de las componendas necesarias para quedar a bien con todo el mundo, sino de saber que el tiempo pasa rápido y de que eso es lo mejor para no tener que lamentar su paso. No en vano pertenezco a una familia de “constructores”. 

Para mejor entenderlo, séame permitido volver a mi propia circunstancia. Desde luego, es obvio que he sufrido o padecido las mismas carencias o desaciertos en la educación que todos los demás seguidores de este blog, e incluso puede que más por haber estudiado antes y vivido cinco años en un viejo y casi destartalado monasterio.

Y en cuanto a mi singular fractura con los dominicos, mi abandono se fraguó a finales de 1970 por asfixia mental y afectiva, como si entonces me hubiera atrapado un destructivo virus. Llevaba cuatro años estudiando fuera de España y, al volver obligado truncando un hermoso porvenir en Alemania, no se me ofreció ni el más rudimentario respirador artificial para salir a flote. En esos momentos, muchos de los seguidores de este blog eran solo adolescentes. Lo de ser un apóstata y estar condenado al infierno era el pan nuestro de cada día para los “cobardes” que, en aquellos tiempos, nos lanzábamos de golpe a un mundo desconocido, sin más bagaje que una mano delante y otra detrás. Claro que, en aquellos momentos, gobernaba la provincia un guardia civil (pido sincero perdón a la Benemérita). De golpe, me vi en la calle con el mayor desprecio y desamparo de la Orden que uno pueda imaginar. 

He dicho cuanto precede como contraste que realza mi actitud actual, cuidadosamente positiva, al pasear mi mirada por Corias, Palencia, Las Caldas, Montesclaros, Salamanca y la Peña de Francia. Es una mirada que no elude lo acontecido y que encara incluso el rostro de tantos profesores y compañeros. Todo lo anormal y destructivo ha desaparecido de ella como si lo hubiera succionado un tornado. En cuanto a los profesores, por ejemplo, nada tengo que reprocharles, pues estoy convencido de que todos ellos hicieron su trabajo lo mejor que pudieron y supieron y de que todo lo hicieron en mi propio bien, incluso cuando me soplaron alguna hostia o me dieron un capón que me dejó la cabeza dolorida tres días o fui objeto de tratos claramente crueles, inhumanos y degradantes. Lejos de revolverme contra ellos, se apodera de mi un sincero sentimiento de agradecimiento, porque es muy probable que, de no haber sido por las facilidades que los dominicos me dieron para estudiar, ni siquiera habría podido hacerlo. Después de todo, en el mundo exterior también se cocían habas. 

Nada tiene, pues, de particular que hoy les tenga gran respeto, los mire con simpatía y les ofrezca sin reservas mi afecto y mi amistad. Lo demuestran la implicación que tengo con el proceder de “los cursarios”, un grupo tan excepcional; los compromisos que tengo con el grupo que mensualmente nos reunimos en la Casa del Dago y también, no sería necesario decirlo, la empatía y la franca amistad que, escribiendo en este blog, ofrezco a todos y cada uno de sus seguidores. Que algunos se nieguen a aceptarlas no es óbice para que mi sincero ofrecimiento sea firme. 

A quien haya tenido la valentía de leer cuanto precede, en caso de que haya sido publicado por Josemari en el blog, de sentirse incómodo por algo de lo dicho, le pido que lo olvide de inmediato y lo dé por no escrito ni leído. No pasa nada. Aun así, le ruego que al menos crea en mi intención de que, al escribirlo, solo he pretendido enriquecer este blog con un granito de arena. Es más, que nadie albergue la más mínima duda de que me causaría gran alegría descubrir, o que alguien me ayude a descubrirlo, que todo lo borroso que he visto en este blog se ha debido solo a mi propia miopía. 

Al concluir esta reflexión, me viene a la cabeza aquello de que “se atrapan más moscas con una gota de miel que con un tonel de vinagre”.

 

Ramón Hernández Martín

 (Escrito el Viernes Santo de 2020)

Reflexión contextualizada (Por Ramón Hdez. Martín)

Reflexión contextualizada (Por Ramón Hdez. Martín)

Os dejo la primera parte de un texto que me ha enviado nuestro compañero Ramón Hernández Martín, sobre el que el propio Ramón me confiesa y reconoce sus dudas al enviármelo. 

Esta furrielería no es quién para considerar la procedencia de su publicación en el blog, aunque podría desentonar y hasta incomodar a algunos. Hasta el día de hoy, pocas cosas están archivadas en la papelera.

 

Este es un blog que nos ha permitido mirar y aceptar el pasado común a todos nosotros, pues sobre ese pasado se sustenta una comunidad virtual como esta, tan propicia para fomentar simpatías, amistades y fraternidades, nunca desprecios ni condenas. 

 


 

 

 1ª) Parte: “contextualizada”

 

El hecho de que este blog se haya animado tanto estos días de reclusión, cosa que es muy de agradecer, con temáticas casi monocordes, sinceras y emotivas, muy bien aderezadas literariamente, para reavivar la memoria sobre nuestro inmediato pasado, todavía tan sensible y doliente, me anima a exponer la “reflexión contextualizada” que sigue. No pretendo poner en solfa nada de lo que aquí se ha dicho tan bien y tan justificadamente, sino complementarlo, si fuera posible, con mi particular aporte, tratando de sacarle partido. Ante todo, pido disculpas por un texto que ha de ser forzosamente largo y muy ceñido a lo personal, al tiempo que ofrezco a nuestro querido furriel, Josemari, completa libertad para que, a su buen criterio, lo publique o lo archive en la papelera.

Cuando se mira a un pasado tan turbio como el nuestro, ningún acontecimiento debe descontextualizarse, igual que no debe entresacarse una frase de un párrafo o de un texto, pues se corre el peligro de distorsionar el acontecimiento o de, cuando menos, enturbiar lo dicho. En ese endiablado pasado nuestro, sin embargo, hubo millones de cosas de magnífica factura, de una parte y de la otra, en caso de seguir hablando todavía de dos Españas, cosa que yo me niego a aceptar, pero también ambas Españas fueron responsables de otros millones de acciones vituperables, de bajezas morales y de crueldades inasumibles.

 

1.- Hechos pertinentes de mi propio entorno

Primero:  mi padre estuvo tres años en la guerra civil como voluntario, en el “bando” nacional. Digo “voluntario” porque en el tallaje de la quinta del 30, a la que pertenecía, le faltó un centímetro de altura para ser apto para el servicio militar. Aunque pequeño, era un hombre muy fornido, con músculos de acero, y tenía un carácter endiabladamente fuerte. A este respecto, baste decir que, en cierta ocasión, siendo yo niño, subió por una empinada escalera, cargada a la espalda, una piedra de unos doscientos kilos (los presentes temían que quedara aplastado), y que su marcha a la guerra se debió a un cabreo monumental con su padre, mi abuelo, cuando en el 36 estaban construyendo un puente en Miranda del Castañar (mi familia paterna era constructora, sobre todo de carreteras). 

Tras el cabreo con el abuelo, cogió su petate y se marchó andando a Salamanca (85 kms), donde se alistó en el bando nacional, el único de la zona. Estuvo en la guerra todo el tiempo que duró, primero en las avanzadillas de Brunete, luego en El Ebro y finalmente en Madrid. En su primer destino fue uno de los cinco supervivientes de un batallón de setecientos hombres. A la voz de “sálvese quien pueda”, cuando llevaban cinco días sin comer ni beber, saltaron sus propias alambradas y huyeron. En una escaramuza o golpe de mano, había perdido el conocimiento. Sus compañeros lo dieron por muerto. Al recobrarse a media noche, apercibiéndose de que estaba en campo enemigo, reptó más de un kilómetro para llegar hasta sus propias trincheras. 

Tras el fin de la guerra, retornó a casa ileso, y como único botín se trajo de Madrid un viejo gabán que usaba para protegerse del frío y una enciclopedia de un tomo. Le vi manejar aquella vieja enciclopedia muchas veces. Realmente era un hombre ávido de saber.  De inmediato, le ofrecieron la alcaldía de Mogarraz, pero la rechazó de plano, argumentando que tenía bastante con gobernar su casa. 

Solo tras su muerte, acaecida en 2001, sus hijos supimos que tenía una cartilla militar en la que se le reconocía su valor y su ejemplar comportamiento y se lo premiaba con algunas medallas. Nunca se sirvió de ella, aunque podía haberle sacado mucho partido. 

Todo lo dicho no fue óbice para que, en algunas elecciones, votara a Felipe González. (Seguro que Baldo se alegra de saber todo esto debido a la empatía que tenía con mi hermano Sebastián, compañero suyo en La Virgen del Camino, que murió hace ya casi siete años debido a un cáncer de próstata).

Solo como curiosidad interesante, diré que en los años 42-43, muy poquito después del fin de la guerra, mi padre y sus hermanos, bajo la supervisión del abuelo, construyeron la carretera que va de Mogarraz a Monforte de la Sierra, un panorámico trazado que hoy se ha convertido en paseo muy frecuentado por los habitantes de ambos pueblos. Una parte de ella está integrada en la senda peatonal “Camino del agua”, la primera ruta senderista de la Sierra de Francia y, todavía hoy, una de las más bonitas. Se trata de una carretera de dos kilómetros, a lo largo de los cuales hay dos magníficos puentes de cantería y dos grandes muros de contención. La obra se hizo por 63.000 ptas. La pagó el pueblo de Monforte con la venta de una corta de castaños en el Monte Egido de su término municipal, ladera orientada al nordeste que ofrece una panorámica espectacular de Mogarraz. Los dos mejores castaños de esa corta se regalaron a la Peña de Francia para la construcción del monasterio.

Segundo: en el bando contrario, aunque ni él ni mi padre tuvieran una definición ideológica determinada, estaba un tío mío, o mejor un primo carnal de mi madre, que fue capturado en los inicios de la guerra por un grupo de falangistas. Una vendetta cuyos detalles conozco. Una noche, los falangistas lo subieron a él y a un amigo suyo a un camión y los sacaron fuera del pueblo para fusilarlos.  Por fortuna para ellos, los falangistas iban borrachos como una cuba, circunstancia que aprovecharon para lanzarse del camión en marcha y escabullirse entre las vides.

Al amigo lo hirieron de un tiro en una pierna, lo capturaron días después y lo metieron en la cárcel, de donde fue rescatado por buenos avalistas. Al primo de mi madre lo ocultó en el monte un pastor de cabras, un hombre de izquierdas y, a la sazón, más pobre que una rata, aunque después hizo fortuna y tuvo 6 hijos, con todos los cuales mantengo muy buenas relaciones. Era un buen hombre y, con el tiempo, mi padre trabó amistad con él, tanta que fue él quien lo convenció fácilmente para que votara los “cien años de honradez” que predicaba Felipe González. Digo “fácilmente” porque la honradez era sacrosanta para mi padre.

El bueno del pastor solo confió su secreto del monte a un abogado de Mogarraz, un bondadoso hombre de derechas, muy religioso y de posibles, que fue quien proveyó todo lo necesario para el sustento del huido durante los largos meses que duró su ocultamiento.  

Tercero: tras ese fusilamiento frustrado, los falangistas no tardaron en volver por Mogarraz para capturar a otros cuatro mogarreños, entre ellos al abuelo de Gerardo Barrado. En esta ocasión, los maniataron antes de subirlos al camión para que no pudieran escaparse. Ya en Ciudad Rodrigo, un capitán del ejército reconoció a uno de ellos por haber sido jornalero de su padre y lo liberó. El pobre hombre retornó caminando a su casa (45 kms) y llegó cuando ya sus familiares y vecinos estaban velando su muerte. Los otros tres fueron fusilados y enterrados en alguna cuneta del campo de Salamanca. 

 

 

2.- Actuaciones mías con ese trasfondo

 

Lo expuesto explica que, desde muy pequeño, yo comenzara a hacerme a la idea de que la guerra civil había sido una salvajada entre españoles, cuyo odio los había llevado a matarse unos a otros sin contemplaciones. Ello explica también, posiblemente, la razón de porqué después yo emprendiera las dos actuaciones a que me refiero a continuación.

Primera: recién iniciado este siglo, mucho antes de que en España nadie pensara ni remotamente en una Ley de Memoria Histórica, un tío de Gerardo Barrado, en una de las conversaciones que solíamos tener, me contó que le gustaría localizar los restos de su padre para honrarlo y enterrarlo dignamente en el cementerio de Mogarraz. Sin dudarlo ni un segundo, me ofrecí a apoyarlo en todo lo que pudiera, más en lo emocional que en la logística requerida para ello. Como por aquel entonces yo publicaba un artículo en cada número de un periódico mensual gratuito de la Sierra de Francia (aún sigo haciéndolo), difundí a su través el intento y expuse que era un derecho incuestionable de los familiares de todos los muertos en la guerra poder localizar a sus seres queridos para honrarlos como era debido y enterrarlos como Dios manda. La cosa no prosperó debido a las dificultades insalvables para localizar el cuerpo. Seguro que hoy habría sido más fácil. Decepcionado, el tío de Gerardo me dijo un día que desistía del intento. Resignados, ambos coincidimos en que, después de todo, la mejor sepultura para nuestros seres queridos son nuestra memoria para recodarlos y nuestro corazón para seguir amándolos. 

Segunda: por esa misma época, año antes o año después, me decidí a dar el primer paso para tratar de conseguir algo que hacía tiempo me bullía en la cabeza. Me estomagaba que los españoles siguieran odiándose y enfrentándose de la manera en que lo hacían, después de tanto tiempo, y me ilusionaba conseguir que mi pueblo fuera pionero al llevar a efecto una concordia nacional definitiva, profunda y fraterna. Me propuse, ni más ni menos, transformar el hermoso “monumento a los caídos por Dios y por España”, situado a la entrada de Mogarraz, en un “monumento a la concordia nacional”. Aquel monumento se había construido, tras la guerra, con la piedra testigo de la condición de villa de Mogarraz, que siempre había estado en la plaza mayor, utilizada en él como base a la que se añadió una cruz de hormigón. En esa cruz se grabaron los nombres de los tres mogarreños del bando ganador que habían “caído” en la contienda. 

Pues bien, en una conversación con el pintor y escultor mogarreño Florencio Maíllo, el que le ha dado al pueblo un realce mundial con los más de setecientos retratos de mogarreños que ha colgado en las paredes de las casas, le propuse que estudiara la mejor forma de realizar dicha transformación. La conversación tuvo lugar en la terraza de su casa, anexa al restaurante Mirasierra, justo frente al monumento en cuestión. Se sorprendió y opinó que sí que se podría intentar. Al amigo Florencio le dije también que, de respetarse la inscripción con el nombre de los “caídos”, sería preciso añadir el de los otros cuatro mogarreños que habían muerto con motivo de la contienda: los tres fusilados por los falangistas a que me he referido y un mogarreño más, emigrado a Asturias, que había muerto en el cerco de Oviedo. 

Lamentablemente, la propuesta no prosperó debido a que entonces gobernaba el pueblo un hombre muy primario y muy extremista, con enormes veleidades ultraderechistas en la cabeza, alguna de las cuales tuvo resonancia nacional (tocar el himno nacional en la iglesia). Cuando una buena amiga mía socialista lo remplazó en la alcaldía de Mogarraz, volví a la carga y le comenté esa posibilidad. Ella me pidió que tuviera paciencia, que algo se haría en ese sentido. Aprovechando que en torno a dicho monumento se construyó el “Museo de lo ibérico”, otro excelente establecimiento hostelero de Mogarraz junto con el Restaurante Mirasierra y el Hotel Villa de Mogarraz, todos apiñados a la entrada del pueblo, quitó la cruz con los nombres, dejó la piedra base y puso una placa metálica con un poema del libro “La herida absurda”, elegido para la ocasión por su autora, Francisca Aguirre, que era muy buena amiga suya. 

Se trata de un poema in crescendo con la sangre como leitmotiv, que emociona tanto como asusta: “Detrás del miedo siempre está la sangre. / Y detrás de la sangre siempre hay un abismo. / Y detrás del abismo siempre hay una herida. / Y detrás de la herida siempre hay una historia. / Y detrás de la historia siempre hay una vida. / Y detrás de la vida siempre hay un espanto. / Y detrás del espanto siempre hay mucha sangre”. El monumento sigue ahí, pero ya no en honor de los “caídos nacionales”, sino de cuantos murieron en nuestra infausta guerra. Ingenuo de mí, la primera vez que lo leí le dije a la alcaldesa que, aunque rompiera el ritmo, merecía la pena añadirle un último verso que me parecía necesario y apaciguador: “Y detrás de la mucha sangre tiene que haber mucha fraternidad”. No se hizo, pero su razón va de suyo.

(Ramón Hernández Martin

Escrito el Jueves Santo de 2020)

La historia del acuerdo que hace 40 años logró conectar León con Galicia con una carretera entre pallozas

La historia del acuerdo que hace 40 años logró conectar León con Galicia con una carretera entre pallozas

Por cierto, ya puestos... Esto le mandó la cuña -ay, los cuñas!- hace ya unos días a Javi del Vigo. Por si alguno de nosotros conocía al fraile que aparece en el relato. 


https://www.eldiario.es/cyl/Carretera-pallozas_0_1010699010.html   

 Una improvisada comisión de negociadores logró al principio de la democracia, no sin vencer alguna reticencia, la firma de los vecinos del valle de Ancares para renunciar a las expropiaciones y conectar la esquina noroeste de la provincia de León con la vecina Galicia

España tenía la democracia, y algunas de sus conexiones interiores, por hacer. Una expedición urgente, un acuerdo fulgurante con una pequeña dosis de incertidumbre y unas obras que se complicaron por momentos por la orografía permitieron convertir un camino carretal en una de las últimas carreteras de la periferia de la provincia, la que permitió trazar en 1979 la vía principal que une la localidad leonesa de Vega de Espinareda con el límite de la vecina comunidad gallega a través del imponente corredor de Ancares, un ejemplo de implicación de la sociedad civil en un bien común y de celeridad ahora que los trámites administrativos ralentizan hasta la desesperación algunos proyectos.

Florencio Martínez ’Chencho’ era comunista y de los pocos que se atrevían con su Land Rover a transitar por los lugares cercanos a Fabero donde las carreteras perdían su nombre para convertirse en caminos de tierra; Manuel Pérez Álvarez venía del otro lado de las dos Españas y tenía contactos con el Gobierno formado por los reformistas y aperturistas del Régimen como uno de sus entonces hombres fuertes, el leonés Rodolfo Martín Villa, varias veces ministro y hasta vicepresidente del Ejecutivo. Martínez y Pérez Álvarez, "inseparables" según recuerdan sus hijas, iban a aplicar el espíritu de la Transición a las necesidades más básicas.

A las seis de la mañana de un sábado de finales de los setenta, sonó en León el teléfono en casa de los padres de Nino Fernández, ahora presidente de la Asociación de Amigos del Patrimonio Cultural de León Promonumenta y entonces encargado en la zona de la firma Seguros La Estrella. "Pasa a buscar al padre Javier y os venís los dos para Fabero", le dijo Pérez Álvarez. El padre Javier era Javier Palacín, por entonces fraile en La Virgen del Camino. Las fuerzas vivas les esperaban en la plaza de la localidad minera. Había que subir el puerto de Ancares y llegar a Suárbol y Balouta (las últimas localidades del municipio de Candín). De eso se encargaba ’Chencho’, ya fallecido y padre de la actual alcaldesa de Fabero, Mari Paz Martínez Ramón.3

 

"Recuerdo que llegamos a bajarnos del Land Rover por miedo a volcar", dice más de cuatro décadas después, con buena memoria, Nino Fernández, a quien Manuel Pérez Álvarez todavía a esa altura no le había confiado el plan. Pero este último, que había empezado en la mina en Fabero como barrenista para ser luego delineante y que sería célebre entre varias generaciones de bercianos por cerrar sus crónicas radiofónicas con el consabido "desde Fabero y su cuenca minera habló, como siempre, para ustedes Manuel Pérez Álvarez", ya había arrancado de Martín Villa, por entonces ministro del Interior, un compromiso: el de facilitar la construcción de la carretera de Ancares si todos los vecinos de los terrenos afectados aceptaban dejar paso sin cobrar expropiación.

Llegar, tocar las campanas y cerrar el trato

Los ’mediadores’ llegaron a Balouta, por entonces preñada de pallozas todavía habitadas. José María González ’Joselo’ era el pedáneo. Y su madre, la señora Carmen, les sirvió un café. Fue entonces cuando Manuel Pérez Álvarez transmitió el encargo. Nino Fernández y Javier Palacín, que frecuentaban la zona, fueron con la señora Carmen a Suárbol, primera parada de la negociación por la carretera. "Llegamos a Suárbol, tocamos las campanas y se reunió todo el pueblo", dice Fernández. No tardaron en arrancar el ’sí’. A la vuelta repitieron el mismo ’modus operandi’ en Balouta. "Y firmó todo el mundo sin problema ninguno", añade. Llegó el mediodía. "Y comimos en la palloza unos pollos guisados buenísimos". La señora Carmen los había preparado. Y, de sobremesa, tocó la pandereta antes de retomar la tarea.

Pasada la hora de las faenas agrícolas ya con buen tiempo en un mes de verano, la negociación se reanudó a media tarde en Pereda de Ancares. Tocaron las campanas en Tejedo de Ancares, del otro lado del puerto. "Y ahí hubo más batalla. Eran más duros. Y algunos se quejaban de que les iban a coger los mejores prados. Hasta tal punto que un matrimonio se negó a firmar", rememora Fernández, que intentaba convencerlos apelando a la revalorización de las tierras y a la facilidad que la construcción de la carretera supondría para que los descendientes emigrados visitaran a los lugareños.

 

"Ustedes no se preocupen, que esas tierras de las que hablan no son suyas", terció otra vecina, según el testimonio de Javier Palacín, ahora secularizado, que vincula la anécdota al "matriarcado" del momento en la zona y recuerda a otros habitantes decir que firmarían siempre y cuando el trazado de la carretera no pasara por sus tierras. La propia firma también resultaba curiosa. "El secretario del pueblo llevaba un tampón. Se hacía una cruz y muchos de ellos ponían el dedo", recuerda como otra reminiscencia del pasado ya bien entrada la segunda mitad del siglo XX en la España rural.

El caso es que al otro lado de la frontera, en la provincia de Lugo, se vivió un proceso paralelo que dejó secuencias todavía más dramáticas. "Allí una señora se llegó a poner delante las máquinas cuando iban a empezar las obras", cuenta Palacín antes de reconocer que, llegada ya la madrugada, en Tejedo de Ancares se apuraban los argumentos para alcanzar el consenso que resultaba condición sine qua non para iniciar la tramitación del diseño de la carretera. "Y les decíamos a los vecinos que qué pasaría si un señor se ponía enfermo...", cuenta.

Con un importante enfado ("en mi pueblo dicen que por un garbanzo no se estropea un cocido", llegó a decir), Nino Fernández declinó la invitación para dormir en Fabero y marchó "chutando" con Javier Palacín para llegar a León ya avanzada la madrugada. Y a las nueve de la mañana su madre volvió a coger el teléfono. El que llamaba era "el señor de Fabero". El matrimonio que se había negado en Tejedo lo había consultado con la almohada y había cambiado de opinión. Dieron su visto bueno. Y así se lo trasladaban a Manuel Pérez Álvarez. "Mi padre siempre ayudaba al más débil. Era como un muelle. Tenía amigos como Fraga o Martín Villa, pero luego ayudaba al fontanero, al jardinero o al minero", cuenta su hija Loli Fernández.

 

El ’campamento base’ de Balouta para ejecutar las obras

Las obras comenzaron en 1979. "Lo recuerdo porque marché ese año a la mili", cuenta el actual propietario del Centro de Turismo Rural Miravalles de Balouta José Barrero, que conserva en su establecimiento una fotografía con la panorámica de la localidad todavía llena de pallozas al comienzo de unas obras que iban a comunicarla con el pico del puerto.

El camino original era mucho más abrupto. "El trazado original era diferente. No tenía en cuenta la pendiente. Llegaba llano hasta la base y las cuestas eran más fuertes", señala Miguel Yuma, que todavía entonces no había llegado al Bierzo y que luego sería célebre por otros ’milagros’ como el de recuperar el pueblo de Villarbón, también en el municipio de Candín. Sí tiene otro recuerdo de la carretera de Ancares, en este caso a través del testimonio de terceras personas que contaban cómo, en un momento dado, las obras se detuvieron en el entorno de Sorbeira hasta dejar un salto abrupto del asfalto a la tierra, rescata Yuma, que en su libro ’Visita Ancares, Cervantes e Ibias’ señala que el puerto se llamó de La Magdalena y "equivocadamente" Viejo de Antero antes de adoptar la actual denominación de Ancares.

Los trabajos duraron tres años, hasta 1982. Una de las que más los ’sufrió’ fue precisamente una de sus artífices, la señora Carmen. Con el obstáculo del puerto de Ancares agudizado por las nevadas recurrentes, la empresa adjudicataria no estaba en condiciones de alojar a los trabajadores en Vega de Espinareda, a más de 35 kilómetros de distancia de Balouta. "Y el contratista ’presionaba’ a mi madre diciéndole que, si no le cogía a los obreros, no podía hacer la obra", recuerda su hijo. La señora Carmen se las arregló para darles alojamiento. "Unos estuvieron en la casa de la escuela (el actual consultorio médico), otros en nuestra casa y otros en casa de vecinos", cuenta ’Joselo’, muy implicado junto a su mujer, Cruz María Martínez Llamas, en diversas gestiones ante la Diputación de León, titular de la nueva carretera. "Cuando llegábamos allí, ya nos conocían", recuerda sobre las reivindicaciones de un pueblo que por entonces no tenía ni carretera ni luz.

 

Las conexiones originales llegaban en relativas buenas condiciones hasta el puerto de Lumeras, desde donde empezaba a imperar la tierra hasta convertirse en camino carretal a partir de Pereda y Tejedo de Ancares, la última localidad anterior al ascenso al puerto de Ancares, popularizado hace unos años por ser lugar de paso y hasta de meta de varias ediciones de la Vuelta Ciclista a España. Nino Fernández, que se recuerda rompiendo recurrentemente el cárter de su coche cuando se separaba en sus viajes de trabajo del triángulo Ponferrada-Vega de Espinareda-Fabero y transitaba por otras localidades como Anllarinos, visitó unos años después de este episodio Tejedo de Ancares.

La señora del matrimonio que se había negado en primera instancia a firmar el acuerdo para renunciar al cobro de las expropiaciones apareció por el sitio. "¿Sabe a lo que venimos? Esto se va a declarar parque nacional y venimos a recoger firmas para quitar la carretera", bromeó. "Eso por encima de mi cadáver", respondió la señora. Y así se cerró el círculo de la intrahistoria de la carretera de Ancares.

AVISO

Queridos compis, he tenido que borrar del blog la anterior entrada MÚSICA pra la Semana Santa que nos había enviado el amigo Baldo., pues me "descolocaba" varias cosas internas en el blog.

Lo siento.

A quien me lo pida, os lo puedo enviar a vuestro email.

UNA HISTORIA DE Semana Santa (Por Lalo F. Mayo)

UNA HISTORIA DE Semana Santa (Por Lalo F. Mayo)

Ahora que entramos en la Semana Santa, una Semana Santa tan particular que ni lo parece, recuerdo —ya que estamos de recuerdos— una historia que ocurrió en un pueblo de este sur tan peculiarmente religioso en el que ahora vivo. La contó hace muchísimos años, como cuarenta, un periodista del diario Sur, donde yo la leí. Allí encontré la anécdota; los adornos los pongo yo.

Entre la ciudad de Málaga y la provincia de Granada, con las aguas del Mediterráneo al sur y las montañas al norte, se extiende —sería mejor decir se amontona— la comarca de la Axarquía. Y es lógico que la hayan llamado Axarquía porque esta palabra árabe quiere decir «que está al este de una gran ciudad y depende de ella». No podría haberse llamado de otra manera.

La frontera norte, como decía, es muy abrupta. Los montes de Málaga y las sierras de Alhama, Almijara y Tejeda cierran esta difícil geografía de carreteras retorcidas entre valles minúsculos y lomas que forman una inacabable montaña rusa que solo se aplana al bajar a la costa entre la fronda intensa de frutales con nombres llegados del otro mundo, del nuevo: aguacates, chirimoyas, mangos… que bordean las fincas donde brillan al sol de esta costa las uvas de moscatel, declaradas patrimonio agrícola mundial por la FAO, dice la Wikipedia.

Pero allá arriba hablaba de la Semana Santa y de una historia que ocurrió en uno de los treinta pueblos que conforman esta comarca, poblada por gente de campo que, en contraste con el cosmopolitismo de la vecina Málaga, se han hecho acreedores al epíteto de catetos. Ayuda al calificativo la difícil comprensión de su habla, en la que desaparecen las consonantes y las frases más largas se exprimen en un par de palabras interminables con multitud de acentos e inflexiones vocales que harían las delicias de nuestro querido Maxi Trapero.

Semana Santa en un pueblo de la Axarquía. Ya no me vuelvo a ir. Pongamos que fue en Macharaviaya, o en Algarrobo, o en Benamocarra, o en Canillas de Aceituno, o en Alfarnatejo. Sí, Alfarnatejo puede valer, pero ya digo que podría ser en cualquier otra localidad axarquiana.

Pues por Alfarnatejo, por sus calles empinadas y estrechas, deambulan habitualmente cuatrocientos vecinos que integran dos grandes —es un decir— facciones cuasi familiares. Una es la de los Maníos[1] y otra la de los Empasaos[2], váyase a saber por qué; y así debía venir siendo desde que los cristianos empujaron a los perdedores musulmanes desde la gran ciudad hacia las montañas de al lado.

Tras una breve etapa como mudéjares y seguramente que para demostrar a los veedores de la Santa Inquisición que aquellos musulmanes iban virando a moriscos y —más pronto que tarde— se acogían con fervor bajo las alas de la verdadera religión, se esforzaron por demostrar su fervor católico, apostólico y romano. Y qué mejor demostración que en los primaverales días santos de cada año en que todo se vestía de morado y penitencia, el pueblo escenificase la Pasión de Jesucristo. Al menos hasta la expulsión definitiva aguas abajo, hacia la Berbería. Después quedarían las costumbres y los nuevos pobladores llegados desde el norte las seguirían manteniendo. O quizás no fue del todo así, que lo digan los historiadores. Yo me atengo a contar una historia; o, mejor aún, un sucedido. Eso sí, aquí lo digo, con alguna que otra licencia creativa.

 

Quedamos en que todo el pueblo intervenía de una u otra forma. Unos montando el atrezo, otros ensayando los coros, los elegidos interpretando a los protagonistas evangélicos y el resto de la población, como extras de romanos o judíos, lo cual, viniendo de donde venían, ya era ostentación fervorosa de sus nuevas creencias.

Es decir, que a grandes rasgos, había romanos y judíos. Y buenos y malos. Había Pilatos, escribas, fariseos, Caifás, Marías, Nicodemos, legionarios y, claro, Jesucristo y apóstoles, once más uno. Y como por primer sorteo le tocó a la facción de los Empasaos inaugurar la representación bíblica representando a los buenos, los Maníos exigieron que al año siguiente les tocara a ellos ser Jesucristo y apóstoles y Marías.

En un momento de lucidez y tregua así se acordó y año tras año fue respetándose mal que bien la tradición hasta llegar a aquella Semana Santa de la década de los cincuenta. Quedaba claro que ese año los santos varones —y santas mujeres— iban a ser del clan de los Maníos, pero las relaciones con la otra mitad del pueblo, nunca suavizadas tras el paso de los siglos, estaban por aquellos días especialmente tensas por una historia como sacada del Romeo y Julieta de aquel inglés. Sucedió que a un manío le tocó el corazón una empasá y viceversa y un buen día de agosto en que había terral y todo el mundo buscaba algo de frescor a la sombra de sus patios, las puertas bien cerradas, los dos jóvenes alfarnatejeños salieron cuesta abajo camino de Badalona.

Después de aquella huida tuvieron lugar numerosos enganchones que saltaban por la mínima excusa: en la almazara, por ser quien primero estrujara sus olivas; en el río, por el derecho a lavar aguas arriba; en el bar, por un sitio en la partida y hasta en las calles, ya dije que estrechas, por la prioridad en el paso. Hubo gritos, hubo tortas y en algunas ocasiones, entre los más exaltados, después de empujones de tanteo hubo hasta brillo de navajas abiertas que volvieron a cerrarse, por fortuna, sin necesidad de limpiarlas.

Pues así estaban las cosas en aquellos días en Alfarnatejo y la Semana Santa no parecía que fuera a arrancar con el recogimiento y fervor religioso que se debía suponer. 

No lo parecía y no lo hizo. Ya en la mañana del viernes de Dolores aparecieron pinchadas las ruedas de los coches de los miembros del apostolario que disfrutaban de vehículo propio. Y como los apóstoles eran maníos, los que pincharon no podían ser otros que empasaos. La venganza se disfrutó en la procesión del domingo por la mañana: solo los maníosostentaban esbeltas palmas recién llegadas de los palmerales de Elche, mientras que los empasaos se tuvieron que conformar con raquíticas ramas cortadas apresuradamente de los olivos que rodeaban el pueblo mientras miraban con el entrecejo arrugado y un rictus de labios apretados cómo sus palmas amontonadas aparecieron consumidas por el fuego en el solar detrás de la iglesia. Tampoco en este caso hubo dudas de quiénes habían encendido la cerilla.

La Pasión de aquel año, la más apasionada en décadas, fue avanzando día tras día con pequeños sobresaltos que no llevaron la sangre al río. Hasta el jueves, cuando se escenificaba la función principal de la Semana Santa, la más intensa, la más larga y la que a más vecinos (y hasta visitantes) congregaba. No se habían olvidado los pinchazos, ni las palmas quemadas, ni siquiera el agravio por el rapto de la empasá por el manío o la seducción de la empasá al manío, según de donde llegara el punto de vista.

La creación popular había transformado, ortodoxamente, claro, el relato evangélico y lo había ido adecuando a la geografía del pueblo, con lo cual el monte de los olivos se había encerrado en un céntrico huerto enmurado y cerrado tras una vieja puerta de madera para evitar la incómoda peregrinación de actores y espectadores de la función a alguno de los olivares monte arriba o monte abajo.

Y llegamos al núcleo de esta historia. Por fin, diréis. Pues sí. Tenemos a Jesucristo, apóstoles, alguna María y figurantes sin voz —todos ellos maníos— tras la puerta del huerto. Y fuera a los empasaos, varias decenas de romanos y judíos, sin contar vecinos de ambas confesiones y espectadores sin ninguna. Es el momento en que se adelanta de una perfecta formación un robusto romano, se supone que el centurión, aderezado con un brillante uniforme de cuero y metal bruñido, calzado con sandalias ensebadas y tocado con un espectacular casco con desmesurado penacho de plumones rojos que lo hacían todavía más impresionante. Tras un ostentoso contoneo a derecha e izquierda para que el respetable pudiera ver su espectacularidad vestuario, desenfunda su espada, afortunadamente de madera aunque dura y golpea con la empuñadura la puerta tras la que se encuentran los santos de la representación. 

Tantos años repitiendo la función han alambicado la dramatización de los gestos: una primera sesión de golpes; no hay respuesta; el centurión, muy en su papel, provoca un sobreactuado silencio mientras mira con altanería a la audiencia; levanta la espada y repite los golpes; tras un breve silencio se oye una voz tras la puerta:

—¿Quién llama? 

—¿Vive aquí Jesús, a quien llaman el Manío? —exclama, casi grita, el centurión ignorando la pregunta que le llega desde el huerto.

—Sí. ¿Quién llama? —contestan de nuevo desde dentro.

—Pues daite preso —vuelve a responder el romano, que tampoco ahora hace caso a la pregunta.

Tras la puerta entreabierta se asoman en primer término el vecino actor que interpreta a Jesús y su primo, otro manío de pura cepa al que este año le ha tocado hacer de Pedro. El Evangelio dice que en estas mismas circunstancias Pedro le cortó la oreja a un romano, así que el vestuario del personaje incluye una espada, también de madera y esta también dura. Pedro echa su mano izquierda al hombreo de Jesús y le pregunta:

—¿Le endiño, Maestro?

Y como si la interpretación de tan alto personaje le hubiera imbuido del más digno y soberano carácter, Jesús da un paso para salir del huerto y se muestra en todo su esplendor (espléndida túnica, falsa cabellera a juego con barba propia y cuidada y actitud altanera). Mira detenidamente a la derecha y se detiene como si estuviera contando a todos los presentes; gira lentamente la cabeza hacia la izquierda y repite el gesto; luego eleva la vista al cielo, abre los brazos con solemnidad e, impasible ante lo inevitable, sentencia:

—Efarátalos, Pedro.

Este brusco cambio de guion sorprende al centurión, que no puede esquivar el primer espadazo, dirigido precisamente a su oreja izquierda. Su respuesta, tan inmediata que aún no ha comenzado a salir sangre del lóbulo sobre el que ha caído el golpe de Pedro, se encuentra con la avalancha de los Maníos, que salen del huerto atropellándose y armados, unos con los tallos pelados de las palmas del domingo, otros con las espadas de su vestuario y los más a manos desnudas. Enfrente, las huestes empasás, con una primera línea nutrida de soldados romanos, desenfundan sus armas de madera y se lanzan a frenar la embestida manía

Como hacía sus buenos cuarenta minutos que el sol había caído tras la línea del horizonte del mar y varios de los primeros golpes fueron dirigidos a las pocas bombillas que colgaban en las esquinas del escenario, la negrura de una noche sin luna cubrió la escena y el desenlace solo se pudo establecer a la mañana siguiente —y con la consiguiente posibilidad de error— en el abundante número de palos, espadas, pelucas y atrezo romano-judío que quedó salpicado sobre las piedras de la plaza. Y algo de sangre, que también la hubo.

 

***

 

Desde aquella, ya no hubo en Alfarnatejo más representaciones de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. Pero dos años después, también era verano y también había terral en toda la ladera sur de la Axarquía, regresaron al pueblo los amantes manío y empasá que habían huido a Badalona. Pero no eran dos los que volvieron, sino ya tres. Sobre las dos maletas que el conductor del autobús de Málaga había depositado en la acera a la sombra del soportal del ayuntamiento que hacía de marquesina de la parada de la línea desde la capital, brillaba un capazo de esparto en el que se adivinaba la silueta de un recién nacido que pateaba el tul que le protegía de las moscas. 

Y fue en la Navidad de aquel mismo año, con aquel bebé ya de siete meses como protagonista principal, cuando Alfarnatejo instauró la ahora brillante tradición de una representación popular titulada «El Nacimiento del Niño Jesús», en la que interviene todo el pueblo y en la que los todos vecinos solo hacen de judíos.

 

Lalo F. Mayo

 



[1] Del latín manere (permanecer), de donde procede manido (podrido, a punto de pudrirse o pasado de sazón).

 

[2] Palabra inventada. Teniendo en cuenta la producción de uvas moscatel en la comarca y su transformación por secado natural en pasas, podría definir a personas adustas y poco dicharacheras.

 

 

 

 

CONFINAMIENTOS (Por Jesusito el Herrero)

CONFINAMIENTOS (Por Jesusito el Herrero)

 

Querido (bastante, que conste) Furriel, me he cogido una depre brutal a raíz del último ladrillo de Baldo porque, además de la reclusión obligatoria por las circunstancias de todos conocidas, hay que sumar, como le ha pasado al Pitu, el hecho de no haber conseguido entender nada, y por lo tanto tener la sensación de carecer de altura intelectual suficiente, es decir, que soy un ignorante, yo, que me creía tan listo.

Tengo que reconocer, no obstante, que siempre he sido, más que de ladrillos, de bocadillos de jamón, o en su defecto calamares. Y claro, eso pasa factura.

Para paliar las consecuencias de este estado mental tan catastrófico no he tenido más remedio que recurrir a la tele, lo cual recomiendo vivamente a todo el que esté en la misma situación. Ayer, por ejemplo, vi esa famosa película –que muchos ya habréis visto– que se titula “Radiator” y que, por si alguien no la ha visto aun, paso a narrar sinópticamente a grandes trazos:

Un abuelete, en una residencia de ancianos de una gran ciudad, se encuentra un radiador abandonado en un pasillo. Como tiene frío se lo lleva a su habitación y lo enchufa. Un par de horas más tarde entra en la habitación una enfermera para ver si todo está en orden y nota el calorcillo. La enfermera le dice al abuelete: «Uyuyuuiiiii don Nicolás, aquí hace mucho calor, ¿qué está pasando?». El abuelete se hace el despistado, como que no sabe nada, y le contesta: «Bueno, es que ya casi estamos en verano y las temperaturas suben, y más aun con lo del cambio climático…». Pero en ese momento entra en la habitación la sobrina del abuelete, que es como una hija (pero eso no lo sabe ninguno de los dos todavía). La sobrina descubre detrás de las cortinas el radiador encendido a todo meter, pero sabiendo lo friolero que es don Nicolás (su tío y verdadero padre, para que ocultarlo por más tiempo) se lo calla y disimula como puede, pero la enfermera ya se ha mosqueado del todo y frunce el ceño. Entonces la sobrina/hija se ve obligada a desviar la atención de la enfermera regalándole la caja de bombones que le llevaba a don Nicolás que, además de friolero, tenía ese vicio a pesar de tener el azúcar y el colesterol por las nubes (lo mismo que la tensión).

En ese momento entra en el cuarto otra enfermera en prácticas con la merienda y, aprovechando el desbarajuste, y al tiempo que deja el vaso de leche con galletas sobre la mesilla, se hace con la caja de bombones y se la lleva disimuladamente debajo de la bata. Pero al salir del cuarto la pilla la directora de la residencia, que andaba por allí de inspección rutinaria y le conmina a devolver los bombones a su propietario. Entran las dos de nuevo en la habitación y la directora nota también el calorcillo y comenta: «Uyuyuuiiii, aquí hace mucho calor, y que nadie me venga con historias de que es casi verano además de lo del cambio climático ni demás puñetas…». Pero entonces la sobrina/hija de don Nicolás, más que nada para distraerla, le declara su amor a la directora de la residencia, (se supone que subyugada por ese poderío de jefa dominante, o “dominatrix”, pero eso es otra película). La directora, vivamente emocionada por la declaración abraza a la sobrina y se besan. 

A continuación, contenida ya la turbación pasional desatada, deciden organizar una manifestación feminista para el día siguiente. La “mani” partirá desde el comedor, recorrerá los pasillos de la residencia y concluirá en la capilla donde, por supuesto, se pronunciarán discursos alusivos. Se rechaza la idea de sacar la “mani” por el jardín por amenaza de fuertes lluvias. También se decide hacer pancartas reivindicando derechos y tal, pero finalmente las que se hacen son demasiado grandes y no caben por los pasillos, que son demasiado estrechos, así que en días sucesivos la directora decidirá confeccionar con ellas un centenar de “mascarillas” para el personal, pero como salen muy caras decide confeccionar “masbaratillas”.

El final, como era de esperar, es dramático pero no quiero destriparlo para no estropeárselo a quien no lo haya visto. No obstante quiero dejar en el aire varias preguntas inquietantes: 1ª: ¿Qué pasará con la caja de bombones?; 2ª ¿El repentino amor de la sobrina hacia la directora es sincero o un simple subterfugio para desviar la atención del radiador?; 3ª ¿La manifestación programada para el día siguiente terminará como el rosario de la aurora con un contagio masivo y descontrolado de viruela loca por no respetar las debidas distancias entre personas?; 4ª ¿La directora de la residencia estaba casada a pesar de lo cual decidió salir del armario en ese momento?; 5ª ¿Se enterará la sobrina de que en realidad es “hija” de don Nicolás gracias a la información que le pasa una vecina que había sido testigo de los líos entre éste y su cuñada Delfina, la auténtica madre de la sobrina?; 6ª ¿Qué pasa al final con el radiador?

Como ahora tenemos tiempo por delante el que quiera puede hacer una lista de valores y contravalores a la taza (o con almendra) que se pueden extrapolar del argumento. Yo me siento incapaz, lo juro. Si no tenéis folios en casa tirar de rollo de papel higiénico, pero no escribáis con estilográfica que os quedáis sin tinta porque se la chupa toda la celulosa. Hacerlo con bolígrafo. Mandarle al Furri las listas para que él os las publique. Que os divirtáis. Abrazos.

PD.: Esta noche ponen otra peli. Se titula “Los diez mondamientos” y va de un especialista en pelar fruta variada y luego licuarla. Ya os contaré.

Jesús Herrero

EJERCICIO ESPIRITUAL (Por Pedro Trapiello)

EJERCICIO ESPIRITUAL (Por Pedro Trapiello)

Todo confinamiento domiciliario tiene algo de retiro espiritual, aquella epidemia en una España franca con Casas de Ejercicios por doquier como lo eran las de Observación en tiempos de Quevedo. Durante tres días paraba tu mundo y entrabas en otro con dormitorio o celda, capilla y comedor, te daban jabón místico unas horas al día y en las inútiles meditaciones contabas los lamparones del techo agrupándolos por categorías. A veces las horas no pasaban de puro plomizas y el silencio apenas se rompía o se volvía temible. Pero en todo caso nadie protestaba de aquella minivacación piadosa, vida contemplativa donde tenían su buen rato las sapas bardas, las musarañas y a veces la poesía vieja.

Por eso el confinamiento, este acuartelarnos, es una inédita oportunidad para convertirlo en ejercicio y aprovechamiento, aunque tiene su jodía gracia el slogan YoMeQuedoEnCasa apelando a que saques renta del infortunio... ¿casa?, quien la tenga, señora mía, que aquí lo común es un piso, y más común el piso enano, de modo que quince días en él pueden hacerlo calabozo donde cabe la guerra de nervios, la chispa incendiaria o el disparate afilado. Sin embargo, confinado en una casa como la de Pablo Iglesias, valga el ejemplo, la cosa y la casa son otro caso; ahí cualquiera se lo puede tomar como unos largos y holgados ejercicios espirituales, quincena sabática o mes sabaticón, y organizarse excursión interior al tuétano de la vagancia, después masaje lírico-intelectual, reposo, pedaleo, piscinita, hamaca en el porche, sermón-tuit en las redes, tele selecta... y cervecita fría brindando para que nos sea leve este castigo divino bien merecido por una humanidad que peca contra el planeta, la Bolsa y la vida, castigo de Dios cuya parábola incendiaria aún no ha subido a púlpitos ni a discursos (salvo el de atorrantes torras, requetés revox y jefes de somatén que no dejan de joderla en cuanto ven un micro con condón), aunque subirá a voces en cuanto la gente vuelva a las iglesias o a los mítines sin espantarles el bulto o las miasmas... o sea, sin haber aprendido nada.

Pedro Trapiello (DARIO DE LEÓN 21-3-2020)

Efectos del Covid–19 en la envergadura vital humana (Por Baldomer0)

Efectos del Covid–19 en la envergadura vital humana (Por Baldomer0)

Una reflexión chavarriana a propósito de la pandemia del Covid–19 aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid y para prevenir posibles trastornos por oír machaconamente las mismas noticias

 Baldomero

 


 

 Un precedente secular de la envergadura vital humana, y que todavía es seguido por una gran parte de los moralistas y de los iusnaturalistas, es el concepto de naturaleza humana. Nosotros no lo utilizaremos, porque consideramos que, para comprender al ser humano, su contenido es restrictivo e incompleto con relación al de envergadura vital. Además, el significado de naturaleza humana ha adquirido tal polivalencia a lo largo de su historia, que está sirviendo para defender y fundamentar las posiciones más encontradas. No obstante, recordaremos muy resumidamente algunas de las características que la tradición viene asignando a la naturaleza humana y a su derivación, la ley natural. Nos servirá de contraste de lo que aquí vamos a entender por envergadura vital humana

 

1.      LA NATURALEZA HUMANA Y LA LEY NATURAL 

 

1.1.      Tanto el derecho natural desde sus comienzos estoicos como las declaraciones de los derechos humanos se remiten al concepto de naturaleza humana como último fundamento

 

El derecho natural formula en leyes las ideas universales y fijas sobre el bien y el mal morales y sociopolíticos tal como están contenidas en la naturaleza racional del ser humano. Los enfoques antropológicos cristiano–primitivos y medievales se mantienen en el marco de las reflexiones estoicas, sobre todo de las ciceronianas, si bien se les añade a estas la idea de la semejanza del hombre con Dios. Pero esta peculiaridad no enriquece ni amplía ni transforma el concepto estoico de naturaleza humana.

 

 

 

1.2. Seguir defendiendo la naturaleza humana como fundamento y referente definitivos, firmes y claros de todo el actuar humano –aunque los autores se refieren casi en exclusividad al actuar ético y al sociopolítico, porque lo identifican con todo el obrar del hombre– se ha convertido en un asunto más que problemático 

 

      La afirmación de una naturaleza inalterable y estable ya fue puesta seriamente en cuestión por la teoría de la evolución de Darwin, quien socavó la idea de que la naturaleza consiste en una jerarquía inmutable de especies directamente creada por Dios. Este mismo efecto han producido las innovaciones en las ciencias de la vida como, por ejemplo, la mejora genética. La biología sintética muestra, de una manera más radical incluso, lo inexacto de pensar en una naturaleza con perfiles inalterables, porque, por primera vez, podemos llegar a cambiar los elementos constitutivos de la vida (incluyendo la vida humana). Por tanto, a la vista de estos hechos, ya no se puede partir de la idea de naturaleza como si fuera clara y distinta, inmutable y universal, de la que, por deducción, se infieren normas seguras y concretas de actuación. Para resolver estas objeciones, muchos pensadores proponen dar un nuevo contenido a la doctrina sobre la naturaleza humana, para que tenga en cuenta la constante evolución y la pluralidad de esta. 

 

1.3.      Si el concepto de naturaleza ha entrado en crisis, nos enfrentamos a un nuevo problema: ¿cómo fundamentar las normas más allá del voluntarismo y del positivismo legal? 

 

      ¿Existe algo “digno según la naturaleza humana”, que sea fundamento de las normas legales y democráticas, sobre todo cuando vivimos conflictos morales o de cualquier otro tipo? Hasta ahora, esa función la ejercía la “naturaleza”, que tenía la capacidad de crear una “ley natural”, estructura con funciones normativas y críticas universales y seguras. Pero, la ley natural, tal como la ha entendido la tradición, es desde hace tiempo blanco de críticas por su condición estática, por su universalismo insensible a las diferencias culturales e individuales y por su carácter formal y abstracto incapaz de llegar a lo fáctico concreto. Las teorías clásicas sobre la naturaleza y sobre la ley natural desconocen la historicidad y la limitación del conocimiento y, por ello, la humildad epistémica.

 

1.4.      Además, en las teorías sobre la “naturaleza” no están conformadas las dinámicas que se producen dentro de ella 

 

       Hoy es moneda corriente entre los pensadores cristianos hablar, por ejemplo, de un “pecado estructural”, que permea y da una nueva entidad a los pecados individuales, y también de que el poder de la cultura influye en las identidades, en las creencias, en las visiones y en las instituciones. Ello solo es posible si se admite la influencia de un todopoderoso “sistema” social sobre la naturaleza individual de las personas. Pero este hecho, ya señalado, no tiene una articulación y una explicación convincentes en el iusnaturalismo ni en los que hablan de él.

 

1.5.      La naturaleza humana es solo un esquema transhistórico que ha ser llenado de contenido

 

      Pero aquí han sido las diversas culturas de la historia las que, en cada momento y con arreglo a sus patrones, han suministrado ese contenido. Eso sí: los iusnaturalistas en general no reconocen que el contenido es cultural y específico, sino que se mantienen en que pertenece a la propia naturaleza humana. Pero la evidencia puede con los planteamientos a priori iusnaturalistas. La “vida conforme a la naturaleza” puede servir a comportamientos contrapuestos. Y así, los estoicos rechazaron, en nombre de la naturaleza, justamente aquello que los filósofos epicúreos recomendaban como el modo de vida natural, favorable al bienestar corporal y anímico. 

 

1.6.      Uso ideológico de la interpretación de la naturaleza humana como una realidad fija, inamovible, segura y universal

 

       El descrédito en que cayó el iusnaturalismo rígido entre los filósofos ilustrados ingleses –beligerantes contra el carácter estamental e impermeable de los grupos en el Antiguo Régimen– provino en parte del derrumbe de la legitimación de un orden social jerárquico por la invocación de su supuesta correspondencia con el orden ideológico de la naturaleza y la jerarquía de los seres vivientes. Los filósofos ilustrados, sin embargo, pronto cayeron en el mismo vicio que denunciaban. Después del triunfo en las Revoluciones, fueron los burgueses los que utilizaron sus conquistas en beneficio propio, dando a la libertad, a la fraternidad y a la igualdad un alcance muy restringido. La libertad fue reducida a la libertad de mercado, que paradójicamente ha creado las mayores desigualdades y esclavitudes de la historia.

 

       Pero también han hecho un uso ideológico las teorías contrarias al fijismo de la naturaleza, las que se basan en la evolución. Hubo quienes utilizaron la evolución darwiniana para legitimar políticas sociales reaccionarias. Antes que Darwin, el clérigo anglicano Thomas Malthus afirmaba que las condiciones de escasez tienden a “seleccionar" a los miembros más débiles de una población (“variaciones desfavorables”, en términos de Darwin). Lógicamente, para su muerte. Los darwinianos sociales enseñaron que impedir la eliminación natural de los ineptos contribuía a la larga a aumentar la miseria humana y tomaron la impiedad de la naturaleza como modelo normativo para la política social, aunque el mismo Darwin creía que la “simpatía” humana no podía tolerar el cruel desprecio de los más débiles.

 

2.      LA ENVERGADURA VITAL HUMANA

 

       Por el contenido tan restrictivo que dan al ser del hombre las teorías filosóficas, teológicas y jurídicas sobre la naturaleza humana, utilizaremos una nueva expresión, no contaminada por una larga tradición, para designar la rica, extensa y variada entidad del ser humano: envergadura vital humana.

 

2.1.      Denominamos “envergadura” a las determinadas y diferenciadas cantidades y densidades de ser que tiene cada ente, sea viviente o inerte

 

       La envergadura vital del ser humano está constituida por las impresionantes cantidades y magnitudes de vitalidades que el hombre ha adquirido después de recorrer un largo camino por los sinuosos itinerarios de su propia evolución. Ese conjunto de vitalidades se encuentra, en principio, en el “espacio interior” del ser humano, una expresión que en este ensayo tiene un sentido estrictamente espacial, y significa simplemente “lo que no es exterior” al cuerpo. En el espacio interior se desencadenan los impulsos, los sentires, los deseos, las huidas, los gozos, los sufrimientos, la euforia y la depresión, la simpatía y la antipatía, el amor y el odio, la esperanza y la desesperanza, las confianzas y desconfianzas, los pensamientos, las imaginaciones, los recuerdos y las voluntades. Todos ellos, y muchísimos más, generan valores y contravalores. Probablemente, la concepción clásica reduzca la naturaleza humana solamente a lo que está contenido en el interior de nuestro cuerpo, que, ciertamente, es cuantioso e inabarcable, pero no es el único constitutivo de la envergadura vital humana. 

 

2.2.      Todo viviente desarrolla sus vitalidades, su espacio interior, en relación con su hábitat 

 

       Pero eso que acabamos de afirmar sobre la envergadura vital humana como el conjunto de las vitalidades de su espacio interior es solo un primer acercamiento cognitivo a ella, pues cada viviente desarrolla sus múltiples y específicas vitalidades en estrecha “relación” con su propio hábitat. Y esa relación implica que entre la vida y su hábitat correspondiente se da una mutua implicación, lo cual hace que el hábitat no sea ajeno en ningún viviente a su envergadura vital, sino que necesariamente forma parte de ella. En efecto, el propio hábitat es el que proporciona al viviente el alimento necesario y adecuado, y, en el caso del ser humano, ese alimento son los valores y los contravalores, es decir, los seres de su hábitat –y de su espacio interior– en cuanto que desarrollan o deterioran sus vertientes vitales humanas Y, como ya sabemos, en las relaciones valorativas hay una mutua constitución de las vitalidades humanas y de los seres, una vez que ambos entran en relación valorativa. Vale decir que el conjunto de las vitalidades humanas y su correspondiente hábitat, por constituir una relación valorativa, nacen y se desarrollan en mutua implicación. Como acabamos de señalar en el apartado anterior, la mayoría de los autores reducen la “naturaleza” del viviente humano a lo que circunda su cuerpo (espacio interior). La concepción de las relaciones valorativas como correlativa y mutua constitución de sus dos términos no permite la exclusión del hábitat de la envergadura vital del ser humano. Esta nueva aportación del profesor Chávarri tiene un interés y una profundidad epistémicos de mucho calado. “Envergadura vital humana” amplía y enriquece enormemente el campo de lo que viene siendo considerado por los autores como “naturaleza humana”, limitada solo a los constitutivos de su espacio interior, sobre todo a su razón. 

 

       Últimamente, voces renovadoras de la filosofía de la naturaleza humana, sobre todo en el ámbito de los derechos humanos, hacen gran hincapié, siguiendo la tradición de la escuela de Salamanca, en nuestra “naturaleza social”, con lo que la vida buena se consigue también en la consecución del bien común y no solamente en el logro de un bien privado. También han surgido con fuerza las éticas y las teologías “ecológicas”. En el momento de su invención, el mito judío de la creación expresaba el dominio y el control absolutos que el hombre ejercía de hecho sobre la naturaleza. El orden natural, tal como es querido por Dios en ese mito, se convirtió de este modo en la justificación de la actitud depredadora de los humanos sobre la naturaleza, hoy infinitamente más que nunca. El nuevo énfasis en la ecología nos ofrece, desde la ley natural, el argumento para poder criticar el enorme abuso de la naturaleza e insistir en que aceptemos el pleno alcance y la profundidad de nuestras responsabilidades ecológicas. 

 

       Pero todos estos nuevos intentos no encajan en un “sistema” nuevo sus propuestas, sino que son como añadidos o ampliaciones de la clásica teoría sobre la “naturaleza” humana. La concepción del profesor Chávarri sobre la envergadura vital humana sí lo hace, porque ha creado un sistema filosófico nuevo, basado en las interrelaciones, por lo que no hay lugar en él para la estabilidad definitiva de ningún ser.

 

2.3.      Chávarri divide el hábitat humano en tres medios: el histórico social, el natural cósmico y el metahistórico 

 

a)      El medio histórico social engloba la multitud de relaciones que van surgiendo de persona a persona, de persona a grupo y de los grupos entre sí a lo largo de la historia 

 

       Pero que nadie imagine que semejantes tejidos de relaciones son fijos y estáticos, sino sumamente dinámicos, por lo que este ámbito de la envergadura vital del viviente hombre, al igual que los otros tres, no apareció hecho desde el principio, sino que se ha ido conquistando y modificando poco a poco a través del tiempo evolutivo. A algunos de esos entramados de relaciones podemos darles nombres concretos: grupos familiares, de vecinos, docentes, laborales, lúdicos, religiosos, festivos, políticos, gubernamentales, musicales, artísticos, científicos, comarcales, provinciales, nacionales, internacionales, etc. El medio social-histórico se muestra incluso más rico si lo contemplamos desde las infinitas modalidades que adquieren sus numerosas relaciones. Las relaciones de noviazgo, por ejemplo, revisten caracteres vitales distintos en cada pareja. La amistad y la enemistad se muestran de maneras diferentes entre hermanos, entre vecinos, entre pueblos, entre investigadores, entre naciones, entre razas o entre grupos religiosos. En el medio histórico hay relaciones circunstanciales, superficiales, profundas, comprehensivas y restringidas. Nadie puede determinar los matices diversos de las pertenencias a un mismo grupo. La gente cambia mucho sus modalidades de relacionarse; tan pronto adoptan posturas dominantes, egoístas, agresivas o engañadoras como se inclinan por actitudes serviciales, generosas, pacíficas o pletóricas de autenticidad.

 

b)      El medio natural cósmico se refiere a las relaciones del viviente humano con los seres de la naturaleza y del cosmos

 

       En el medio natural cósmico nos hallamos inmersos en densos haces de nuevas relaciones: espacios, tiempos y posiciones vitales; alternancias constantes de la luz del día y de la oscuridad de la noche, las de presencia y las de ausencia de entes naturales y cósmicos, las del nacer, crecer y morir de los vivientes y las de los estados líquidos, sólidos y gaseosos del agua. Mantenemos lazos profundos con plantas y con animales. Hemos invertido energías de todo tipo para extender por todas partes el cultivo de muchos vegetales y para adoptar, criar, reproducir, mejorar, proteger o explotar muchas especies de animales. Nuestras relaciones con virus (“coronavirus Cobid–19), bacterias, lechugas, geranios, tigres, gallinas, conejos, cerdos y caballos no pueden ser más diversas. Y no digamos las que hemos mantenido con montañas, valles, ríos, selvas, bosques, playas, llanuras, estepas, sabanas y desiertos. Las chozas, las casas, los pueblos y las ciudades, por otra parte, pertenecen al medio natural cósmico y nos sirven al mismo tiempo de protección, de defensa y de privacidad. El planeta, contemplado en su conjunto, nos ha servido hasta ahora para satisfacer nuestra rebeldía natural contra la tiranía del ecosistema, a la vez que ha alimentado los aspectos vitales de la aventura y de la conquista. A partir de ahora, en cambio, parece que la especie solo va a poder desarrollar este tipo de creatividad ampliando el espacio, es decir, viajando en los satélites hacia otros planetas.

 

c)      El medio metahistórico comprende los procesos del morir y del estar muerto y las relaciones que surgen de estos dos procesos

 

       Los procesos que constituyen el morir pueden resultar violentos o connaturales, rápidos o lentos, acompañados de cuidados íntimos y sociales exquisitos o cargados de soledad y de brutalidad. La conciencia del estar muerto está presente con más o menos fuerza a lo largo de la vida, pero adquiere sin duda más intensidad cuando entramos de lleno en las vivencias del morir.

 

       Así pues, configuran la envergadura del viviente hombre no solo su espacio interior sino también sus medios histórico social, natural cósmico y metahistórico.  

 

2.4    Semejantes mallas o trenzados de relaciones no son en absoluto fijos y estáticos, sino sumamente dinámicos y relacionándose entre sí continuadamente

 

       Ello hace que esta múltiple implicación entre los cuatro ámbitos vitales hace que la envergadura vital del viviente hombre no sea una entidad definitiva e inmutable, cosa que sí lo es la “naturaleza humana” para los iusnaturalistas. Veamos un solo ejemplo, actual (marzo de 2020), doloroso y preocupante: la pandemia que padecemos por la actividad del Corbid–19. Un virus, nuevo ente del medio natural–cósmico (desconozco su historia pasada), está afectando al propio medio natural–cósmico, a nuestro espacio interior, a nuestro medio social–histórico y también a nuestro medio metahistórico. En el espacio interior han aparecido vitalidades y mortandades nuevas –valores y contravalores– (impulsos, sentires, deseos, gozos, sufrimientos, euforias y depresiones, simpatías y antipatías, amores y odios, esperanzas y desesperanzas, confianzas y desconfianzas, investigaciones científicas, imaginaciones, recuerdos y voluntades, etc.). Con el pánico y la confinación en las casas, han surgido tipos de relaciones sociales desconocidas hasta ahora y han desaparecido otras, de las que no sabemos si se quedarán largo tiempo o desaparecerán pronto (familiares, de vecinos, docentes, laborales, lúdicas, religiosas, festivas, políticas, gubernamentales, musicales, artísticas, científicas, comarcales, provinciales, nacionales, internacionales, etc.). También el medio metahistórico se ha visto inundado de novedades (nuevas actitudes ante el morir y sus procesos, ante Dios o ante los dioses, nuevas creencias, nuevos agnosticismos y nuevos ateísmos, novedades en las prácticas religiosas sin asambleas eclesiales y sin la presencia de clérigos, etc.).

 

       Así pues, la envergadura vital del ser humano no es una entidad fija, sino que está en continuo movimiento, fruto de las interacciones entre sus cuatro ámbitos (espacio interior, medio natural–cósmico, medio social–histórico y medio metahistórico).

 

2.5.      Tanto “naturaleza humana” como “envergadura vital humana” son entidades formales

 

a)      La aparición de las razones formales representó un gran avance en la humanización, en la dignificación humana

 

       Casi todos los conceptos son formas; así, perro, casa, soldado, abrelatas, mujer, teléfono, etc. no representan a ningún ser en concreto, sino a todos los de su respectiva clase o especie. Posiblemente el uso del concepto vaya unido a la aparición del Homo, de tal modo que no puede darse lo uno sin lo otro. El concepto nos libera de la necesidad de la presencia concreta del ser para conocerlo. Sabemos mucho de Begoña, Marta, Juan o Ramón antes de verlos, pues el conocimiento del concepto “hombre” nos lo ha proporcionado. Los animales sólo conocen a los seres concretos que tienen en su presencia. En otros casos, la razón formalfacilita el trabajo y aumenta el desarrollo de una experiencia, sea ésta de construcción de casas, educación de alumnos, seguridad ciudadana u oraciones a los dioses. El uso de la razón formal, por tanto, es indicador de un gran paso evolutivo y contribuye a la humanización. Pero también estas razones formales generan grandes dosis de inhumanidad, de indignidad. La razón formal produce con frecuencia igualitarismos y estandarización, ya que no tiene en cuenta las diferencias biográficas. Andrés, María, Julia y Miguel sentirían que habían perdido su respectiva identidad si los conociéramos sólo con la forma genérica de “seres humanos”. Por otra parte, la razón formal puede caer en el “formalismo”, que consiste en cultivar la forma sin el contenido que le daba vida. Así sucede, por ejemplo, cuando detrás de educadas formas matrimoniales no hay amor; o cuando discursos muy hermosos en su forma no tienen contenido. Muchos símbolos están ya muertos porque son puras formas sin un contenido que les dé vida; y, sin embargo, seguimos manteniéndolos.

 

b)      Tanto la naturaleza humana como la envergadura vital humana son formas porque se refieren a una especie de sustrato común, universal y transhistórico, vacío de contenido concreto, que se atribuye unívocamente a los seres humanos de todos los tiempos

 

       Y es bueno que así lo sean ambas, pues el ser humano no está determinado a seguir un camino de humanización, sino que, a diferencia de los animales, puede tomar muchos igualmente humanizadores. Pero las formas no son directamente operativas, sino que lo son cuando se llenan de sus apropiados contenidos. Los de la ley natural son proporcionados, según los iusnaturalistas, por medio de la “razón práctica”, sin que especifiquen cómo lo hace. La envergadura vital humana es llenada de contenido con pares valorativos. Y ya sabemos que la gestación y la encarnación fáctica y concreta de estos valores y contravalores se lleva a cabo en las experiencias valorativas y, sobre todo, en sus cuatro estructuras. Y, en último término, son las biografías las que viven a pie de obra las experiencias valorativas y las que aceptan, rechazan o cambian los pares valorativos que se originan en ellas.

 

2.6.      Además, la envergadura vital humana, con ese “despiece” que hemos hecho en ella en cuatro ámbitos, nos es muy útil 

 

       Ventajosa para establecer que cualquier modelo de ser hombre que se construya no puede desconocer o prescindir de algún ámbito de esa envergadura vital, sino que ha de ser respetada en toda su integridad y complejidad. La envergadura vital es una pauta general, abierta, orientativa y crítica de lo que se debe hacer y de lo que se debe evitar, de lo digno y de lo indigno. Por ejemplo, se dice que atenta contra la envergadura vital humana y, por ello, contra la dignidad humana el poco desarrollo de la dimensión comunitaria, como proponía Hobbes. 

 

2.7.      Según esta concepción de la envergadura vital del ser humano, resulta infundado afirmar que solo los hombres tienen dignidad o que la dignidad es lo que nos distingue de los demás seres 

 

       ¿Cómo puede tener dignidad una vitalidad humana si se alimenta de seres indignos? Imposible. Cuanto más dignos sean los seres del hábitat humano o de su espacio interior, mayor es la dignidad humana que el hombre alcanza en la relación con dichos seres.

NUNCA ANTES (Por Pedro Trapiello)

NUNCA ANTES (Por Pedro Trapiello)

Anota «nunca antes» en ese librito en blanco que te regalaron hace la tira y que al fin le encontraste estos días utilidad como diario, porque supongo que estarás escribiendo algo de todo lo excepcional que le está pasando al mundo, pero sobre todo a tu mundo y a tu alrededor. ¿Eres consciente de ser testigo y actor -sí, tú- de momentos y episodios que nunca antes se dieron en la historia del hombre narrados tan en directo?, ¿o de que quizá no tengas otra oportunidad de contarlo porque a lo peor la muerte quiera sacarte a bailar el Rock de la Morgue?, ya ves que la pista se va atestando de bailarines sin remedio, mucha gente mayor, cierto, tanta que parece un miércoles de baile en el hogar del pensionista, pero también gente joven, robusta, carne de gimnasio y dietas saludables... en fin, anotarás como «nunca antes» comportamientos humanos que jamás habías visto, obligada solidaridad que ni se intuía, cercanías vecinales que ni hubieras imaginado... y conforme la tropa vaya perdiendo la compostura y se le nublen sus horizontes particulares, verás también las miserias humanas que aflorarán llegando a creer algunos que esto no se arreglará si no empezamos ya a hacer sacrificios humanos a los dioses con niños o virgencitas, algo así, algo azteca o inca, un guiño a indigenistas... o sacrificar políticos en otro guiño más eficaz a populistas y taraos (Torra reza al coronavirus para cerrar cuanto antes la frontera y no entren en «su casa» españoles, esa otra epidemia aún peor).


Como lecciones sacadas a esta nueva jornada de confinado anotarás:

1.- Has hecho el ridículo al escaquearte de una llamada diciendo después que no estabas en casa.

2.- Cada vez circulan menos chistes, ocurrencias y gracietas; el humor negro de las ruedas de prensa oficiales acapara todas las risas.

3.- Prefieres, como casi todos ahora, comunicarte escribiendo mejor que hablando al temer que tu voz delate que realmente estás aterrado y que te pierdes en terribles elucubraciones.

y 4.- Hurra: en tu casa se ha vuelto a cocinar un poco como Dios y las abuelas mandan.

Pedro Trapiello (DIARIO DE LEÓN 19-3-2020)

Cardenal: la voz poética de Dios en Nicaragua (Por Eugenio González Núñez)

Cardenal: la voz poética de Dios en Nicaragua (Por Eugenio González Núñez)

Sandalias en pies firmes y andariegos, melena y cotona blancas, coronada su cabeza por una boina minera, Ernesto —más que nunca—, sigue vivo en Nicaragua. Cardenal, nació en la bella y liberal ciudad colonial de Granada, en 1925. Heredero de una sólida tradición poética, Cardenal estudió letras en Managua, México, Columbia University y Europa. En 1957, fue recibido como monje trapense en el Monasterio de Getsemaní, en Kentucky, donde Thomas Merton fue su maestro y mentor. Esta voluntaria reclusión en la trapa, supuso para él un oasis de serenidad frente al deslumbrante mundo americano. De regreso en Nicaragua, vivió siempre ligado al mundo espiritual, la poesía y la lucha por la liberación de los oprimidos. Visitó varios países hispanos tomando buena nota de cambios políticos y sociales. En 1965 fue ordenado sacerdote y más tarde se asentaría en las islas de Solentiname, sitas en el Gran Lago de Nicaragua, donde fundó una comuna contemplativa de pescadores y artistas primitivistas que alcanzó renombre y fama. Allí escribió su célebre El evangelio de Solentiname. El mundo llora a otro nicaragüense universal, muerto en Managua, el 1 de marzo del 2020, a los 95 años de edad.

Su poesía, refleja su radicalismo personal, denunciando el sufrimiento y la explotación de las llamadas repúblicas bananeras, temática de su Canto nacional y Hora cero, donde destaca las proezas de Augusto C. Sandino y los guerrilleros sandinistas. Su poesía está fuertemente asida a la revolución popular sandinista, que en 1979 derrocó a la dinastía de Somoza, desgobernadora de Nicaragua por más de 40 años. Sacerdote, poeta y revolucionario nicaragüense, Ernesto Cardenal, es una figura de la teología de la liberación, como consta en sus poemarios, Salmos, de 1964, y Oración por Marilyn Monroe, 1965. A partir de los años setenta su poesía se radicaliza y se vuelve instrumento de la acción política:  Canto nacional(1972), Tocar el cielo (1981) y Vuelos de victoria (1984). Lo conocí, tras el triunfo de la revolución popular sandinista, orando el libro de sus Salmos, en Managua.

Su compromiso con los más pobres y contra las injusticias lo convirtieron en la voz moral de la lucha contra Somoza, y de la revolución sandinista, un proyecto con el que se entregó a fondo como ministro de Cultura. Esa íntima vinculación a la política hizo que la Iglesia católica lo catalogara y lo rechazara. Fue Juan Pablo II quien lo amonestó públicamente cuando visitó Nicaragua en 1983, en plena euforia sandinista, dejando caer sobre él un dedo rígido, insultante y acusador. De rodillas, la cabeza descubierta (sin la típica boina negra, que nunca se quitaba), recibió la triste reprimenda del papa, que poco más tarde, le suspendió a divinis, prohibiéndole ejercer su sacerdocio. Carol Wojtyla ha subido a los altares con aureola de santidad; Cardenal bajó a los infiernos del ostracismo eclesial, y a la soledad y la incomprensión de una Iglesia intransigente, alejada de los pobres y de quienes han intentado servirles: sacerdotes obreros, teólogos de la liberación, mujeres generosas.

A partir de 2007, el poeta vivió su propio martirio, cuando Daniel Ortega regresó al poder en Nicaragua, convirtiéndose en un verdadero dictador

Cardenal, sin embargo, mantenía un profundo amor al hermano, expresado especialmente en Los salmos, versos que demuestran su compromiso con la fe, pero también su crítica contra las injusticias, la opresión y el sufrimiento de los más desprotegidos. El poeta fue un creador incansable, cristiano comprometido hasta el final de sus días y una voz profética, combativa e incómoda para el poder. A partir de 2007, el poeta vivió su propio martirio, cuando Daniel Ortega regresó al poder en Nicaragua, convirtiéndose en un verdadero dictador. Cardenal fue crítico del Gobierno de Daniel Ortega y Rosario Murillo, cuyos desmanes y arbitrariedades denunciaba allá donde viajaba a presentar su poesía. «Daniel y Rosario, tienen un poder absoluto, infinito, que no tiene límites» (Cardenal, a El País, 2017). «No hay libertad para que yo diga algo. En Nicaragua estamos en una dictadura». A pesar de esa persecución, Cardenal se ha mantenido firme, dando recitales por doquier y denunciando, además, los caprichos y tropelías del poder. Él, que en su Cántico cósmico escribió que la poesía es «el canto y el encanto por todo cuanto existe», seguía trabajando a sus 95 años.

Tras más de tres décadas de purga vaticana, el poeta fue rehabilitado por el papa Francisco. Jorge M. Bergoglio le informó en febrero de 2019 del levantamiento de la suspensión a divinis que Carol Wojtyla le impuso en 1984. En una entrevista el mismo Ernesto había reconocido: «Me siento identificado con este nuevo papa. Es mejor de cómo podríamos haberlo soñado».

La obra de Ernesto Cardenal es coloquialista y a la vez profundamente lírica. Su poesía, una de las más sólidas y reconocibles de América Latina, se sustenta en el legado del modernismo norteamericano, de autores como Ezra Pound —el poeta de los cantos, hoy en la Isla de los Muertos—, pero con otras influencias como la cultura popular nicaragüense o las tradiciones religiosas y científicas, a través de un verso sencillo y claro, pero de gran impacto testimonial en el lector.

Tras conocerse la muerte del poeta, Ortega, hipócritamente, ha decretado tres días de luto nacional por «el hermano perdido», «gloria y orgullo de Nicaragua», a quien «admira profundamente». ¡Se necesita cinismo para decir esto de alguien a quien el matrimonio odiaba! Nicaragua pierde a otro de sus grandes escritores, el hombre que sí fue profeta en su tierra, escuchado y querido como los viejos profetas bíblicos, solo odiado por aquellos que someten y ultrajan a los pueblos en el nombre de Dios. Nicaragua ora y suplica con los poemas de Ernesto Cardenal. Y es que Cardenal, el poeta de la teología de la liberación, el ministro revolucionario, sufrió el terror de tres dictaduras: dos político-militases: la de Somoza y la de Ortega, y una eclesiástica: la de la Iglesia Católica.

En la teología de la liberación latinoamericana «La importancia de llamarse Ernesto», era también cuestión de pugna y fidelidad para él: a una iglesia dogmática y conservadora, que apunta, recrimina y condena con un dedo crispado; o la fidelidad a un pueblo creyente, humillado, perseguido y pobre que, pacientemente, espera su liberación. Cardenal optó por lo segundo, desposándose hasta la muerte, con el sufrido y pobre pueblo de Nicaragua.

El revolucionario hombre de Dios y poeta, Ernesto Cardenal, merecida tiene una hornacina en Solentiname, la Isla de los Vivos.

EUGENIO GONZÁLEZ NÚÑEZ, UNIVERSIDAD DE MISSOURI-KANSAS CITY 

DIARIO DE LEÓN 11/03/20

TRECE AÑOS DEL BLOG

TRECE AÑOS DEL BLOG

Hoy cumplimos los primeros 13 años de esta aventura. Ya nos estamos haciendo mayores. Felicidades para todos y que sea enhorabuena.

Total de visitas recibidas desde el inicio del blog: 3.084.996. Benditos seáis.

Y mi querido Jesusito Herrero, ni que decir tengo compañero y "gloria del 61", acude en mi ayuda para conmemorarlo y dejar constancia de tamaña fecha en la portada de nuestro escaparate.

 


 

Estimado ( osea, querido (bastante)) (si te parece poco invítame a unas gambas), a ver, por donde iba, ah si, por lo de estimado Furri: He pensado que el "13" no es un buen número para muchos, a mi me da igual, Dios me libre, pero por respeto a los que les puede afectar, o sea, a los supersticiosos... (tenía yo un trozo de madera para tocar y no lo encuentro ¡leches!)... se me ha ocurrido dibujar el campanil del santuario (en funciones de 1) y tres nubes (osea el 3). No hay que sumar nada (que me perdone Fernando) sino visualizar con la imaginación el 1 y el 3 por separado y no decir: "¡Anda leches! 13". No, eso nunca. Hay que decir: "Un campanil y al lado tres nubes, oyes, que original..." ¡Ángelamaríajuana! Acabo de encontrar el trozo de madera. Espera que le pase la mano por encima y te mando el dibujo. Abrazos (lo de las gambas no era broma).

 

Jesús el herrero

UN POEMA DEL “CERVANTES 2019” DEDICADO A NUESTRO SUBIRACHS (Por Isidro Cicero)

UN POEMA DEL “CERVANTES 2019” DEDICADO A NUESTRO SUBIRACHS (Por Isidro Cicero)

 

El próximo 23 de abril, S. M. el Rey entregará el premio Cervantes a un poeta leridano que escribe a la vez en castellano y catalán. Se llama Joan Margarit, no ha sido muy leído en estas mesetas nuestras, pero os aseguro que es un poeta grandioso. ¿Por qué hablo aquí de él? Hablo de él aquí porque a ver si averiguáis quién ha sido el mejor amigo de Margarit; al menos, el amigo de más larga duración en el tiempo. La familia de Margarit y la de su amigo pasaban juntas las tardes de los domingos; los niños de las dos parejas jugaban juntos en el jardín de la casa del amigo. Cuando se les hacía tarde, con tanta conversación sobre arte, arquitectura y versos, el poeta y su familia se quedaban a cenar. 

Sí, lo habéis adivinado. Joan Margarit tuvo un amigo del alma que se llamó Josep Maria Subirachs. Margarit se sabe de fondo y forma -iba a decir de memoria, pero es poco- la obra entera de Subirachs. Cuando Margarit, el premio Cervantes de este año, se refiere a nuestro santo Santuario habla de la “magna fachada” que hizo Subirachs y de “las cuatro puertas de bronce”, que a algunos de nosotros nos vuelven tarumbas de tanto misterio y de tanta sugerencia como encierran en cada uno de sus centímetros cuadrados. De tanta belleza. 

Cuando en 1962 Margarit conoció a Subirachs, el poeta tenía 24 años, estaba en el último año de Arquitectura y como poeta era un auténtico desconocido. Subirachs ya tenía 36 años y era un escultor reconocido. Ya había realizado una obra importante, desconcertante para la mayoría de la gente y muy polémica. Para cuando los dos artistas se conocieron, hacía cinco años ya que Subirachs había dado un campanazo en Barcelona al conseguir colocar en la zona de Vall d’ Hebrón la primera obra abstracta que se exhibía públicamente en la ciudad condal: Forma 12. Y. sobre todo, ya había hecho la Virgen del Camino.

Se conocieron así. En septiembre de 1962 tuvieron lugar las inundaciones de la comarca del Vallés. 1.000 muertos, dicen que llegó a haber, algunas fuentes aseguran que no pasaron de 600. La estadística no era muy de fiar porque en aquellos años, el hacinamiento y la infravivienda en las zonas industriales eran cosa habitual y los censos no demasiado rigurosos. El padre del poeta, el señor Margarit, era arquitecto de la delegación del Ministerio de la Vivienda y, dentro de los planes de reconstrucción, al señor le había correspondido el pueblo de Rubí. En Rubí el desastre había adquirido proporciones de cambio climático. Encargaron hacer el puente al ingeniero riojano Carlos Fernández Casado. Un catedrático, un pionero de referencia como proyectista en el mundo del hormigón, un intelectual.

Terminado el puente, se pensó, bien pensado, en colocar en él un monumento a las víctimas de la riada. Fueran 600, fueran 1000, qué más daba. Lo importante es que el monumento se lo encargaron a nuestro Subirachs y nuestro Subirachs hizo una de las cosas más emocionantes que yo he visto en este tipo de monumentos en honor de víctimas. Su sencillez bronca y rotunda de railes de tren cruzados conmueve.

Subirachs quiso poner en el bronce un poema breve. Y se lo encargó a su amigo Margarit, diez años más joven que él, con quien pasaba todos los ratos libres hablando de poesía, de arquitectura, de escultura, de arte en general.

Subirachs comentaba los enigmas cifrados que le gustaba incrustar aquí y allá, por todas partes. Su extensa cultura le impulsaba a sembrar sus obras de sugerencias para entendidos que en aquel momento solo tenían un significado simbólico para él y para los más próximos, los frailes del Camino, su esposa, Margarit y para de contar.

Margarit escribió el poema, pero a la hora de la verdad, no sirvió. Las autoridades prefirieron colocar, en vez del poema, un fragmento del discurso que el Caudillo pronunció sobre la solidaridad de España con el Vallés. 

A Subirachs le gustaba mucho la poesía de Margarit. Puedo decir sin equivocarme, que más le gustaba la poesía de Margarit a Subirachs, que al propio Margarit. Si no llega a ser por Subirachs, muy respetado en el mundo de la vanguardia, los poemas de Margarit hubieran tardado mucho más en ser considerados, pero el escultor habló con Camilo José Cela, que escribió un prólogo al poeta y con el editor Pere Vicens que le publicó su primer libro. 

Subirachs estaba casado desde 1955 con Cecilia Burgaya. Y Margarit, al año siguiente de hacerse amigo de Subirachs se casó Mariona Ribalta. La amistad de los dos artistas se amplió a las dos parejas, y solo la interrumpiría la muerte. Primero murió Cecilia en 1994 y luego Josep Maria, en 2014. Cuando se inauguró el santuario, estuvo aquí el hijo mayor de Subirachs y Cecilia, Roger, que también murió en 2017.

Para el hoy premio Cervantes y para Mariona, el matrimonio Subirachs-Cecilia Burgaya era un modelo. Él y Mariona solían decir: Cuando tengamos niños, a ver si somos capaces de educarlos como hacen Josep y Cecilia con los suyos. 

A Cecilia, Josep María la adoraba. En las tardes de los domingos, mientras los niños corrían por el jardín, el poeta-arquitecto y el escultor entraban en el estudio de Subirachs para comentar las creaciones que iba haciendo. Las grandes maquetas, las piezas pequeñas, los objetos de orfebrería, las joyas, los diseños e inscripciones enigmáticas que cuando se iluminaban por la interpretación adquirían bellezas alquímicas. Enigmas sencillos, pero crípticos. Nombres familiares, algunas veces anagramas de Cecilia.

Cuando los domingos se les hacía tarde de tanta conversación, la esposa de Subirachs, dulce y alegre, preparaba la cena para todos. Mariona la acompañaba con los niños y la cena mientras, en paralelo sus esposos continuaban una conversación artística ininterrumpida desde el año 1962. 

1986 fue un año crucial para todos ellos. A Josep María le encargaron la fachada de la Pasión de la Sagrada Familia y a Joan, un brillante arquitecto, catedrático de arquitectura y de resistencia de materiales, el cálculo, los proyectos y la dirección de las obras de estructura del Templo de Gaudí. 

Hasta que murió Cecilia, que supuso un golpe brutal no solo para Subirachs sino para todo el grupo.  Era, como ya he dicho, el año 1994. Cuando ocurren cosas así, las demás cosas nunca vuelven a ser las mismas. A Subirachs poco a poco le fueron abandonando las fuerzas físicas -un escultor debe poseer fuerzas físicas - y se refugió en la pintura. 

A última hora, Margarit visitó a Subirachs en la residencia donde pasaba sus últimos años. Su hija Judit le atendía con mimo.

 

Judit Subirachs-Burgaya junto a la escultura ’La Familia’

 A Judit la conocí yo, Isidro Cicero, personalmente; hicimos juntos un coloquio sobre nuestro Santuario en Madrid, en el espacio O_Lumen. Para el premio Cervantes de este año, Judit es la reencarnación de Cecilia, una segunda Cecilia, encarnación de su dulzura, su alegría, su sencillez. Muchas personas, yo entre ellas, a veces escribo correos a Judit, y por contacto la llamo Cecilia. Tiene mucha paciencia y me dice: Cecilia era mi madre, pero no me importa que me llames como ella, muchas personas lo hacen.

La visita que hizo Margarit a Subirachs, la última, no hablaron nada, pero fue su despedida. El poeta se quedó con la duda de si le conoció o no. Subirachs no pronunció una sola palabra. Los tres sabían que aquella era la despedida. 

La editorial Nórdica Libros publicó en 2015 un poemario de Margarit con el título “La sombra del otro mar”.

Margarit quiso que las ilustraciones del libro fueran algunos de los cuadros que pintó Subirachs cuando las fuerzas para hacer escultura le abandonaron.

Es un libro muy bello en cuya introducción el poeta se explaya sobre la amistad de las dos parejas, Cecilia y Subirachs, Mariona y él. Se percibe un gran respeto, un hondo afecto, una enorme admiración y conocimiento.

El primer poema del libro está dedicado a Subirachs y, significativamente, se titula “Infierno”. Quiero que lo conozcáis.  Pertenece a Restos de aquel naufragio, de la colección 1975 – 1986. Dice así.

Imagina una noche de verano

junto al mar, entre sábanas tendidas,

la luna traspasando barandas en el patio, 

y sombras de alambradas en la piel

para escribir la música de un sueño.

Imagina las islas con olivos, 

sus colinas de mármoles y muerte

donde Leonardo reina, condenado

por un matiz de rojo que nunca consiguió.

 

Yo veo aquí un tendal bajo la luz de la luna que refleja la sombra de los alambres sobre las sábanas tendidas y la piel del amigo. Parece una partitura. Se pueden escribir en ella las notas de un sueño. ¿Cuál? El propio de un artista: la pesadilla torturante de no conseguir nunca la belleza inalcanzable que aspira a expresar.

Isidro Cicero

 


 

nota del Furriel:- 

¡es una historia preciosa!
Pero no llego a interpretar algunas migas sueltas que debo seguir, como pulgarcito, para descifrar el enigma de este signo misterioso  que Josep María Subirachs incluyó en la puerta principal de nuestro santo santuario.

 



FALLECE JOSÉ FERNANDO MARTÍNEZ VÁZQUEZ

FALLECE JOSÉ FERNANDO MARTÍNEZ VÁZQUEZ

Lamento mucho comunicaros que anoche ha fallecido nuestro compañero JOSE FERNANDO MARTÍNEZ VÁZQUEZ.

El entierro será este viérnes 24, a las cinco de la tarde en su pueblo natal, Grajal de Campos, León. 


La Bolsa DEL TRAPI

La Bolsa DEL TRAPI

 

Noticia de impacto.

Ved la bolsa de la ropa sucia/limpia del Colegio que ha acompañado estos últimos sesenta años a Andrés Trapi. 

Andrés (con acento) Martinez (Z al revés) Trapiello - 418.

Era la bolsa que caía por la tolva, que llegaba a las monjas con la ropa sucia y regresaba cada semana con ella limpita y planchada.

Digna de estar en el museo de todos nuestros recuerdos, el museo que se llamaría EL TOMILLAR.

LAURITA

Pedro G. Trapiello escribe hoy en su columna del DIARIO DE LEÓN a Laura, su madre fallecida.

 


 

 

Ella siempre estaba. Siempre. Y ya no está. Laurita se fue. Qué mujer, qué biografía. Era mandil y señora galana. Guapa. Era un servir y que no lo pareciera, sonreía. Era una noria de cultura popular y refranes bien traídos, le fluían, gracia de ser hija de maestro de crónicas audaces siendo concejal en Sabero, donde ella nació. Tener un padre sentencioso da su ventaja; de oírselo a él, por ejemplo, cantaba ella el Gernikako Arbola de pe a pa sin entender un pijo de euskera ni pisar Vascongadas en sus 97 años. Igual en liturgias o doctrina, lo sabía todo y practicaba mucho, ventaja de tener hermano cura, beneficiado de la Catedral, profesor de dibujo y periodista al que trajo a vivir a su poblada casa con su biblioteca y su voz de plumines, versos, odiseas o milagros. Muy religiosa Laurita. Del Cielo le caía algo de su fortaleza, seguro, pero el resto salía de ella, hebra de bilorta, hecha a no parar por tener solo dos brazos, nueve hijos y, además, ocuparse de la caja del autoservicio familiar, purrir en la multigranja de La Palomera o arrimar bríos a la finca grandona del Páramo, «ventajas» también de ser la esposa de Porfirio, no menos brioso y de «acaudalada familia», como rezó la gacetilla de su petición de mano en la prensa local. Y si era poco, ¡qué fina cocinera! con doce o más sentados cada día a la mesa familiar, discípula del inefable Picadillo de tapas rojas. Ay, Laurita, toda tu vida, toda, trenzando verbos: fregar, lavar, planchar, hacer camas, tejer, cortar telas y hacer ropa («más vale hacer que mandar»), ser enfermera, peluquera, ordenar, coser, reciclar, hacer pan, jabón, membrillo, manteca o quesos, curtir, hilar, embutir, escabechar, rezar, madrugar, llorar, velar, atender a un hijo especial, lumbre encendida... ahí la muerte no pillaba ranura y solo se te coló al final, rauda, sin agitación, casi dulce, en tu cama, la luz tenue, hijos alrededor, sonando un hilo de gregoriano, recitándote Jose las preces del tránsito... «y lo mismo que una lamparita se fue apagando la soberana». Ahora la orfandad nos será brutal y tus hijos ya solo dormiremos en un colchón de lágrimas por no haberte pagado todo.

 

https://www.diariodeleon.es/opinion/pedro-trapiello/laurita/201911231043241960721.html?fbclid=IwAR1XP8ABLAx0scu-dZcAQ41xM8oFl2ET3Ua6w4peBQTpQkhIZrORwWZmjlc

FALLECE DOÑA LAURA TRAPIELLO

FALLECE DOÑA LAURA TRAPIELLO

Madre de nuestros compañeros García Trapiello con quienes tanto compartimos y a quienes enviamos nuestro pésame y cariño.

Descanse en paz.

CRUZ DE SANTA MISIÓN

CRUZ DE SANTA MISIÓN

José García Gómez, nuestro querido Pepín del cuso del 62, me envía la fotografía de la portada de hoy con el siguiente comentario:

"En el pequeño pórtico de la capilla de Cermoño (villa de Cermonius), concejo de Salas, lleva instalada la cruz de la foto ¡65 años!, como fiel testimonio de la época en la que los frailes predicadores hacían honor a tal nombre por toda la geografía ibérica y de otros confines".

El padre Gago: ¿un futuro beato de la comunicación?

El padre Gago: ¿un futuro beato de la comunicación?

 

https://www.vidanuevadigital.com/2019/11/06/el-padre-gago-un-futuro-beato-de-la-comunicacion/

 

  • Una nueva asociación busca “aumentar la ‘devoción’ que siempre ha habido en muchos ambientes” hacia el fraile dominico y periodista
  • Encargado de poner las bases de la modernización de la Cadena Cope en los 80, su sobrino confirma que ya están recopilando documentación para su canonización

Si hay alguien que ha contribuido a darle a la Cadena Cope la identidad y la impronta que la radio ha tenido en la sociedad y la Iglesia españolas, ese es sin duda el fraile dominico y periodista José Luis Gago de Val. Nacido en Palencia en 1934, fue prior de la comunidad dominica de Valladolid en varias ocasiones, profesor de Ética en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid, director del programa “Pueblo de Dios” de TVE y, en la Cadena Cope, jefe de programas, consejero, director general y, finalmente, director del área socioreligiosa hasta su jubilación en el año 2000.

Fallecido en 2012una asociación busca rescatar su memoria y ya trabaja en la futura causa de beatificación. El presidente de dicha asociación es Rafael Ortega Benito –también presidente de UCIPE– y cuenta en su junta con periodistas como Francisco Temprano Pascual –director de Producción Propia de RTVCyL–, Pedro Antonio Martín Marín –abogado y presidente de la Fundación COPE–, Elsa González –expresidenta de FAPE y consejera de Telemadrid y Vida Nueva– o Julián del Olmo –exdirector de Pueblo de Dios–.

 Promover la memoria

Para Raúl Posadas Gago, sobrino del dominico y tesorero de la asociación, esta iniciativa que se ha fundado y registrado en Madrid el pasado mes de septiembre ha surgido “de personas de diferentes entornos, pero en su mayoría del mundo del periodismo y de la comunicación”. Los estatutos marcan la finalidad de “promover la memoria del Padre Gago, referente como predicador y como comunicador, y también aumentar la ‘devoción’ que siempre ha habido en muchos ambientes hacia su persona”, ya que el religioso ha sido “una de esas personas que no deja impasible a nadie”, confiesa.

Por ello, con toda la documentación y acopio de material, la asociación está muy implicada en “colaborar y promover la futura causa de canonización”cuando las autoridades diocesanas vean que está madura la apertura de este proceso. Mientras, la asociación cuenta con una gran cantidad de los materiales relativos a la figura del padre Gago, testimonios de personas que le han conocido, datos biográficos de las distintas etapas de su vida, sus escritos… Entre toda esta documentación se encuentran piezas inéditas como algunas grabaciones del Padre Gago predicando Ejercicios Espirituales a unas religiosas de clausura o más de 300 folios de testimonios recogidos entre dominicos, comunicadores, familiares y amigos.

Todo esta tarea ya está en conocimientos de las autoridades eclesiásticas, de hecho la junta directiva se reunió el pasado 29 de octubre con el arzobispo de Valladolid, Ricardo Blázquez. A él se le “presentó la asociación y se le hizo entrega de los materiales recopilados hasta la fecha, así como la solicitud para que el Arzobispado acogiera a la asociación y sus fines”. Algo que el propio prelado acogió con satisfacción.