Blogia
Antiguos alumnos dominicos VIRGEN DEL CAMINO - LEON

FOTOS Y DOCUMENTOS

La Basílica Menor más meada de la cristiandad.

La Basílica Menor más meada de la cristiandad.

Así se manifestaba Luis Carrizo hace ya unos días en el blog.



Me fastidia tener que decir esto, pero es que, como dicen los futboleros --que están que no se les cuece el pan desde que se enteraron de que ya vuelve el fútbol--, me la han dejado botando. Señala el texto que los transeúntes llenaban los soportales de suciedad, y yo quiero decir, con las mismas letras lo que ya escribí en este blog hace unos años, que esta Basílica Menor es la Basílica Menor más meada de la cristiandad. No sirvió de nada entonces mi descarnada observación y no servirá, seguramente, de nada ahora, pero vuelvo a repetir que es una verdadera pena observar la suciedad que presenta el muro sur, el paralelo a la carretera, mezcla de alivios perrunos de todo pelaje y polvos de todos los que salieron del Santuario sacudiéndose los pies (que según se deduce del anónimo comentarista debieron de ser legión)y que encuentran fácil asiento entre las rugosidades que presentan los bloques de piedra-vista, que hubiera acabado por decir Cicero si llega a escribir 37 globos.
¡Cagon tal!,¡que no me parece nada bien! Que al lado de la Pulchra se nota "entodavía" más la suciedad.

Fecha: 07/05/2020.

 

LA PARROQUIA DE LA VIRGEN

LA PARROQUIA DE LA VIRGEN

Fotografía y enlace al Diario de León que cita Luis Carrizo en su comentario a la entrada TAMBIÉN HA LLEGADO LA PRIMAVERA

https://www.diariodeleon.es/articulo/leon/valverde-aspira-darse-conocer-como-aldea-inteligente-plan-europeo-smart-rural-21/202005220132552014887.html

OBLIGATORIO

OBLIGATORIO

Hasta el peregrino de la puerta de Subirach tiene que cumplirlo.

TAMBIÉN HA LLEGADO LA PRIMAVERA

TAMBIÉN HA LLEGADO LA PRIMAVERA


Fotografía y enlace al Ddiario de León que cita Luis Carrizo en su comentario.

https://www.diariodeleon.es/articulo/leon/valverde-aspira-darse-conocer-como-aldea-inteligente-plan-europeo-smart-rural-21/202005220132552014887.html

CON UNA SOLA TORRE

CON UNA SOLA TORRE

Otra perla encontrada por el ciberespacio

EL VIEJO SANTUARIO EN COLOR

EL VIEJO SANTUARIO EN COLOR

Eran los años cuarenta cuando comenzaron las obras para levantar una segunda torre en el Santuario de la Virgen del camino, gemela de la que ya existía, en la cual brillaba todas las noches una potente luz que se veía desde cualquier lugar de la ciudad de León.

Alrededor del Santuario, galerías que eran albergue de caballerías y transeúntes pobres, que allí hacían lumbre y llenaban el recinto de suciedad, por lo que fue necesario cerrarlas con verjas de hierro en tiempo del obispo don José Álvarez Miranda.

En los años sesenta, fray Arturo Álvarez, O.F.M., nos decía:
«Allá quedó, como un capítulo de historia, el viejo templo. Sólo el lugar se respetó y únicamente perduran, de él, la imagen de la Virgen y su encuadre tradicional: el retablo que labraran, en 1731, Pedro y Antonio de Valladolid. Todo lo demás cayó, bajó la pica revolucionaria de la...evolución...

El arquitecto sabe que León tardará en aceptarlo y muchos jamás lo comprenderán; que la gente estaba acostumbrada al otro templo; que éste choca con el viejo camino romero, con una ciudad cuajada de arte clásico, con la humilde sencillez del pueblo de fe añeja, al que la nueva arquitectura difícilmente hablará con lenguaje a su alcance... Pero no importa. A la luz de una idea funcional comienza el nuevo santuario, en abril de 1957.

nota.- foto y texto encontrado fisgando por Internet.

LA FAROLA (Por Baldomero)

LA FAROLA (Por Baldomero)

Querido y admirado Josemari. Me has enviado, para comentar, una lámina del test de Rorschach. No está confeccionada con manchas, pero tiene el mismo efecto: sirve para que uno “proyecte” en ella y desembuche lo que lleva dentro. Por eso EL PITU, sabio de la Aldea Global, que es también un psicólogo de pro, acuñó con gran acierto el nombre de “test proyectivos” para designar este tipo de pruebas. Acepto el reto de “desnudarme” y digo que lo primero e inmediato que vi en la foto nada más abrir tu correo fue la simbología de la luz. Mi “proyección” la desencadenó esa farola que destaca en primer plano y que, inclinada, abraza en actitud protectora todo el conjunto, dando destacada luz al lateral izquierdo y al camarín del santuario y dejando en la oscuridad lo que está fuera de su radio. Por eso, las personas que recorren el cubierto atrio lateral “caminan en la oscuridad”. Pues vayamos a la luz. Pero no la enfocaré desde el punto de vista del docto Fernando Box, especialista físico en teoría óptica; ni desde la perspectiva del Ministro y de su maestro, nuestro añorado y querido Evelio Pesquera, que, pertrechados de un equipamiento rudimentario y con la ayuda del forzudo Antonio Argüeso, subirían a la farola a cambiar sus “luminarias” por las de tecnología LED y, de paso, escalarían a lo más alto de la torre–cruz para arreglar el piloto rojo que, cuando se esconde la “luz” del sol, avisa a los navegantes del aire para que no se estrellen contra ella; ni tampoco mi visión será la de un fotógrafo avezado en el uso del Photoshop, el cual, posiblemente, corregiría la aberración del objetivo de la añeja cámara que hizo la foto enderezando la farola y equilibrando la “luminosidad” de algunas zonas. Mi enfoque será la simbología de la luz, porque veo la foto expuesta en el espacio “O Lumen” de Madrid, que, con acierto y mucho éxito, dirige pJavi Carballo.

Y, ya dentro de la foto, oigo que salen del santuario–basílica las voces blancas de unos niños que cantan a tres voces el hermoso “Oh, luz de la Iglesia” de D. Joaquín, cuyo acompañamiento guardarán como oro en paño Maxi Olóriz o Santines Vibot y que me haría feliz si lo compartieran conmigo. Desde el lado izquierdo, y ya fuera de la foto, me llegan los sones gregorianos de unos frailes, que, en procesión, glorifican gorjeando a su fundador con la antífona “O lumen ecclesiae”. Por la mañana, como era el día de las Candelas, habían procesionado cantando el hermoso “Lumen ad revelationem gentium”, del “Nunc dimittis” del anciano Simeón. Eso sí, con pPedro dirigiendo y llamando al orden interpretativo a pMorán y a pTascón porque desafinaban y no hacían suave los finales. También a pLanz. Con pCalzón no se atrevía a reprocharle el excesivo vibrato de su voz, porque para eso era el jefe soberano. 

 

         Creo que la luz, junto con el agua, son los símbolos más utilizados por las religiones para expresar sus misterios. La Biblia se abre con la luz de la creación en el Génesis, 1-2 y se cierra con el esplendor de la luz de una nueva creación y de una nueva Jerusalén en el Apocalipsis, 21. Entre estos dos polos se pueden encuadrar los diversos textos y los diversos significados que el tema de la luz expresa y desarrolla a través de su propio campo semántico: la vida, la felicidad, la salvación, la paz, la bendición, la presencia divina, el día del Señor. Incluso el nombre y la realidad de Dios se expresa a través de elementos de nuestro mundo ricos y densos de simbolismo, entre los cuales está la luz.

 

Pero al lado del valor luz, la Biblia expone también el tema del contravalor tiniebla, o tinieblas, que es la negación de todo el contenido polisémico del simbolismo luz.  Las tinieblas son el símbolo del peligro, de la enfermedad, del dolor y de la muerte, de la amenaza y del miedo, de la mentira, de la oscuridad, de la ceguera, de la muerte y de la noche. Para la Biblia, la luz y las tinieblas son un símbolo de todo lo que existe de positivo o de negativo en el ser humano y su mundo. El hombre que prefiere las tinieblas pierde la orientación más conveniente para él y arrastra una existencia orientada hacia la perdición. La salvación más allá de la muerte se describe como el triunfo de la luz y como una transformación de las tinieblas de la muerte en luz de la vida.

 

En la foto, sería desacertado contraponer la luz de la farola al símbolo de muerte y de tiniebla que significan la cruz y el sepulcro que componen la decimocuarta estación del viacrucis de pCoello de Portugal. Ciertamente, cuando Jesús expiró, las tinieblas se extendieron por toda la tierra, pero el autor del evangelio de Juan relata que la entronización (resurrección) tuvo lugar en la elevación de Jesús en la cruz. Nuestro santuario rezuma simbología de la luz en todos sus rincones.

 

         Y ahora entra Eladio Chávarri con una aportación magnífica sobre la luz como orientadora de nuestras vidas: los horizontes de sentido.

 

1.       ¿Qué se quiere decir en realidad cuando se atribuye a una actividad algún horizonte de sentido? Es muy probable que las primeras actividades humanas que recibieron tal atribución fueran los movimientos en el espacio vital humano. Las implicaciones con el medio, el sustento diario, la protección, la comunicación con otros grupos más próximos y lejanos eran de mucha estima para la existencia del nómada. El hombre primitivo dependía de los lugares no menos que nosotros del contrato de trabajo o de la pensión. Su vida se desenvolvía en redes de relaciones espaciales con muchas cosas. A aquellos hombres les era intrínsecamente necesario tener bien orientados sus movimientos en sentidos espaciales varios y precisos. Como es obvio, la orientación y el sentido espacial de sus movimientos eran al mismo tiempo orientación y sentido de la vida. Hallarse perdido en el espacio vital casi equivalía a hallarse perdido en la vida.      

 

         Sabemos, por otra parte, que las direcciones espaciales oriente–occidente, norte–sur, delante–detrás, izquierda–derecha, arriba–centro–abajo imprimieron caracteres decisivos a la vida de muchos grupos humanos estabilizados. Dicho sea de paso, el parentesco común inmediato de los vocablos ‘orientar’ y ‘orientación’ parece ser oriens = oriente. La aldea o la ciudad se constituyen en centro y símbolo del mundo. Las actividades adquieren en gran parte orientación y sentido de la carga significativa que se atribuye a las direcciones y sentidos espaciales. La región de arriba, el cielo, se halla henchida de los valores supremos de la existencia; en las partes de abajo, en los infiernos, habitan los agentes enemigos y destructores del hombre. El oriente es la región de la luz y de la vida; el occidente, la de las tinieblas y la muerte. Energías poderosas que llenaban las diversas orientaciones y sentidos espaciales –concentradas muchas de ellas en espíritus y dioses– regían las actividades de los hombres, otorgándoles sus correspondientes orientaciones y sentidos. Los rayos luminosos del bien, y los tenebrosos del mal, atravesaban de parte a parte todas las obras del hombre. Nada escapaba a su penetrante influjo. Las propias actividades de los sabios brujos, hechiceros, chamanes, místicos, sacerdotes y reyes, a pesar de su específica dignidad, recibían orientación y sentido de las fuentes espaciales. 

 

         Así pues, para muchos hombres, el espacio cargado de energía vital y mortífera ha sido punto de referencia de numerosos horizontes de sentido de sus propias vidas. Por supuesto, no ha ocurrido siempre así, y no ocurre en concreto para la mayoría de nosotros. ¡Hemos desencantado el espacio en todas sus direcciones!, aunque no pocos aún tratan de leer sus vidas en las cartas y en las estrellas. Quizás no estemos tan alejados unos hombres de otros en este asunto del sentido. 

 

2.       Para nosotros, los que pertenecemos al mundo de la producción y del consumo, el horizonte de sentido de todas nuestras vidas es nuestro modo de ser hombre, que no es otro que el del ser Humano Productor Consumidor. Esta luz u horizonte de sentido “productivo–consumista” marca a fuego la orientación de todas nuestras acciones. Nuestras conductas ante la vida y la muerte, ante las demás personas, ante la Naturaleza y ante uno mismo son iluminadas –y ensombrecidas, no lo olvidemos– por el LED del consumismo. Nuestros valores y contravalores biopsíquicos, económicos, epistémicos, estéticos, éticos, lúdicos religiosos y sociopolíticos tienen la tonalidad y el revirado de la “mercancía”. 

 

         Y ahora espero que el Pitu de Casorvía haga el diagnóstico de mi “proyección” sobre la foto. Sé por fuentes fidedignas que siempre tuvo un “negro” argentino, de profesión psicoanalista freudiano, que era el que le llenaba de verborrea los informes que mandaba a los padres de los alumnos. Que no caiga en la tentación de valerse del susodicho psicoanalista argentino, porque sé a ciencia cierta que me iba a tildar de “neurótico fálico”, porque lo primero que he visto en la foto fue la farola y he señalado a Pesquera y a su aventajado discípulo el Ministro escalando por la torre–cruz hasta llegar a la cumbre. Y también, la alusión al “erguido gigante” Argüeso. Los únicos Falos que conozco a mi edad son los asturianos que se llaman Rafael.

UN SEÑOR, LLAMÉMOSLO JUAN (Por Antonio Argüeso)

UN SEÑOR, LLAMÉMOSLO JUAN (Por Antonio Argüeso)

Me econtré esta fotografía, fisgando, como otras tantas veces, en los mundos de Internet. Y pensé, y lo hice,  pedir al muy querido Antonio Argüeso un comentario sobre lo que pudiera sugerirle.

Y me he quedado impactado con su relato.

el furriel.

 


 

La época, la situación vivida maltrata y cambia a las personas. Esto lo constatamos a poco que miremos de cerca momentos convulsos de la historia. Y nosotros hemos vivido y hasta estamos viviendo tiempos convulsos. 


Voy a intentar demostrar esto que para mí tan bien se plasma en la foto que abre el portillo contándoos algo de mi historia pues, como todos los que esto leéis, también tengo una.

A la Paramera fui, ahora que lo analizo, por enchufe. Nunca lo hubiera pensado, pero así fue. He oído que había que pasar un examen; creo que nunca lo hubiera superado: ni sé cómo aprendí a leer ni cómo asimilé "las cuatro reglas". A la escuela de mi pueblo íbamos todos juntos desde 5 o 6 años hasta 14 o 15. Eso sí, bien separados los niños de las niñas. Y el maestro era de "aquella época" de los de "la letra, con sangre entra" o de "la letra con sangre, entra". 


¿Y el enchufe? Por razones que no vienen al caso a los 10 años recabé en Reinosa y allí un señor, llamémoslo Juan, pues no quiero dar su nombre real ya que alguno que esto lea pudiera conocerlo, se interesó por mí. Fue él quien me metió el gusanillo de andar por la montaña, el que me abrió horizontes, el que azuzó mi curiosidad. Y fue él quien me enchufó. Porque Juan tenía entradas, influencia.

Curioso personaje, Juan. Muy dado a ayudar, a echar una mano a quien lo necesitase; y en mi caso a abrirme horizontes insospechados. Siempre guardé un recuerdo cariñoso de él.

Pero hará ahora 10 años, es decir ¡más de 50 años después de lo que voy a contar! tuve como una aparición, un momento de terror, de angustia, de incertidumbre. 

 

Estaba en clase de interpretación de conferencias; trabajaba con grupos muy reducidos, de entre tres y seis alumnos. Ignoro la causa, pero había comentado algo de la Guerra Civil y, al terminar la clase mantuve la siguiente conversación con una alumna: 

 

-¿No recuerda nada personal de esos momentos?

- No, no, que no soy tan viejo

- Ya, ya, (continuó no sé si por disculparse o porque realmente le interesaba) pero usted (en francés el “usted” es de rigor) seguro que padeció directamente alguna consecuencia.

 

Y recordé, de golpe, en su totalidad algo que el subconsciente, el reflejo de supervivencia, lo que sea, había mantenido “olvidado”, pero presente. Dije a la estudiante, de forma muy imprecisa que sí, que sí recordaba, que a la semana siguiente le comentaría.

 

Y es que Juan, el señor con los que tantos paseos había dado por las montañas de los alrededores, había sido uno de los que, terminada ya la guerra, fusilaba, a los “ajusticiados”, algo que a veces me lo contaba. No olvidemos que en Reinosa, como en la zona minera asturiana, como en tantos otros lugares, la posguerra llegó hasta los años cincuenta. Todavía ahora, cuando esto escribo, cuando pienso en ello, se me revuelven las tripas.

 

No voy a entrar en detalles, solo repetir algunas de las frases que él repitió en varias ocasiones: 

-“los hombres, en general, lo aceptaban, no reaccionaban”

-“las mujeres, las muy putas, nos insultaban”

-“algunas mujeres querían ‘arresquilar’ la tapia para salir; otras echaban a correr y había que matarlas como a conejos”. 

 

No sigo, no puedo seguir.

 

Y ¿qué tiene que ver esto con la foto? Pues que Juan podía ser uno de esos bravos hombres que levantan el brazo, la mayoría con decisión, que llevan a la Virgen. Sigo pensando, quiero pensar que no, que no era malo, que lo hicieron malo, perverso. 

 

Juan cometió las atrocidades que cometió porque hicieron de él una persona incapaz de reflexionar, porque la religión que le inculcaron (sea religión ‘religiosa’, ‘ideológica’ o simplemente ‘vivencial’) le abocaron a ello. 

 

Él ni siquiera sacó beneficio económico: muchos fueron los que gracias a sus “hazañas” obtuvieron una gasolinera, un estanco, la dirección de una estación de Renfe… él no: aún recuerdo alguna tarde en las que me aburría e iba a hablar con él y a ver cómo, tras salir del trabajo, Juan, para poder sobrevivir, para sacar a sus hijos adelante, lavaba botellas en una empresa que las rellenaba de mala gaseosa.

 

No sé qué pensar, la verdad pues, a pesar del terror que me traen estos recuerdos, no puedo aborrecer de Juan.

Antonio Argüeso

UNO DE TANTOS PERIPLOS DE LA DOLOROSA DEL CAMINO (Por Santos Suárez Santamaría)

UNO DE TANTOS PERIPLOS DE LA DOLOROSA DEL CAMINO (Por Santos Suárez Santamaría)

Y cómo lo voy a hacer  / -me preguntaba a mi mismo-

al leer en un correo /  lo que allí veía escrito

Lo que tenía delante /  era un documento antiguo, 

una foto en blanco y negro, /   y con un ruego conciso

en el que se me invitaba /  a glosar su contenido

tal como me pareciese /  y según mi propio juicio.

Así que no puse excusas / al amable desafío  

de Josemari quien lleva  /  el timón de este navío. 

La exégesis no me va  /  y en  glosar no soy perito

como lo son, por ejemplo, /  Carrizo, Vibot e Isidro.

Vamos, sin embargo a ello  /  a ver si puedo y consigo,

aclarar someramente, / algo de sus entresijos.

 

Lo primero que destaca  /  -lo apreciáis todos conmigo-

es la venerada imagen  /  de la Virgen del Camino, 

esa imagen dolorosa  /  que siendo tan solo niños

se nos grabó en las pupilas  /   y con ella hemos crecido. 

La efigie que tantas veces  /  nuestros cantos cristalinos 

sonorizaron su templo  /   cuando colegiales fuimos.

Verla en esta foto ahora  /  fue contener un suspiro

y volver en el recuerdo  /  a lejanos tiempos idos.

A los tiempos cuaresmales, /  al canto de los oficios

y al turbador “O vos omnes”  /   punzándome los oídos.

Me fue duro alzar los ojos  /  por primera vez, de niño,

y ver una madre rota  /  sosteniendo muerto al hijo.

Aquí vista a campo abierto /  sobre rastrojos de trigos                        

dibujada contra el cielo  /  a hombros de peregrinos

no pareciera su rostro  /  tan doliente y afligido

como entonces en su templo  /  iluminada por cirios.  

 

Refiriéndome a la foto  /  que tengo delante y miro

me hubiera gustado hacer  / un apunte más  preciso. 

No sé cuándo se ha tomado  /  ni el lugar en que se hizo

no sé de sus circunstancias /  ni su autor, ni sus motivos. 

Por lo que en ella se muestra  /  y analizándola opino

que de su toma ha pasado   /  más de tres cuartos de siglo. 

Anterior, sin duda, al tiempo  /   que en Colegio estuvimos

y tal vez bastante antes /   de que hubiéramos nacido.

Determinar por ejemplo /  la estación sin ser testigo

no es fácil, aunque presumo  / que fuera en tiempo de estío.

O quizás fuera en otoño  /  antes que llegase el frío

por no ser la que aparece /  indumentaria de abrigo.

Podrían decirme algo  /  tal vez esos arbolillos

acerca del cuándo y dónde  /  pero yo no lo percibo

Nada me dice ese cielo  /  que me parece plomizo

y poco me dice el fondo  /  nebuloso e impreciso

Sí podría presumir   / que lo que lejano atisbo

es la ciudad de León,  /  aunque sólo por indicios. 

 

Respecto al grupo de hombres  / del primer plano adivino

que pudieran ser alcaldes   / de pueblos circunvecinos  

pues hay algunos que llevan  /  bastón de mando consigo

y otros colgado del cuello  / análogo distintivo.

La mayor parte de ellos  /  lucen atuendo festivo:

traje oscuro con corbata  /  sobre camisa de lino,

o de algodón, o de seda  /   que esos eran los tejidos

de aquel tiempo con que hacían  /  las camisas los modistos.   

Y entre tanto traje oscuro  /  seguro que ya habéis visto

parte del habito blanco   /  que advierte de un dominico. 

Su presencia se revela  /  por ese talar vestido 

blanco y por calzar sandalias  / como mendicante antiguo.    

Por qué estaba ahí lo ignoro. /  No sé desde cuando ha habido              

en el pueblo de La Virgen  /  frailes de Santo Domingo.

 

El fotógrafo nos muestra  /  sólo el plano del principio

sin saber si hay multitud  /  o el cortejo es reducido

Aunque a la vista aparece  /  poca gente yo imagino

que tras ellos sí que hubiera  /  muchísimos peregrinos

como en aquella ocasión   /  en la que nosotros fuimos

partícipes preferentes  / en trayecto parecido.

Me sorprende sin embargo  /  no ver jóvenes ni niños  

sólo personas mayores  /  con un semblante sombrío. 

 

Observo más elementos /  que por ser algo distinto  

de lo que es común al resto  /  es por lo que aquí los cito,

como el señor desgreñado /  sin corbata y distraído 

que con extraño semblante /  va de su boina provisto.

Otro más, allá en el fondo,  /  que ha de ser, según opino, 

el párroco, ya que exhibe  /  bonete presbiterino.

Recordaréis esta prenda   /  que tenía cuatro picos

con pompón negro y brillante  /  como el plumaje de un mirlo.

Ved también esas mujeres  /  que yo en principio no he visto

y hube de fijarme más  / porque no están en su sitio.

Ninguna está en primer plano  /  ni van abriendo camino

sino que están orilladas   /  y ajenas al objetivo.

Es una muestra sin duda  /  de ese proceder antiguo

de apartar a las mujeres  /  o dejarlas en olvido.

Si tal cortejo se diera  /  por ejemplo ahora mismo

con igual itinerario  /  y por los mismos motivos 

muy probablemente hubiera  /  en este andar peregrino,

en vez de tantos varones,  /  más elenco femenino. 

 

Pareciendo procesión  /  me resulta llamativo

no ver ni cruz ni faroles  / ni un incensario, ni cirios…             

No hay siquiera un estandarte  / como siempre hay al principio;

ni ningún otro elemento   / que se prescribe en los ritos        

Y si tampoco preside   /  este cortejo un ministro

de la Iglesia conjeturo  /  que tampoco hay monaguillos.

Así pues lo que supongo   / tras lo que ya llevo dicho

y por las informaciones   / de otras fuentes que he leído

ha de tratarse sin duda  /   de uno de tantos periplos

que la venerada imagen /  dolorosa del Camino

realizó desde su sede  / a hombros de peregrinos

en su traslado a León,  / al templo catedralicio.

 

Fueron muchos los traslados  /  -el último en dos mil cinco- 

en distintas circunstancias   /  y por diversos motivos. 

De todas ellas al menos  /  unas veintidós han sido                

por causa de las sequías  /  que asolaban los cultivos.

En fervientes rogativas  /  se pedía al cielo auxilio

para que los campos dieran  /  cosecha de uvas y trigo

Otras veces los traslados  /  eran por otros motivos:

en general religiosos  /  o bien conmemorativos.

Y en el año treinta y ocho   /  cuando el bélico conflicto

entre españoles causaba   / miles de muertos y heridos

también la querida imagen  /  la sacaron sus vecinos

para pedirle la paz  /  y el fin de tal sinsentido. 

Esta foto quizás diera  /  cuenta de aquel recorrido

de regreso y fuese hecha  /  en el Alto del Portillo

una vez que ya dejado  /  el templo catedralicio

la despidiera en San Marcos  /  el poder capitalino

después de que en San Marcelo  /   lo hubiera hecho El Cabildo.

 

A hombros de sus paisanos, /  hombres des rostros curtidos,

por el sol, vedla de vuelta  /  a su lugar de destino,

a su viejo santuario   /  que luego fue destruido

por otorgarle a la Reina  /   de León, mejor cobijo.

Volviendo a ver esta imagen  /  he vuelto a verme de niño

y a escuchar aquel lamento   /  que olvidar nunca consigo:

“Oh, vosotros los que ahora   /  transitáis por el camino

de la vida, ved si hay alguien   /  con igual dolor que el mío”

 

                                   ***


 

LA VIRGEN DEL CAMINO RODEADA DE FUSILES (Por Eugenio Cascón)

LA VIRGEN DEL CAMINO RODEADA DE FUSILES (Por Eugenio Cascón)

  Me ordena el inventor y muñidor de este tinglado que escriba algo acerca de esta añeja fotografía y no me queda otra que obedecer, de modo que lo siento por los asiduos, pero tengo que empezar a juntar letras y palabras, y saldrá lo que tenga que salir.

  Me informo, para empezar, de que la Virgen del Camino es Regidora Perpetua de la ciudad de León, título que le fue concedido el 19 de mayo de 1938, durante la Guerra Civil española. Dado que el año coincide con el que data la fotografía que nos ocupa, ¿se corresponderá, tal vez, el desfile procesional con el acto del otorgamiento? Así, sin más datos, es difícil saberlo, pero en la imagen la primavera se muestra aún demasiado temprana para esa fecha, pues las hojas de los árboles no han acabado todavía de poblar las ramas y el personal se cubre con prendas de abrigo.

 Por cierto, no es el mencionado el único título que ostenta la Patrona Leonesa, dado que también le fue concedida la Medalla de oro y brillantes de la Diputación de León (30 de junio de 1954) y es, asimismo, Regidora Honoraria y Perpetua del ayuntamiento de Valverde de la Virgen desde el 30 de junio de 2005, amén de patrona de las carreteras (algo tendría que aportar el nombre). A nuestra Virgen del Camino, ya de por sí Reina de los Cielos, nos la han convertido en todo un personaje terrenal.

  Es notable la tradición patria de conceder titulaciones de alto grado militar o regidurías civiles a las advocaciones religiosas. Ha sucedido tradicionalmente en épocas de acerados conflictos bélicos, de lucha entre el bien (nosotros) y el mal (el enemigo), con tantas y tanta veneradas imágenes de vírgenes, cristos, santos e incluso reliquias y otros objetos de culto. Ese empeño de otorgar al sentimiento religioso un espíritu militante, incluso belicista… Y este afán se vuelca especialmente con la dulce María, a la que quieren presentarnos como una Atenea helénica o como una Ishtar mesopotámica… Dejó una explicación más por extenso de la atribución de semejante e  injustificado ardor guerrero a la sabiduría de más de uno de los compañeros que aparecen de vez en cuando por este foro, por si alguno de ellos tiene a bien ilustrarnos al respecto.

  Y ahora, me vais a permitir un inciso para ofreceros algunos datos sobre los orígenes y antecedentes de esta tan española costumbre. Lo siento, pero la cosa me está saliendo así, de modo que, si os aburre, os lo saltáis.* 

  Parece ser que ya durante la Reconquista se atribuía la victoria en ciertas batallas contra el moro infiel a la intervención de mediadores divinos: la Virgen de Covadonga, Santiago el “matamoros”, la Virgen de la Mayor de Sigüenza, considerada, allá por el siglo XII, nada menos que efigie socia belli (‘compañera de batalla’) del obispo Bernardo… 

  Cuando en el siglo XVI se inventa el grado de capitán general, muy pronto comenzó a ser otorgado a advocaciones de la Madre de Dios. La primera en recibirlo fue, según se documenta, Nuestra Señora de Butarque, en la villa madrileña de Leganés. 

  Pasan los años, y aún los siglos, y el enemigo gabacho, puñetero e imperialista, nos invade, y toda ayuda es poca para intentar echarlo de aquí. Y ahí aparece la más belicosa _no por culpa suya, claro_ de nuestras vírgenes: la del Pilar, la que no quería ser francesa, sino capitana de la tropa aragonesa. La siguieron, en aquellos años de hierro y miseria, la Virgen de los Desamparados, patrona de Valencia, nombrada por el el Consell de la Ciutat “generala y aun generalísima de la ciudad y Reyno de Valencia, y siempre que salga en procesión que le rindan honores militares y se dispare la artillería del Baluarte”. Y la Virgen de Zocueca, a la que se atribuyó una intervención decisiva en la batalla de Bailén, debido a la cual, en agradecimiento con más de un siglo de retraso, el rey Alfonso XIII le otorgó el rango de capitana general. Y, ya puesto, este monarca hizo lo propio con la del Rocío y la del Pino (patrona de Gran Canaria), aunque a estas dos últimas no se les atribuían hazañas bélicas reseñables.

  Llegados a la desdichada Guerra Civil, época a la que corresponde el retrato que nos ocupa, la cosa se dispara (perdón, no es un juego de palabras). El caudillo triunfador decide otorgar los máximos honores militares a todas estas advocaciones marianas, que se suponía que habían estado de su parte: Virgen de Covadonga (1939); la Fuencisla, patrona de Segovia (1941); del Rosario de Cádiz (1947); la Esperanza de Toledo (1952); de África, en Ceuta (1954); la Caridad de Cartagena (1955); Virgen de los Remedios de Fregenal de la Sierra (1956); la Fuensanta de Murcia (1958); del Puy de Estella, Navarra (1958), y del Rosario, Granada (1962). También, algo después, a la madrileña Virgen de la Almudena, a la que, al poco de la muerte de Franco, le fue ofrecido el fajín del victorioso general por parte de su viuda, si bien he de confesar que, cuando he ido por la catedral que lleva su nombre, nunca he reparado en que lo luciera.

  Pasado el furor militarista, los nombramientos se orientaron hacia el poder civil y, de este modo, se constata la existencia de al menos 84 regidoras perpetuas, la mayoría vírgenes, muchas de ellas recientes, puesto que la investidura corresponde a los años del gobierno de Rajoy. Sorprendente, ¿no?

  Y aquí vuelvo _que ya está bien de digresión_ a retomar el hilo del comienzo. En la fotografía, nuestra Dolorosa aparece en el centro de una procesión, rodeada de fusiles, los contundentes máuseres o mosquetones de entonces, con la bayoneta calada _espeluznante visión_, combinando, tal vez, protección frente a un enemigo ausente y rendición de honores. Seguramente el acto tuviera condición de rogativa, una más de las que por entonces se efectuaban en cualquier ciudad o pueblo de la llamada Zona Nacional para impetrar la victoria sobre los enemigos de la religión.  

  Centrémonos ahora en la instantánea, recorte puntual, como cualquier otra, en el devenir del tiempo del tiempo y el espacio de la vida humana. Al sumergirnos en ella, todo lo demás queda fuera: el tiempo se paró ahí y el espacio se redujo a lo que cabía en el enfoque de la cámara. En este momento, la comitiva pasa ante las puertas de un establecimiento, en cuya anodina fachada puede leerse, echándole un poco de imaginación, FERRETERÍA EL CRUCERO, y algo más abajo, a los lados de las puertas “semillas” y “herramientas de todas clases”; y algo más que ya no soy capaz de adivinar. Semillas y herramientas, buena conjunción de elementos imprescindibles para la subsistencia en tiempos tan difíciles y tan revueltos. Y todo, como decía, muy sobrio, muy sepia, con los anuncios a modo de grafitis desvaídos, lacónicos y sin gracia. No habían llegado aún los neones ni estaban los tiempos para luminarias.

  La imagen de la Virgen domina, como no podía ser de otro modo, la escena. Ahí está, en su baldaquino ambulante, elevada sobre los mortales. Pero no demasiado, no sé si por ser los costaleros algo enclenques o por haberla sorprendido la instantánea en un momento en el que estos llevaban a cabo algún movimiento elevación o de descendimiento. Pero la veo muy sola: los componentes del cortejo procesional parecen estar a lo suyo, apenas se ve a nadie que le muestre fervor o, al menos, atención. Apenas puedo distinguir una mujer cubierta con pañuelo, justo detrás de las andas, que parece mirar fervorosamente hacia arriba y un par de personas, en la parte delantera, que se vuelven para dedicarle un saludo romano.

  La foto, tomada en picado suave, muestra sobre todo un conglomerado de cabezas, si bien en algunos casos se puede ver también parte del tronco que las sostiene. No son pocas las que están peladas, las que muestran el esplendor de la calvicie, ese sol tan humano que a veces reluce con el reflejo del de allá arriba. Y es que se trata, en su mayoría de gente de edad, y en la época no se habían inventado los injertos de pelo, y el champú seguramente tampoco abundaba. Las mujeres se cubren con el velo negro a que obligaban los actos de devoción, el hiyab cristiano de por entonces, de uso obligado en los actos religiosos y lugares sagrados. ¡Qué discriminación, Señor! Si hubiera sido ahora…

    Ahí van los soldaditos, portadores de los fusiles, desfilando con el garbo propio de los esbeltos gastadores, con el gorro “de plátano” echado hacia un lado y la borla colorada balanceándose sobre la frente, todo con  su punto de chulería: como debe ser. Puedo contar siete u ocho, flanqueando a la Virgen por los cuatro costados. Son los más jóvenes, lo más guapos, a la par que importantes en tiempo de guerra. Seguro que más de un piropo disimulado habrán recibido de las parroquianas que los rodean. Fijaos, si no, en ese que, casi en primer plano, comparte una sonrisa cómplice y pillina con la compañera de al lado. No sería de extrañar que, momentos antes, se hayan dicho algo solapadamente. A lo mejor hasta han quedado para ir al baile. O la mejor ya tenían algo que ver. Otros van más serios, más marciales, muy en su papel, pero luciendo palmito igualmente.

  Detrás de la imagen se ven los que parecen ser los próceres, tres señores bien maqueados, con prestancia. Dos de ellos lucen la consabida calva, mientras que el de la izquierda exhibe un tupido y lustroso peinado hacia atrás, seguramente fijado con brillantina, y unas gafas oscuras que lo convierten en un personaje prototípico de la época, miembro del movimiento político dominante en el bando nacional, o tal vez de la policía política, o algo así. El del centro parece llevar la voz cantante en ese momento, mientras que los otros dos inclinan la cabeza hacia él, en actitud de atenta escucha. ¿Qué estarán tramando?

  El resto es puro pueblo, de apariencia humilde en su mayoría, aunque también se ven algunos encorbatados, sobre todo los que siguen a los presuntos mandamases: tal vez sean miembros de la corporación municipal o funcionarios de algún rango. Reparad en esos dos hombres de la parte delantera, alineados en breve fila, ambos con profundas entradas y apariencia rural o menestral. Uno de ellos porta un largo cirio, tal vez en cumplimiento de una manda personal emanada de algún favor que ha recibido o espera recibir de la Patrona. Los dos miran, al unísono, hacia la izquierda, quizá porque se han dado cuenta de la presencia del retratista que, de algún modo, los va a perpetuar. Observad también a ese cargador delantero que, aunque con atuendo más de ciudad, lleva guardado en el bolsillo lo que parece ser una boina, el tocado masculino rural y popular por excelencia en las tierras mesetarias.

  Pero, como comentaba más arriba, la procesión se muestra en esos momentos un tanto descontrolada. La mayoría ofrece la impresión de estar charlando de sus cosas, incluso formando corrillos y dando la espalda a la venerada imagen. Hay expresiones, gestos, complicidades, sonrisas, conversaciones, cotilleos. Esas dos señoras que se desmarcan junto a la fachada…; y las que aparecen apoyadas en una de las puertas…; y el alegre círculo que se ha formado detrás de los importantes…; y aquellos que se limitan a mirar pasar… ¡Será posible! ¿No hay nadie que ponga orden aquí? Pero es que el clero no está, no se ven sacerdotes revestidos para la ocasión, cuando debería estar presente el propio obispo; ni siquiera monjas orantes y cantoras. Y eso que estamos en la zona nacional y católica ¿Dónde se han metido? Puede que vayan un poco más adelante, o más atrás, y que el fotógrafo, irreverente él, haya decidido por su cuenta excluirlos del plano. Pero, sea como sea, no tienen disculpa, ¡hombre! Su obligación es estar al lado de la imagen. Y poner orden en este cortejo tan desmadrado, antes de que lo haga, a grito pelado, algún jefe político o militar. ¡Con las broncas que nos echaban a nosotros en cuanto rebullíamos lo más mínimo!

  Pero, de uno u otro modo, mejor o peor organizada, contamos con que la comitiva seguiría avanzando hasta finalizar el trayecto marcado, probablemente con un acto solemne postrero y una arenga de alguien importante. Después, cada uno de los participantes se marcharía a su casa, o a sus obligaciones, y continuaría, día tras día hasta agotarlo, el camino de su vida. ¡Cuánto tiempo ha pasado desde entonces! Quizá ninguno de los humanos que aparecen en la instantánea deambule ya por los andurriales de este mundo, pues quedó fijada antes de que cualquiera de nosotros (nuestro padre Pedro y algunos más de nuestros frailes aparte) hubiera asomado por él. Y ya todos nosotros vamos tan de vencida…

 

Eugenio Cascón

* Por si alguien quiere ampliar datos, y para no caer en la tentación de atribuirme erudiciones ajenas, esta es la fuente de donde procede en su mayor parte lo que aquí expongo en relación con el tema: 

Religión y poder. Las Vírgenes capitanas generales y alcaldesas, por: Demetrio E. Brisset Martín · Gazeta de Antropología · 8 jul

EL PIANO VIEJO Y POLVORIENTO (Por Maxi Olóriz)

EL PIANO VIEJO Y POLVORIENTO (Por Maxi Olóriz)

Veo esta foto y ese piano viejo y polvoriento como una metáfora de los tiempos que corren: la música que más me gusta, cada vez más arrinconada. Tiempos en los que resultan totalmente extravagantes y estrafalarios estos carrozones que, cuando eran chavales, se lo pasaban chachi cantando una música aburridísima de un tal Palestrina y una tal Victoria. 

Tiempos en los que el Himno a la alegría es una canción viejísima. Con decirte que es de un rockero de los años 70... 

Es que flipas. Cuando eran jóvenes les ponían esa música en la radio en Semana Santa, probablemente como penitencia.

Cuando se piensa en cómo recibieron a un compositor nada fácil, como Shostakovich,  en el aeropuerto de Nueva York en 1945, como a una estrella mediática, vitoreado por cinco mil personas como si fuera Kiko Rivera o así. O en el periplo de su séptima sinfonía saliendo en microfilms del Leningrado asediado por los nazis para recorrer, sorteando enormes peligros, miles de kilómetros hasta Vladivostok y de nuevo miles de kilómetros hasta Nueva York donde, tras transcribirse, se estrenó triunfalmente bajo la batuta de Toscanini, repitiéndose por todo EEUU en unos mil conciertos más como un enorme acontecimiento…

 

En fin, lo dijo don Sebastián en aquella zarzuela: “… lo pasao, pasao. Bueno, pa pasao, yo”.

Maxi Olóriz

CECILIA (Interpretación- Por Isidro Cicero)

CECILIA (Interpretación- Por Isidro Cicero)

La puerta principal del Santuario está dedicada a los cinco misterios gozosos del Rosario, destacando repartidos sobre la gran superficie de bronce. Los espacios entre ellos, los aprovecha Subirachs para hacer referencias de todo tipo. Muchas las hemos comentado en otros lugares. Nos faltaba este anagrama que creíamos esotérico, jeroglifo de tanto darle vueltas. Pues bien, hoy podemos decir que se trata de una inscripción en la que es posible leer un nombre femenino: Cecilia.

Cecilia Burgaya fue la mujer de Josep Maria Subirachs. Mientras el escultor trabajaba aquí, en la Virgen del Camino, y sabemos que lo hizo con dedicación de meses, Cecilia en Barcelona se ocupaba de sus dos niños pequeños, Roger que nació el 11 de septiembre de 1956 y Judit, nacida el 11 de marzo de 1959. Por muy artista que seas tienes esposa e hijos y allí tienes puesta el alma. Entre los misterios con los que arranca el Nuevo Testamento, Josep Maria Subirachs -¡cómo le entendemos! - quiso eternizar el nombre de Cecilia Burgaya Ibáñez. La madre de aquellos dos niños. Su mujer. 

Hay que observarlo con detalle para descubrir precisamente los detalles que lo conforman. Lo que es una cruz, es una cruz, pero también es una esvástica, con los rayos girando hacia la izquierda; esvásticas como ésta ya las que grababan hace 7.000 años los pastores de las montañas de ese territorio siempre misterioso que milenios más tarde se llamó Irán. Y Afganistán. Los humanos de la edad de bronce y los de ahora en el fondo somos la misma cosa. Nos gusta desear a quienes amamos salud, buena suerte, y que les vaya bien. 

Un anagrama, lo sabemos todos, es una palabra que se forma trastocando las letras de otra palabra, cambiándolas de sitio, poniéndolas al revés. Escribes Roma, pero quieres que se lea Amor, Voltaire, pero quieren que leas Arouet, Escribes una palabra con las mismas letras que otra, con las mismas repeticiones de letras si las hay, pero el orden te lo inventas.

Subirachs lo resuelve así: En el comienzo del brazo izquierdo de la cruz, el primer trazo es una C al revés, dada la vuelta. Esta C lleva dentro inscrita una E, una épsilon. (Si las giramos sobre un eje imaginario, parecerían el símbolo del euro, aunque le faltaría la rayita horizontal que en su momento la Comisión Europea decidió que tuviera el símbolo de la moneda común para reflejar el ideal y el objetivo de la estabilidad financiera, pero este paréntesis nada tiene que ver con Cecilia). 

A continuación tenemos el estípite de la cruz, que también es una gran I. El ángulo que forma esa I con el trazo horizontal del brazo derecho de la cruz hace una L. Volvemos a usar la I y finalmente, ponemos la A que aparece en el extremo del trazo horizontal derecho de la cruz. Con la foto delante se lee mejor.  

Esta escrito luna, cruz, pirámide. Se lee Cecilia. Subirachs incluyó este anagrama en otras ocasiones.

Espero os haya gustado.

Isidro Cicero

 

RETO Y EJERCICIO ESTIUMULANTE

RETO Y EJERCICIO ESTIUMULANTE

Queridos compis,

Hoy os planteo este ejercicio que creo puede ser muy estimulante para todos nosotros.

Consiste en ver si alguno de nosotros es capaz de interpretar este signo misterioso  que el escultor Josep María Subirachs incluyó en la puerta principal de nuestro santo santuario de la Virgen del Camino.

Reto y ejercicio estimulante: ¿Alguien entre los nuestros sabría descifrarlo? 

Os diré que sólo media docena de personas, o menos, parecen conocer su significado, y “uno” de nosotros está dentro de esa media docena. Desde luego yo no soy, pero sí sé quién es.


Premio para el que lo descifre:

Una semana en Santander en casa de  Isidro Cicero visitando la Cantabria profunda o diez días de recogimiento y ejercicios espirituales en la Casa de la Virgen del Camino.

Aunque creo que sin premio, también es estimulante el descubrirlo.

 

¿Lo intentamos o dejamos que nos descubran el jeroglífico?

 

(La foto es una foto que en su día hizo Javier del Vigo para el libro "Virgen del Camino, en.clave de misterios").


 

Villamanín, postal de los 60

Villamanín, postal de los 60

Aquel pueblo y sus gentes.Lo vivimos en los meses de julio durante aquellos años, 64, 65, 66.

Albergue en el centro de la plaza, campamento de verano con todo incluido, cara al sol en la madrugada, baños en el río, marchas a los picos, etc.

Por aquí se cruzaba para bajar hasta el río.

¿Recordáis?

Comiendo bajo la protección del HUMILLADERO

Comiendo bajo la protección del HUMILLADERO

 Lugar donde según la leyenda se apareció la Virgen al pastor y desde ahí tiro la piedra con la honda y llegó al lugar donde edificarían el Santuario. 

DESDE EL AIRE

DESDE EL AIRE

Otra preciosa foto aérea que me he encocntrado. Data del año 1955, el colegio en construccción y el viejo santuario desmontándose.

En el álbum EL COLEGIO tenemos otras dos fotografías tomadas desdd el mismo avión pero desde puntos diferentes.

EN LA ESCUELA MAYOR

EN LA ESCUELA MAYOR

Creo que esta foto de la capilla de la Escuela Mayor no la tenemos en nuestros álbumes.

Otra para el museo.

EN MAQUETA

EN MAQUETA

PERO ERAN DE CAOBA AUTÉNTICA (Por Juan Iturriaga)

PERO ERAN DE CAOBA AUTÉNTICA (Por Juan Iturriaga)

Recuerdo un chiste que aparecía en el libro “Autopista” del Perich, en el que un currante, con los ojos desencajados, se enfrentaba a un jefe parapetado en su mesa y le gritaba:  ¡TODO!... 

No era una reivindicación puntual. Era una enmienda a la totalidad.

Esa fue mi primera impresión cuan vi el confesionario del Santuario, aunque posteriormente y, una vez que se los enseñé a un par de amigos, explicándoles que eran de caoba de la auténtica, casi me dio pena y hasta una cierta melancolía al reconocer que se habían convertido en cuartos trasteros.

De todas formas, para nosotros, por lo menos para mí, estos confesionarios, fueron un poco misteriosos y lejanos. Allí se confesaban “los gentiles”.

Nosotros lo hacíamos en las capillas respectivas, y “a pelo”. Quiero decir sin separación alguna con el confesor. Un poco enredado en sus hábitos y con una intimidad que, ciertamente, recuerdo con desagrado.

Lo tenías casi encima de ti. Alguno tenía la costumbre de acariciarte por aquí y por allá, e incluso había quien se rascaba con su barba medio afeitada por tu bendita cara.   

¡NO!

¿Quién ha dicho NO?

Los apostólicos bastante tenían con arrepentirse de haber hablado en filas, no rezar lo suficiente o, ya en la escuela mayor, haberse masturbado.

- ¿Cuántas veces?

- ¿Pensabas en mujer?

Buenas preguntas.

El  día que leí a Juan Marsé aquello del olor del obispo, “huele bien, a cera virgen, a parquet de casa de ricos, a nardos de entierro, a masaje Floid”, yo me acordé del olor de alguno de aquellos. A champú Geniol, a jabón Heno de Pravia y en algún caso, a tabaco medio rubio.

Hoy en el confesionario solo hay trastos viejos.

¿Quién se confiesa a estas alturas?

¿Siguen preguntando “cuantas veces”?

¿Y qué les contestan?

Pero amigos, eran de caoba auténtica. Una maravilla.

 

DE BODA

DE BODA

Y, ¿uántos de vosotros os casásteis en la Virgen del Camino?